Los dogmas de la mariología católica más reciente (Inmaculada y Asunción), que no han sido totalmente aceptados por el conjunto de las iglesias, de manera que se encuentran todavía en período de recepción. Ciertamente, ellos han surgido a partir coordenadas culturales antiguas, en gran parte superadas (son como el residio de una iglesia medieval y barroca que no había entrado todavía en la modernidad). Por otra parte, ellos (sobre todo el de la Inmaculada) suscitan dificultades para unas iglesias, como las protestantes, centradas en Jesús como Palabra y Vida de los hombres, no en los posibles privilegios de María. Por eso, puede ser conveniente entrar en la disputa sobre la Inmaculada teniendo como fondo la imagen de la proclamación del dogma católico, el año 1984.
La disputa. Una historia larga
Los ortodoxos nunca han tenido necesidad de un dogma como el de la Inmaculada, puespues ellos no han desarrollado el ?dogma?? o la experiencia del pecado original, como han hecho los latinos a partir de San Agustín (inspirándose en un tipo de lectura de la la carta de San Pablo a los Romanos). Para los ortodoxos, María ha sido la Siempre Santa, sin necesidad de dogmas especiales.
Los protestantes han insistido (a partir de una lectura de Pablo y de San Agustín) en el pecado original, abierto a todos los hombres. Así han pensado que María no es una excepción. Desde ese fondo han tenido a condenar el ?exceso mariano?? de la Iglesia católica. Ellos han pensado que muchos católicos adoramos a María (y al Papa), diciendo que somos mariólatras.
Los católicos han estado muchos siglos divididos por el tema. A lo largo de toda la Edad Media y hasta el siglo XIX había unos que eran partidarios de la Inmaculada (más en la línea de los franciscanos, una clave de piedad) y otros contrarios a la Inmaculada (más en la línea de los dominicos, en clave de teología). Las disputas sobre la Inmaculada fueron muy intensas, generaron una especie de guerra dentro de la iglesia, con acusaciones y agresiones, especialmente en lugares como Salamanca.
Pero venció la tendencia popular y así Pío XI definió en 1854 el Dogma de la Inmaculada, en medio de las protestas de los protestantes y de la oposición de los ortodoxos, que pensaban que era y perjudicial proclamar un dogma nuevo.
Inmaculada, un dogma que debe situarse en su contexto
Al dogma cristiano pertenece no sólo la definición (hecha por un Concilio o Papa), sino también, y de un modo especial, la recepción: es decir, la acogida y desarrollo de ese dogma dentro de la comunidad cristiana, cosa que puede durar mucho tiempo (como sucedió con las declaraciones de Nicea y Calcedonia). Son muchos los que piensan que hubiera sido mejor que no se hubieran hecho esas definiciones, que sería mejor olvidarlas. Otros pensamos que, a pesar de algunas cuestiones de fondo, esas definiciones pueden ofrecer un aporte muy significativo para la comprensión del misterio cristiano, en un camino de diálogo eclesial y cultural que sigue abierto. Evidentemente, ellas no pueden imponerse, sino sólo ofrecerse en gesto dialogal, a los ortodoxos y protestantes; sólo podremos decir que esas definiciones se vuelven dogmas de verdad si logramos ofrecerlas como camino de humanización al conjunto de las iglesias.
En esa última línea, el dogma de la Inmaculada y el de la Asunción puede abrir caminos de experiencia y de vinculación cristiana muy valiosos para el futuro, siempre que no se impongan por decreto sobre las iglesias. Desde ese fondo, como expresión de una antropología inclusiva, abierta a todos los cristianos y en el fondo a todos los hombres y mujeres de la historia humana, queremos ahora presentarlo. María no aparece aquí simplemente como «la mujer», en contraposición con los varones, sino como la cristiana ejemplar, como la persona humana ya realizada, en el camino entero que va del nacimiento a la muerte.
MARIOLOGÍA INCLUSIVA. Los lectores habrán podido observar que estoy elaborando una mariología inclusiva, que no niega en modo alguno el carácter único de la Madre de Jesús (fue una mujer concreta, con una historia muy particular, con una identidad que nadie más podrá tener en el trascurso de la historia), pero que la sitúa y expande hacia todos los creyentes. En ese sentido interpretamos los «dogmas» de la inmaculada y de la ascensión, como elementos básicos de una antropología cristiana, centrada, como hemos dicho, en el carácter natal y mortal del hombre.
La Inmaculada y la Asunción stos son dogmas antropológicos y pascuales y sólo han podido expresarse a lo largo de una determinada historia de la iglesia. Carecen de sentido buscar su demostración o prueba en la Escritura, pues sus presupuestos e intereses desbordan los planteamientos de los creyentes de las comunidades más antiguas (del tiempo en que se escribieron los libros del Nuevo Testamento y los grandes tratados de los Padres de la Iglesia). Sin embargo, vividos desde la totalidad del misterio cristiano, esos dogmas resultan no sólo coherentes, sino que pueden iluminar el sentido más hondo de la vida humana, tal como ha venido desplegarse en María, la Madre de Jesús
Inmaculada: un dogma católico, definido por el Papa
Las disputas sobre la eugenesia, con todo lo que implican sobre la posible manipulación del origen humano (fecundación partenogenética e implantación in vitro, clonación y gestación extrauterina…), han cambiado de forma radical las formas anteriores de relacionar placer sexual y pecado original. Ya nadie puede vincular en serio la generación con el pecado, como se ha venido haciendo por siglos. A pesar de ello, existe el misterio y problema de la generación y resulta más fuerte que en otros tiempos.
