La consigna sonó fuerte en el acto donde los indígenas del Ecuador auparon a Rafael Correa a la presidencia de la República. Si sacamos la cuenta, entre izquierdistas y progresistas, son 12 los países que tienen gobiernos que se salen del canasto de las derechas latinoamericanas: Argentina, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Honduras, Haití y República Dominicana. En Sudamérica es donde la cosa está más movida. Salvo Paraguay y Colombia, el progresismo ya llegó a todos los demás gobiernos de la región. No sería raro que en las próximas elecciones paraguayas un ex obispo progresista gane la presidencia y otro país se sume a la lista. Pero una cosa es que existan Ejecutivos que trabajen por los pobres y otra muy distinta que los pobres estén en el poder.
Y es que en los últimos 30 años el neoliberalismo caló fuerte y dejó raíces profundas en nuestras sociedades. Tan profundas, que las transformaciones producidas por el sistema afectaron a nuestros pueblos no sólo en lo económico, sino también en lo social, lo político e incluso en lo cultural. Es decir, ha calado estructuralmente. Chile fue tal vez el país que sufrió los cambios más profundos. Del capitalismo que recibió el Gobierno de Salvador Allende en el inicio de la década de los setenta, se pasó a una fuerte apuesta en el área social que fue desvastada con la llegada de la dictadura militar. Pinochet y sus secuaces se encargaron de implantar un sistema basado en el individualismo, el consumo, la administración privada de los fondos de pensiones, apertura de mercados, privatización de riquezas básicas, violación de derechos humanos y pérdida de derechos laborales. Luego el modelo se expandió por el continente y aunque los movimientos populares trataron de levantar la cabeza, las dictaduras cumplieron a la perfección su nueva tarea de guardianes de la empresa privada.
Parecía imposible que nuevos vientos de cambio fueran a soplar en estas tierras. Sin embargo, las luchas por la recuperación democrática permiten hoy mirar América Latina y ver jardines con flores nuevas, donde las opciones progresistas de Gobierno va ganando espacios y los movimientos populares muestran nuevas fuerzas y diversifican sus demandas.Se espera que este escenario favorezca la integración regional que ahora está muy disgregada.
Nuevos tiempos
Señas de estos nuevos tiempos, son las relaciones cada vez más francas entre Chile y Bolivia, separados desde fines de 1879 luego de la Guerra del Pacífico. O la relación entre Perú y Ecuador, lastimada con varias guerras en el siglo pasado. O entre Brasil y Argentina, donde las desconfianzas retrasaron importantes acuerdos bilaterales en los últimos 30 años.
El nuevo escenario político prefigura una nueva relación entre los países latinoamericanos. Nunca en la historia hubo tantas posibilidades de integración y de caminar hacia la unidad, siendo ya varios los temas que se ponen encima de la mesa para la discusión: Banco del Sur, anillo energético, integración vial, carreteras que unan los océanos Pacífico y Atlántico, plantas procesadoras de combustibles en acuerdos bilaterales, negociaciones como bloque regional con EEUU y la Unión Europea, moneda única regional, etc. Pero aun así, nada es fácil. No todos los países caminan al mismo ritmo, ni todos quieren seguir la misma música.
En Centroamérica, se espera que el regreso de Daniel Ortega a la Presidencia de Nicaragua facilite acuerdos con Honduras, Costa Rica y Panamá, naciones con gobiernos progresistas. Por su parte se prevé que El Salvador y Guatemala buscarán una alianza más próxima a EEUU, justificada en que el regreso de los sandinistas al gobierno de Nicaragua supone un peligro regional.
Efecto Chávez
El liderazgo desarrollado por el Coronel Hugo Chávez es aplaudido por algunos y cuestionado por otros. Las presiones ejercidas desde EEUU por el gobierno de George Bush generan rechazo, pero también aprobación. Los dos, Chávez y Bush, se constituyen en polos opuestos que polarizan la región, y que marcan la tónica de los discursos de los bloques.
