Fue en el año 1970 cuando un obispo africano, monseñor Makarakiza, arzobispo de Gitega en Burundi, en visita a Asturias ilusionó a varios sacerdotes diocesanos, junto con la delegación de misiones, para abrir un cauce misionero en su diócesis.
Y aquello ilusionó también a muchas parroquias de Asturias con pequeñas y grandes cosas, pero teniendo muy viva la presencia de Burundi en sus comunidades. Hace unos días me decía una mujer de Pola de Siero, que hoy trabaja en la solidaridad con Guatemala, que en aquellos momentos todo en la Pola a nivel de parroquia estaba orientado a Burundi.
Más tarde otros nos ilusionamos con el Quiché en Guatemala, y fueron muchas las personas de Asturias que conocieron la realidad de una Iglesia y unas gentes que vivían en situación de persecución por su condición de cristianos comprometidos.
La diócesis de Oviedo fue pionera en la presencia misionera de sus sacerdotes diocesanos. Hasta poco antes eran las órdenes religiosas las que llevaban a cabo el anuncio del Evangelio en los territorios de misión. Así le pasó a nuestro santo asturiano San Melchor de Quirós quien, con vocación misionera, entró en la orden de los dominicos para marcharse después para el Vietnam, donde alcanzó el martirio, pasando previamente por Filipinas.
Después fueron surgiendo institutos misioneros de sacerdotes, presentes hoy en muchas partes del mundo:
– 1921: IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras).
– 1948: las Misiones Diocesanas Vascas.
– 1949: OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana).
Fue hace 50 años cuando cogieron fuerza y consistencia las Misiones Diocesanas. La razón estuvo en la encíclica de Pío XII «Fidei donum», cuyo 50.º aniversario venimos recordando todo este año.
En ellas las diócesis son invitadas a enviar sacerdotes diocesanos en la perspectiva del «intercambio de vida y energía» entre las iglesias, así como la responsabilidad común de todos los obispos en orden a la misión.
El principio de las Misiones Diocesanas es el intercambio entre dos diócesis: se comprometen a colaborar estrechamente; ambas se enriquecen, ambas aportan, ambas reciben: nadie se puede mostrar por encima de nadie.
El sacerdote diocesano aporta la experiencia pastoral acumulada en su diócesis, recibe la frescura con la que se expresa la fe en iglesias más jóvenes, tiene contacto permanente con las gentes con quienes comparte su fe y necesita conocer la cultura del pueblo para poder inculturar el Evangelio. Las Misiones Diocesanas quieren ser lazos de unión entre dos iglesias, que se van enriqueciendo con el contacto permanente.
Ahí sigue nuestra presencia y compromiso en Benín y Ecuador.
La presencia misionera asturiana en Benín comenzó en 1986. Estamos en el norte del país, muy cerca de Togo. La zona en la que se trabaja se llama Bembereké, diócesis de D’Dali. Los cristianos son una minoría, Los misioneros son reclamados desde distintos poblados para establecer comunidades cristianas. Atienden unas cincuenta comunidades en poblados que visitan regularmente. El trabajo es de primera evangelización, en sintonía con la cultura y en gran esfuerzo para acompañar al pueblo en su desarrollo social y económico.
A partir de 1992, Asturias adquiere un compromiso misionero con la diócesis de Aguarico, en Ecuador. Se hace cargo de una zona que tiene como centro el municipio de Sachas. Hay otros núcleos importantes, como Cofanes y Eno. Desde ellos se atiende una extensión de 1.500 kilómetros cuadrados, con unos 50.000 habitantes, que forman un centenar de comunidades. Se trata de una zona de selva con explotaciones petrolíferas, con personas desplazadas de otras zonas de Ecuador.
Apoyemos, como siempre hemos hecho, a nuestras Misiones Diocesanas.
José Antonio Álvarez Álvarez es delegado diocesano de Misiones.