Marie permaneció 17 días con sus noches bajo los escombros de su miserable casita antes de ser rescatada con vida en Puerto Príncipe, Haití. Es el segundo caso más prolongado de supervivencia en semejantes circunstancias, después de Even Murcie con 27 días antes de su rescate. Marie es mujer, pobre, haitiana y estaba embarazada. Cuando ella y el hijo en sus entrañas fueron rescatados con vida, sólo pronunció esta palabra, Merci, Gracias. Gracias, sin duda, a los socorristas. ¿Gracias también a Dios?
Acerquémonos a ella, acompañémosla en esa terrible oscuridad asfixiante, suframos con ella ese conteo desesperante de 17 días y 17 noches, más de 400 horas, casi 24.500 minutos, minuto a minuto, minuto a minuto. Sólo ella desde su situación nos puede decir qué pensó de su Dios en todo esto. Tuvo que pensar en el Dios que le habían enseñado y debió colocarlo frente a toda su vida anterior desde niña, pobre, haitiana y ahora frente a este terremoto que cada minuto la tenía en agonía a ella y al bebé de sus entrañas.
Es posible que confundida y enojada increpara con gritos a su Dios, como lo hizo mi profeta preferido, Habacuq, golpeado por Nabucodonosor, por allá en el año 600 a.c. Tal vez protestó a gritos contra su Dios en su lengua materna, el creole, como aquel campesino latinoamericano que le gritó a su Dios cuando enemigos políticos reventaron contra las piedras las cabecitas de sus hijos, ante su mirada impotente: ¿qué, no oís la pobrería?- ¿ya no escuchás los rezos?- ¿o es que vos tambén te desterraron- de los mesmitos cielos? Ella, desde su situación, nos puede ayudar a los demás a plantearnos uno de los desafíos más dolorosos e inevitables de la existencia humana, el mal que padecemos y el Dios en quien creemos o en quien quisiéramos creer.
Soy un convencido creyente en el Dios revelado por Jesús de Galilea, a quien cada día agradezco el haber venido y habernos entregado su mensaje, que muchas veces se le ha tergiversado. Creo que Jesús es Dios y que nos cuenta lo que le oyó a su Padre. Jesús nos habló de cómo actúa su Dios. Nos afirmó que Dios actúa por amor y que cuando actúa lo hace para crear común unión, comunión en todo, porque ese Dios es comunión de amor.
La creación, por tanto, es linda y es buena, todo le quedó bien creado, los minerales, los vegetales, los animales, en cuya común unión quedaron impresas las huellas de ese Dios comunión. En el ser humano dejó, ya no las huellas, sino dejó impresa su misma imagen y su semejanza como un Dios comunión de amor, todos unidos en comunión de amor en una sola familia universal. Toda la creación es una común unión, una comunión, un Edén bueno y hermoso.
Todo eso, sin embargo, tiene una realidad inevitable que exigió a ese Dios asumir un doble riesgo, que él quiso asumir y que lo sigue asumiendo. El primer riesgo es consecuencia de que sólo Dios es Dios, todo lo demás no es Dios, aunque sea tan bueno y tan bello. Si la creación no es Dios, entonces es limitada y conlleva el riesgo de que pueda fallar, aunque esto suceda muy raras veces. Estas rarísimas fallas que Dios permite en su creación no serán definitivas ni totales porque Dios sigue acompañando a su creación y la ayuda a que siga bien su marcha.
Sucede algo único. El Dios revelado por Jesús no quiere hacer él solo este acompañamiento. Llama al ser humano a que sea su colaborador. Le pide que su colaboración sea por amor porque él es amor y porque su obra es el amor hecho creación. Le pide amar. Amar a Dios con agradecimiento y alabanza y amar a toda la creación con solidaridad. Son dos amores convergentes, al amar a uno está amando al otro, si no ama al uno, no ama al otro. Además este amor tiene una medida, amar como Jesús sabe amar.
Con ese amor y a esa medida, Jesús invita al ser humano a acompañarlo continuamente en la obra de la creación, buena y bella, comunión en crecimiento, donde el ser humano forma una sola familia con amor entre sí y con todo el resto de la creación. Jesús llamó a esta maravillosa realidad de amor, el reino de Dios, el reino del amar.
Y aquí viene el segundo riesgo que el Dios revelado por Jesús quiso asumir, porque amar es una decisión libre. Uno no ama si no es libre. El Dios de Jesús hizo libre al ser humano y lo llama a que por amor y con libertad sea su colaborador en la obra de la creación y le da la capacidad de ser un buen colaborador. Pero este es el otro riesgo, que también puede usar mal su libertad y puede dañar la creación y el reino. Cuando esto suceda, la culpa no es de Dios, de ninguna manera. La culpa es del ser humano, este es el responsable. Dios sólo lo permite. Dios ha puesto en el ser humano sus propias decisiones (Eclesiastés 15:14-Vaticano II, G.S. 17). Si el ser humano es el responsable del daño, él es igualmente responsable de arreglarlo.