Bolivia y Ecuador seguirán en el ojo de la tormenta. Bolivia, porque las contradicciones entre los ‘coyas’ (indígenas pobres de la sierra andina) y los ‘cambas’ (habitantes de los valles petroleros del oriente) que se reflejan en la Asamblea Constituyente, son expresión de intereses económicos de la sociedad. Por su parte, el triunfo de Rafael Correa en Ecuador pone en entredicho un sistema político dominado por caudillos y donde los partidos adquirieron un papel determinante en la economía y en la administración de justicia. Rafael Correa quiere cambiarlo todo y para conseguirlo impulsa también una Asamblea Constituyente, propuesta que es torpedeada por la derecha política.
Brasil y Argentina juegan a su propio ritmo. Comprometidos con la integración, los presidentes de los dos países tienen serios problemas internos que prefieren enfrentar antes de marcar liderazgos en el continente. Agobiado por la corrupción, el presidente de Brasil Luis Inácio Lula Da Silva fue reelecto a fines del 2006. Lula sabe que la generosidad popular no le perdonará dos veces que su partido sea el protagonista de los escándalos de corrupción que antes criticaron al ex Presidente Collor de Melo. Mientras tanto, en Argentina, el presidente Néstor Kirchner busca afianzar su poder preparando las elecciones presidenciales del próximo año e intentando quitarle piso a sus eventuales opositores en las provincias del país. Kirchner está por la integración, pero prefiere el paso a paso antes que la carrera corta. Sabe que su capital es haber mantenido la estabilidad económica y el avance en los derechos humanos, aunque también tiene claro que la fragmentación del peronismo puede ser su talón de Aquiles.
Perú recibió a fines del 2006 el segundo Gobierno de Alan García, un presidente más cauteloso en materia económica y más cercano a EEUU. Habrá que esperar a que García cumpla sus 100 días al frente del Gobierno peruano para saber cual será su norte y cómo plantea su relación con los países de la región.
En Chile todos los cambios que se realizaron en los 17 años desde el retorno a la democracia apuntan más en el sentido de la equidad, que en el desmantelamiento del complejo enrejado del sistema: la flexibilización laboral sigue ahogando las aspiraciones de miles de trabajadores y trabajadoras; la corrupción galopa fuerte y enreda en su carrera a parlamentarios y figuras antidictadura; la diferencia entre los mas ricos y los mas pobres sigue aumentando; y aunque a fines del 2006 se llegó a la menor cifra de desempleo en 10 años, 6 de cada 100 chilenos no tiene trabajo. La torta no alcanza para todos. Deuda Social e integración regional parecieran ser los puntos más bajos de Chile, más allá de las buenas relaciones formales con sus vecinos.
Uribe, amigo de Bush
Quien no necesita de la espera es Alvaro Uribe. El reelecto presidente de Colombia, está dispuesto a remarcar las veces que sea necesario su afinidad con EEUU, y agradecer el apoyo de George Bush para potenciar la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y del Ejército de Liberación Nacional, ELN.
Cifras más, integración menos, un solo hecho demuestra que los índices económicos no reflejan la realidad de la gente: cada día hay más hombres y mujeres migrantes que dejan nuestros países en busca de un futuro mejor. Y son ellos y ellas, migrantes, quienes aportan miles de millones de dólares a nuestras remendadas economías nacionales.
En esta América Latina diversa, es donde circula la espada de Simón Bolivar. Una espada que hoy en día clama por la unidad, tal como lo hiciera el ‘libertador’ en los albores de las independencias nacionales y que hoy blanden nuevos ciudadanos y ciudadanas que quieren un continente unido, libre y próspero. Se hará realidad y cambiará la región el “Alerta! Alerta! Alerta que camina, la espada de Bolivar por América Latina”. Es la esperanza de las mayorías.