Antonio Añoveros gobernó la diócesis de Cádiz entre 1964 y 1971. Lo hizo con mano firme y volcado en los más necesitados. Su etapa coincidió con la profunda renovación de la Iglesia gracias al Concilio Vaticano II y con el preámbulo de lo que fueron los años más duros en la relación entre el catolicismo y el régimen franquista. Su estancia en Cádiz se había iniciado unos años antes, cuando el 17 de febrero de 1954 llegó a la ciudad, con el cargo de obispo coadjutor con derecho a sucesión. Al frente de la diócesis se encontraba Tomás Gutiérrez, obispo castellano de la antigua escuela y de salud delicada. Esta etapa gaditana que se alarga durante dos décadas, como la que le precedió, primero en Tafalla (Pamplona) y después en Málaga, y la que le continuó, ya al frente de la diócesis de Bilbao, se relata en un intenso y documentado libro escrito por el sacerdote José Miguel Abad Vallejo.
Abad, antiguo párroco de San Severiano, acompañó a Añoveros durante buena parte de su vida eclesial, como secretario particular desde su llegada a Málaga, a principios de los años cincuenta hasta su traslado a Bilbao, veinte años más tarde. Una relación intensa que para el padre Abad se había iniciado incluso antes, en el seminario de Tafalla.
El trabajo, un compendio de numerosos recuerdos que José Miguel Abad ha ido redactando en los últimos años, refleja la fuerte personalidad de Antonio Añoveros ya patente en los trágicos años de la Guerra Civil cuando, siendo capellán militar, no dudaba en administrar el Sacramento a todo aquel que lo solicitaba, aún estando en el bando republicano y enfrentándose por ello con los militares nacionales.
Su cercanía a los más necesitados, patente durante el conflicto, se trasladará al día a día tras ser nombrado, en 1941, párroco de Santa María de Tafalla. Allí pondrá en práctica algo que será norma de actuación en toda su vida pastoral y que se hará patente en su estancia en Cádiz: labor pastoral centrada en la familia, en las clases más necesitadas, que se reflejaban en elaboradas homilías. Apoyará a todo el movimiento católico volcado en lo social, como Caritas, a la vez que sabrá respetar la religiosidad popular.
Recuerda Abad el desprecio que tuvo que soportar Añoveros de una parte de la Curia del obispo Tomás Gutiérrez, celoso por su presencia. Este menosprecio lo invirtió en recorrer constantemente la Diócesis y dejar patente su «otra» forma de actuar. Ya como obispo, y tras participar en Roma en los debates del Concilio Vaticano II, promueve las «misiones populares» a la vez que mantuvo una estrecha relación con los obreros del Movimiento de Acción Católica. Su apuesta por los más necesitados le llevó a rechazar un opulenta subvención para la restauración de la Catedral, cuyas puertas se cerraron debido al mal estado del templo. Consideró que una ciudad con tantas necesidades de viviendas sociales no debía dedicar tanto dinero a esta reforma.
Su marcha a Bilbao, donde aguantó con estoicismo el desprecio de los curas nacionalistas, dejó a los gaditanos, huérfanos de un buen obispo aunque su labor fue continuada por Antonio Dorado.