Iniciar un fuego es fácil, pero apagarlo cuando está en todo su apogeo es muy difícil. Por ello, a la hora de emprender reformas con “recortes” a los más débiles y dar mensajes reivindicativos en contra, es necesario antes sopesar las consecuencias. Para que las cosas sean creíbles, hay que empezar primero por dar ejemplo de sacrificios por los más pudientes. De todas las maneras, a pesar de los elementos negativos que ha traído la crisis, hay que descubrir y valorar lo que se ha originado de positivo.
La Crisis está sometiendo a los sistemas económicos y productivos a una dura prueba a nivel mundial. Precisamente por eso, hemos de vivir esta situación, sin violencias, con confianza y esperanza porque da la oportunidad de revisar los modelos de desarrollo. Se puede y debe llegar a una nueva organización del mundo de las finanzas. Es, por tanto, el momento oportuno para una profunda reflexión y poner a la persona humana en el centro de la economía y de las finanzas.
Ha llegado el momento de crear y potenciar ordenamientos jurídicos y políticos internacionales con poder para que la política, como acción noble al servicio de los ciudadanos, no esté subordinada a los mecanismos financieros. Así se podría conseguir más eficazmente el bien común que se verá reflejado en el aumento de empleo juvenil, la seguridad en los puestos de trabajo de todos los trabajadores y mantener en el mercado a la propia empresa como “comunidad de personas” que produce bienes y servicios, dejando de tener como único fin el provecho propio.
Importa ahora vencer la mentalidad individualista y materialista que sugiere eliminar las inversiones de la economía real para privilegiar los propios capitales en los mercados financieros, obteniendo rendimientos más fáciles y rápidos, pero volviendo a sistemas anteriores de esclavitud. No se trata de volver a lo de antes, a reconducir a los mismos niveles de injusticia. Hay que establecer redes conectando con otras realidades sociales, invertir en investigación. No practicar una competencia injusta entre empresas, no olvidar los propios deberes sociales e incentivar una productividad de calidad para responder a las necesidades reales de la gente.
La empresa producirá riqueza social si los empresarios y los dirigentes son previsores y prefieren la inversión a largo plazo al provecho especulativo rápido. El empresario preocupado por el bien común, está llamado a ver la propia actividad siempre en el marco de un todo plural. Esta actitud, mediante la dedicación personal y comunitaria vivida concretamente en las decisiones económicas y financieras, genera un mercado más competitivo y humano.
Construir una sociedad solidaria y justa es tarea de todos los que quieran ponerse en lugar del que sufre, del que tiene hambre y sed, del que es forastero, está enfermo o encarcelado. Al menos, es cuestión de estar atento a cada persona para ayudar, de modo concreto, a todos los que tienen necesidad. Si en nuestro tiempo la globalización nos hace más dependientes unos de otros, habrá que hacer que esa unidad se vea reflejada en la familia humana, no impuesta desde fuera, ni por intereses ideológicos o económicos.
La injusticia genera violencia y la violencia muerte. El amor es el camino de la justicia. Caminamos por las calles del mundo, llevando dentro de nosotros la firme certeza de que el amor ha de ser más fuerte que el mal. Estamos llamados a la colaboración para preparar para todos los seres humanos una tierra nueva, donde reine la justicia, la paz y, en esa fe y esperanza, entrever el mundo nuevo, que será nuestra verdadera patria.
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