Cuando se habla de una radio de calidad, muchos entienden una radio aburrida. Nada más equivocado. Ya he dicho varias veces que uno de los mejores programas de TV2 es Muchachada Nui. No se puede pensar en nada más renovador, espontáneo y gamberro.
Cuando se habla de una radio de calidad, lo que hay que quitar de en medio es la bazofia. No nos engañemos, lo que parece detritus suele ser detritus. Es decir, aunque a la gente le gusten los gritos e insultos en los debates, o la degradación de los programas del corazón, no hay que darle eso. Aquí no vale con que es que la gente lo pide.
La radio puede hacer historia. Por poner un solo ejemplo, el debate de la BBC entre Russell y el padre Coppleston fue histórico. Tiene decenios y todavía hoy se puede escuchar y estremecerse ante el espectáculo de dos pesos pesados en lucha. Por supuesto que hoy hay Russells de nuestro tiempo y Copplestons. Pero esos, justamente esos, son los que hoy en día se morirán sin aparecer por una emisora. Como el caso de ese programa de la BBC, se pueden poner varios ejemplos de programas antológicos. En otras cadenas sólo se puede poner como hito el día que un invitado apareció borracho o el día en que se desató la furia de los insultos.
Lo que en casi todas las emisoras aparecerá siempre, una y otra vez, es la bazofia, los gritos y la gente más tarada que hayan podido encontrar los locutores. Si algo es especialmente aberrante, siempre hay alguien que le pregunta: ¿le importaría explicar su aberración ante el micrófono de mi programa?
Después, está la política, quizá la parte más vergonzosa de todas las cadenas. Contrariamente a lo que se podría pensar, la política es sólo una pequeñísima parte de nuestro mundo. El mundo es mucho más que las minucias de siempre entre dos partidos.
Explicado lo cual tenemos que preguntarnos ¿qué sentido tiene emitir partidos de fútbol o programas del corazón en una emisora de los obispos? ¿Qué sentido tiene que me adoctrinen en un programa de noticias aunque la locutora sea de CL?
Una emisora de los obispos tendría que ser un lugar donde se nos ofreciera lo mejor en imparcialidad, en calidad cultural y en arte. Un lugar donde tuvieran voz los que no tienen voz. Un lugar donde fueran los mejores. ¿Creéis que la madre Teresa de Calcuta despreciaba las radios? No, aceptaba hablar allí donde le invitaban. ¿Creéis que el padre Pío, hubiera despreciado un micrófono? ?l, que era un predicador por excelencia.
De vez en cuando me he encontrado con laicos y clérigos que al oírlos todos quedábamos embelesados. ¿Por qué les escuchábamos cuatro gatos? ¿Por qué no les escuchaban diez mil o cien mil personas? ¿Había algún impedimento? Sí, uno muy grande: no tenían ningún amigo en los lugares adecuados. Se habían dedicado a ayudar al prójimo, o a trabajar calladamente en su parcela de la ciencia, o a profundizar en el misterio de Dios en su convento, no a la vida social, no a asistir a fiestas y reuniones en espera de que algún día les tocara la lotería de un dedo que les señalara.
Porque vamos a ver, reconozcámoslo, ¿cómo se consigue un puesto en una emisora? ¡Siempre es por un amigo! ¿Sin excepción? ¡Sin excepción! En cualquier emisora de España y del mundo. Lo primero es reconocer cuál es la raíz del problema. Los Santos o César Vidal o Cristina es lo de menos, esta situación nos tiene que llevar a revisar de arriba abajo cómo se consiguen los puestos desde la cabeza de una emisora hasta el último cargo directivo.
Eso, precisamente eso, es lo que tiene que dejar de ser en la COPE. Si les decimos a los directivos que propongan nombres en atención a su calidad y a su capacidad renovadora, no sabrían donde buscar. Pero hay que empezar. Hay que ponerse manos a la obra.
Sé que puede parecer que exagero, ojalá. Diré una última cosa, pero que es todo un ejemplo de lo mal que se hacen las cosas relativas a los medios. Hace unos años me pasé por la sede central de Misiones Pontificias. Iba acompañado del delegado de mi diócesis. Me enseñaron todas las oficinas e instalaciones. Hacia el final pregunté, ¿Quién diseña los carteles que se envían a las parroquias?
Me llevaron a una salita llena de cajas y cachivaches. Me presentaron a un joven que trabajaba allí, en un rincón de un lugar que parecía más bien un almacén. Era el encargado de la informática o de los archivos del lugar, no recuerdo bien. El caso es que un día, me explicaron, le encargamos que hiciera un cartel, lo hizo bien, y los lleva haciendo desde hace ya muchos años.
No me lo podía creer. Ahora entendía la calidad pésima, ¡pe-si-ma!, de las decenas de miles de carteles que se enviaban a todas las parroquias de España. La cantidad de dinero dedicadas a carteles no era despreciable, la distribución impresionante, millones de personas los veían al entrar a las iglesias. Y al comienzo del proceso, estaba aquel chico de buena voluntad, pero sin ningún conocimiento del arte de la comunicación.
Dígase lo mismo de todos los carteles de la Conferencia Episcopal. No penséis que se dedican a ello profesionales mínimamente comparables a los de cualquier agencia de diseño de ámbito nacional. No, al final, se dedica a ello el cura-amigo del cura-jefe, o la monja-amiga del cura-delegado, y similares.
Al final grandísimos recursos, logrados con gran esfuerzo, los ponemos en manos del amigo de otro amigo. Dados los resultados, dado el panorama, me dan ganas de decir: el amigo de tu amigo del amigo primero, es mi enemigo.
Al final nos ha pasado con la radio, como con los carteles.