Este hombre, nacido en Valencia, conoce la realidad latinoamericana y siempre ha sido persona incómoda para algunos. Por eso es capaz de escribir una carta abierta al Papa o a Bill Clinton. También es suya cierta Declaración Universal de los Hechos Humanos. El Hecho 21.3, entre otras cosas, dice lo siguiente: «La manipulación del pueblo es la base de la autoridad del poder público». Estos días se celebran los 25 años de la creación de Cristianisme i Justícia. González Faus fue uno de sus artífices.
–¿Qué es Cristianisme i Justícia?
–Un centro de estudios que creó el provincial de los jesuitas, Ignasi Salvat, cuando después de uno de nuestros capítulos generales se definió que la identidad de la Compañía estaba en la promoción de la fe y en la lucha por la justicia.
–¿Dios está también en los opresores?
–Está como llamada a que dejen de ser opresores. Y está en las víctimas como identificado con ellas. A Dios hay que buscarlo donde él se revela, no donde nosotros quisiéramos. Aquí, en el llamado primer mundo, algunos, después de la mesa puesta y de la segunda residencia, se preguntan dónde está Dios. Y Dios suele sugerirnos que lo busquemos en El Salvador, en la fundación Arrels o en un piso donde unas monjas trabajan con enfermos de sida.
–¿En qué se nota la huella jesuita en Cristianisme i Justícia?
–Nosotros creemos que un factor muy fundamental en la injusticia –no el único– es el económico, aunque solo sea porque donde hay medios económicos hay capacidad para luchar contra la injusticia. Y, además, también nos hemos centrado en algo que tiene que ver con el sector económico, y que es el armamentismo, el comercio de armas y la guerra.
–¿Usted siempre ha sido guerrero?
–Nací en una familia de derechas y el encuentro con Jesús me hizo de izquierdas. Ciertas barriadas de Sabadell, Terrassa y Sant Quirze –hablo de los años 50 del pasado siglo– habitadas por la inmigración fueron mi primera gran experiencia. También ser capellán de inmigrantes en Alemania me marcó.
–Usted ha escrito varias cartas abiertas y tremendas. Una de ellas, a Juan Pablo II.
–Yo considero esas cosas elementales, no tremendas.
–Le pedía usted al Papa que dejara de ser jefe de Estado.
–Y que renunciara a ser llamado santo padre, que la curia renunciara a nombrar a los obispos, etcétera. No suelo obtener respuestas, pero el género epistolar creo que me permite ser menos duro.
–Con el entonces cardenal Ratzinger también se las tuvo tiesas.
–No tanto. Fui alumno de él. Entonces era más izquierdoso. Cierto día, hablando de la cristología de los primeros siglos y de las dos escuelas (la de Antioquía, más a la izquierda, y la de Alejandría, más a la derecha), Ratzinger se preguntó a sí mismo por la teología de Roma y él mismo se respondió: «En Roma, ya saben ustedes, no se hace buena teología». Todos los alumnos le aplaudimos.
–Cuando publicó el libro Sexo, verdad y discurso eclesiástico, otro jesuita dijo de usted que su lenguaje no era propio de un sacerdote.
–Desfiguró todo lo que yo escribí.
–¿Escribió usted que a Ignacio de Loyola le falló la psicología?
–San Ignacio dijo que lo concerniente al voto de castidad no merecía intepretación porque hay que ser como los ángeles.
–¿Y usted qué escribió?
–Que eso lo podía decir él, porque lo dijo después de su conversión y después de haber vivido una gran experiencia que lo liberó del sexo, pero la verdad es que no somos ángeles. A eso me refería cuando dije que le falló la psicología.
–Dice usted que en todo momento histórico suele haber dos o tres locos que dicen las verdades y se enfrentan a la injusticia.
–¿Eso he dicho yo?
–Más o menos. ¿Es usted uno de esos locos?
–Ojalá lo fuera. El adagio que yo suelo repetir a menudo es el siguiente: muchas de las utopías de hoy son las evidencias de mañana. Y algunos de los realismos de hoy son las vergüenzas de mañana. Y a las pruebas me remito: el voto de las mujeres, la democracia, etcétera.
–¿La noche es, a veces, fría?
–Entiendo que me está preguntando si a veces me he sentido solo.
–Entiende usted muy bien.
–He pasado noches oscuras, pero siempre he tenido bastantes apoyos. Y debo decir que, en los momentos de persecución que sufrí, gracias al decano de la facultad y al provincial, salí adelante.
–El islam.
–El cristianismo bien entendido es muy difícil de practicar, pero si lo practicáramos bien, nos serviría para mucho. Los cristianos que vivimos en Occidente estamos con la mano tendida. Pero cristianos que viven en países islámicos nos dicen que nos estamos equivocando, que nos van a engañar.
–A muchos de esos cristianos les matan y aquí no decimos nada.
–Es verdad. Recuerdo que en Egipto a toda muchacha que se casaba con un cristiano y lo hacía apostatar el Gobierno les daba vivienda. Dicho esto, a la larga, los valores de la democracia beneficiarán a todos.
–Que usted lo vea.
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