Dios está con él para ayudarle y que donde abundó el daño, superabunde la solución. El ser humano es el culpable de muchos de los daños de la creación. Es aterrador ver las noticias de las catástrofes en terremotos, temblores, cataclismos, derrumbes, inundaciones. Siempre a los pobres les toca la peor parte. ¿Es coincidencia? ¿Es castigo de dios, de cuál dios? No nos digamos mentiras. El ser humano es el culpable. Viene dañando la creación y la deteriora más y más. Son daños concomitantes con efecto de dominó, un daño causa varios daños en cadena. Lo bueno es que el ser humano más y más va venciendo algunas fallas de la creación y va logrando y previniendo algunas soluciones. Lo malo, y esto también es falla humana, es que estos adelantos son sólo en beneficio de unos muy pocos.
Las noticias siempre nos muestran a los empobrecidos como víctimas. Sus casitas son inestables, sus barrios están en sitios marginados que no tienen la mínima infraestructura, sus calles invitan a la tragedia. El ser humano es culpable de que estas soluciones no sean para todos.
El Dios de Jesús exige que trabajemos para todos. Esta es la esperanza y este es el desafío y la exigencia en Haití, un pueblo admirable. Este pueblo fue capaz de rechazar la opresión francesa del poderoso Napoleón y rechazó la expedición británica de 60.000 hombres. Fue el segundo país en América que proclamó su independencia antes que los otros países. Lo malo fue que vencida esta opresión, un reducido grupo interno los volvió a oprimir con salarios de hambre para obtener que el capital del opresor se doblara en sólo diez años y luego en sólo tres años.
Tierra hoy casi improductiva, en el siglo dieciocho producía el 50% del producto de Francia, y a Europa le producía el 60% del café y el 40% del azúcar. Ahora hay niños que comen al día sólo medio plátano revuelto en agua impotable, como yo lo pude ver. Volvamos a lo mismo ¿Dónde estás Dios ahora?, ¿que no oís la pobrería?,- ¿ya no escuchás los rezos?- ¿o es que a vos tambén te desterraron- de los mesmitos cielos?
En medio de las ruinas de Haití quedó en pié un crucifijo. Esa es la realidad. Jesús sigue crucificado en su pueblo haitiano, más exactamente, el ser humano sigue clavando en la cruz a Jesús en el pueblo. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo se le continúa quitando a Jesús en su pueblo el pan, el agua, el vestido, la salud, la libertad, la casa, el salario, elementos básicos que el ser humano necesita? La respuesta mundial esta vez está siendo dinámica y esperanzadora.
Estamos retomando nuestra corresponsabilidad en la creación, reparando lo que por acción o por omisión, directa o indirectamente hemos venido contribuyendo a dañar. Es que el Dios comunión de amor revelado por Jesús de Galilea sigue presente y está actuando. Permitió que la creación fallara en Haití, es el riesgo. Pero está presente y actúa para que esa creación siga su marcha y sea mucho mejor. Esto lo hace junto a su colaborador el ser humano. No se arrepiente de seguirlo invitando y de seguir actuando con él. Le hemos fallado, es el riesgo que va junto con nuestra libertad. Mas ahora podemos ser sus magníficos colaboradores en la marcha de la creación. Esta es la posibilidad que ese Dios nos regala para colaborarle por amor en el ejercicio del regalo divino de nuestra libertad.
Nuestra positiva colaboración hará que los pueblos glorifiquen y santifiquen al Dios comunión de amor revelado por Jesús de Galilea. Con esta clase de seres humanos se seguirá construyendo el reino del amar que le pedimos nos envíe, pues esa es su voluntad en la tierra como es en el cielo, porque el cielo es Dios comunión de amor. ?l a todos nos da el pan de cada día y nos ayuda a no caer en la tentación de dañar la creación y de romper el reino y nos libra del maligno porque con el reino todo nos viene por añadidura. Puesto que quiso correr el riesgo de que le podemos fallar, nos perdona cuando perdonamos a los que nos fallen, y nos ayuda a no fallarle más en adelante en el acompañamiento de su creación y en la construcción del reino.
Todo esto es un milagro de ese Dios Comunión de amor. Milagro es que en el mundo el bien sea mayor que el mal. Milagro es la vida, porque es más milagro conservar la vida que resucitar muertos. Milagro que sólo hace un Dios que es todopoderoso porque es todobondadoso y hace salir el sol sobre los buenos y sobre los no buenos. ?l es bueno con nosotros, no porque nosotros seamos buenos, sino porque él es bueno. Además, es admirable que cuando todo falla, él hace milagros palpables porque a su amor nada ni nadie lo detiene.
Marie es un milagro de su amor todobondadoso. Estos milagros no dejan a un lado nuestra corresponsabilidad sino que nos invitan a que nosotros seamos parte de esos milagros, como lo fueron los socorristas de Marie. Más exactamente, nos invitan a ser colaboradores permanentes con el Dios comunión de amor en el acompañamiento de la creación y en la construcción de su reino.
Perdónanos, Marie, porque le hemos fallado a Dios cuando te hemos fallado a ti y a tu pueblo. Tú, tu bebé y nosotros vamos a seguir colaborando con ese Dios comunión de amor en la marcha de la creación buena y bella y cuando esta falle vamos a ser parte de la solución como nos lo pide el amor y nos lo exige el buen uso de nuestra libertad. Sí podemos, porque el Dios comunión de amor revelado por Jesús de Galilea está con nosotros, nos hace sus buenos colaboradores para acompañar la creación y para construir el reino. Este Dios sí merece que le digamos con mucho amor, Merci, Gracias.
(Información recibida de la Red Mundial de Comunidades Eclesiales de Base)