José Arregui y su perfecta alegría -- Alonso Escalada

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Noticias de Guipúzcoa

Aquel desconcertante místico y poeta Francisco de Asís era tan genial como amigo de paradojas o parábolas. Una de ellas es la de «la perfecta alegría» aplicada tanto a él mismo como a su compañero fray León. Es una obra maestra de contradicciones y de humillación, de derriba, mitos y valores viejos por sabiduría evangélica a base de palos y de rechazo por los guardianes del convento.

La voz del bienaventurado Francisco sonaba extraña y flagelante en aquella tarde de ventisca y de frío de cuchillo para el compañero León: «Si al volver al convento y llamar a la puerta para entrar en él nos pregunta el portero: «¿Quiénes sois y de dónde venís?» Y nosotros decimos que somos dos hermanos y pedimos alojamiento y él contesta: «Vosotros sois dos embusteros que queréis aprovechaos de los servidores de Dios, dos holgazanes de tomo y lomo, que andáis vagabundeando y engañando a la gente y después de llenarnos de insultos, coge un palo y nos muele a palos gritándonos: «Ya podéis largaos de aquí, malhechores, y no seguir pidiendo ayuda…» Si nosotros, hermano León, soportamos este trato vejatorio y la molienda de palos y los insultos por amor de Dios, en eso consiste la «perfecta alegría».

Yo supongo que José Arregui, franciscano él y enamorado de su maestro y hasta de este modelo de «alegría» franciscana, sabe a estas alturas el significado nuevo de la parábola de «la perfecta alegría», porque uno tras otro ha tenido que soportar y padecer esta otra tanda de recriminaciones, desautorizaciones y «non placet» nada menos que de su obispo de la diócesis Monseñor Munilla. Entre el prelado y el franciscano hay no sólo un desencuentro, una total falta de empatía, sino una reprobación y una prohibición a seguir enseñando y proclamando el mensaje, no el de la Iglesia oficial (según el prelado) sino el de su particular interpretación.

Y ¿qué ha hecho y cómo ha reaccionado el franciscano José Arregui ante la actitud y el peso de la «autoritas» del obispo sobre los escritos y enseñanzas del desventurado franciscano? Hasta el momento presente, que yo sepa, José Arregui se mantiene en su carisma y en su «modus docendi», o sea, en su interpretación del carisma de una Iglesia liberadora y que se somete a un autoexamen a diario.

Para un prelado tradicional que interpreta que la fidelidad a Roma o al Santo Padre es la norma y la guía más seguras para estar «dentro» de la Iglesia, y que desconfía de toda interpretación y exégesis que no estén avaladas por la autoridad episcopal, Arregui, como anteriormente Leornardo Boff (también franciscano en su día), como Jon Sobrino y José Antonio Pagola, constituyen la lista negra de los disidentes y a ellos y sus seguidores habrá que aplicarles la sentencia joanina: «ex nobis exierant, sed non erant ex nobis». De nosotros salieron, pero no eran de los nuestros.

Hace ya demasiado tiempo que esta jerarquía nuestra adolece de una enfermedad difícilmente curable y es la de la estrechez mental. Es llamativo y bastante penoso observar cómo la Iglesia Católica actual no sólo se ha bunquerizado y trata de defenderse del espíritu o impulso renovador del Concilio Vaticano II, sino que en la praxis ha dado el carpetazo a todo avance y reencuentro con la ciencia, con el evolucionismo y ha convertido la bioética en un coto cerrado y toda experimentación científica, como la de las células-madre, es rechazada y hasta combatida como contraria al dogma del creacionismo.

A este respecto traigo a colación esta aguda observación de Richard Dawkins en su famoso libro «El espejismo de Dios»: «El diccionario que acompaña a Microsoft Word define «espejismo» como «una falsa creencia persistente como síntoma de un desorden psiquiátrico». Y con respecto a si es o no el síntoma de un desorden psiquiátrico, me inclino a seguir a Robert M. Pirsig, autor de El Zen y el arte del mantenimiento de motocicletas, cuando dice: «Cuando una persona sufre espejismos, eso se denomina locura. Cuando muchas personas sufren espejismos, se denomina religión».

Un poco fuerte y hasta repudiable para más de un lector. No será o no estar en esa categoría de «espejismos» el franciscano Arregui, pero tal vez él, tan amigo de sutilezas y enemigo de verdades a medias habrá entendido el alcance de Pirsig y de Dawkins: no ir contra la ciencia y sus avances; no encastillarse en normas y dogmas que hacen de la fe una parálisis o que, como afirmaba el ex general de los dominicos, Padre Astiz: «La Iglesia está en un otoño prolongado». Y a fe que sigue prolongándose ese «otoño» ¿Hasta cuándo, querido Padre Arregui? Hasta la llegada de uno o varios profetas, hasta la venida de otra primavera conciliar como la de Juan XXIII y Congar. ¿Tardará en llegar?