Este es el misterio de la «santidad» de la generación y nacimiento humano, que aparecen como signo y presencia del Espíritu de Dios, de manera que podemos afirmar que todo verdadero nacimiento humano es obra del Espíritu, ampliando así la formulación mariana. Pero, al mismo tiempo, la generación se ha convertido en problema clave, en el momento central de una gran disputa en curso sobre el sentido, límites y riesgos de la manipulación y/o mejora genética.
La iglesia sabe que hay un tipo de «pecado original», un poder histórico del mal que nos precede y amenaza, vinculada a nuestra propia violencia, a las estructuras sociales de muerte que dominan sobre el mundo. Durante siglos se ha pensado que ese pecado se expresaba de forma privilegiada en el placer sexual y en los procesos de la concepción. Pues bien, en contra de eso, Pío IX definió en 1854:
la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser creída… (Denzinger-Hünermann 2803).
Inmaculada, un dogma abierto al diálogo.
Quedan sin responder las disputas con el protestantismo. Queda sin resolver el diálogo con las iglesias ortodoxas. Se trata de saber si la Inmaculada es un dogma estrictamente dicho (como los de Nicea y Calcedonia) o si es una opinión piadosa de los católicos, que otras iglesias pueden dejar un poco a un lado. Esos son problemas discutidos y discutibles. Pero los católicos podemos y debemos situar este dogma, dentro de la nueva sensibilidad creyente, sin imponerlo a los demás, sin exigir que lo empiecen aceptando.
Este dogma nos introduce en el lugar de las disputas sobre el origen pecaminoso del ser humano, en un contexto donde la misma concepción aparecía vinculada a un tipo de ‘suciedad’ básicamente sexual, para transformar de raíz esos presupuestos. Pero, al mismo tiempo, este dogma puede abrirnos una ventana hacia el carácter sagrado y positivo de toda vida humana.
Este es un dogma sobre la concepción, es decir, sobre el surgimiento humano de María. Se trata, por principio, de una concepción normal, dentro de la historia israelita (y universal).
A partir del Proto-evangelio de Santiago, la tradición litúrgica cristiana ha dado un nombre a los padres de María: Ana y Joaquín. Ellos se unieron un día al modo acostumbrado y concibieron a una hija, a la que llamaron María. Pues bien, en contra de las tendencias normales de una piedad y teología anteriores, que habían estado obsesionadas por el pecado del origen (engendramiento) humana, el Papa afirmó que la concepción de María (realizada, de un modo sexual y personal, por la unión de varón y mujer) estuvo libre de todo pecado o, mejor dicho, fue un acto de purísima gracia. Al decir eso, la iglesia realizó una opción antropológica de grandes consecuencias, que aún no ha sido suficientemente valorada, superando una visión negativa del surgimiento humano, que se solía unir con el pecado.
Este dogma tiene un carácter pro-sexual: la cohabitación fecunda de Joaquín y Ana queda integrada en la providencia de Dios, es un gesto de gracia. La misma carne, espacio y momento de encuentro humano del que surge un niño (María) aparece así como ‘santa’, es decir, como revelación de Dios. Este dogma tiene un carácter genético y natal: el origen del hombre, con todo lo que implica de fecundación y cuidado de la vida que se gesta, viene a presentarse como revelación de Dios. En este contexto, la santidad está vinculada a la misma vinculación genética de los padres (a su amor total) y, de un modo especial, al surgimiento personal del niño (en este caso de la niña) que nace por cuidado y presencia especial de Dios.
Este «dogma» es inclusivo, no excluyente: lo que se dice de María puede y debe afirmarse de cualquier vida que nace. Toda historia humana es sagrada, presencia de Dios (es inmaculada, por utilizar el lenguaje del dogma), pero no por algún tipo de racionalidad abstracta, sino «en atención de los méritos de Cristo». Cada vida que nace es, según eso, una revelación del misterio mesiánico, abierto a la promesa de la Vida que es Dios.
Este dogma es anti-helenista, pues va contra aquellos que, en línea de espiritualismo o gnosis, suponen que «el mayor pecado del hombre es haber nacido» (Calderón de la Barca) en un mundo dominado por la culpa, condenado a muerte. Este dogma ha sido y sigue siendo causa de gran consuelo para muchísimos cristianos, que asumen como propio este misterio del origen de María: lo que en ella ha sucedido no se puede interpretar de una manera aislada, como simple excepción, sino que es garantía del valor más hondo de la fecundidad humana, en clave familiar, social, cultural. Desde ese fondo, sólo podemos hablar de Inmaculada Concepción si hablamos de Inmaculado nacimiento e Inmaculada educación, pues ambas cosas van incluidas en el surgimiento personal humano.
Conclusión
María es Inmaculada de manera personal, acogiendo la vida y cariño, la presencia y palabra que le ofrece los padres, y es Inmaculada de manera activa, respondiendo de forma personal al don de la vida que le ofrecen otros. De esta forma, la Inmaculada Concepción es signo de providencia histórica de Dios, que se expresa a través de los padres de María, a quienes la tradición ha concebido como plenitud de la historia israelita, y como signo de providencia personal de María, que a lo largo de su vida ha respondido a la gracia de su nacimiento.
Este es un dogma que se abre al conjunto de la historia humana, especialmente a la israelita, situándola a la luz de la gracia de Dios, en un sentido carnal, muy concreto. La santidad de Dios no se revela en un pensamiento o idea separada de la vida, sino en el mismo origen carnal de la vida. De manera sorprendente, este argumento encaja, desde una perspectiva confesional y religiosa, con los argumentos de una antropóloga judía como H. ARENDT, La condiciòn humana, Paidós, Barcelona 1993, sobre el carácter genético y natal del hombre. Yo mismo he desarrollado estas bases antropológica en Anropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006.