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HACIA UN DESARROLLO ECONÓMICO SOLIDARIO Y DURADERO

Publicado en

Taizé

Michel Camdessus, especialista en cuestiones económicas mundiales, antiguo director del Fondo Monetario Internacional y, entre otros cargos, miembro de la Comisión Pontificia Justicia y Paz, pasó dos días en Taizé con su esposa para ayudar a reflexionar a la comunidad y a los jóvenes sobre los desafíos económicos mundiales. A continuación se reflejan algunas de las ideas formuladas en los talleres:

Un crecimiento económico continuo, ¿es compatible con una gestión responsable de los recursos mundiales? ¿Qué vías existen para un desarrollo sostenible y solidario del planeta?

Nuestras sociedades son cada vez más conscientes de la necesidad de preservar los recursos naturales del planeta y de promover nuevas formas de desarrollo. Por otro lado, se habla constantemente de reactivar la economía a través del crecimiento y el consumo. ¿No existe contradicción entre ambas?

Tras estos interrogantes subyacen las reivindicaciones ecológicas, las inquietudes sobre el ritmo del desarrollo, los agujeros de la capa de ozono y la toma de conciencia de la necesidad del desarrollo sostenible, que es un concepto casi constitucional de la humanidad, con las cumbres de Río en 1992 y de Johannesburgo en 2002. Quisiera comenzar diciendo: ¡Aleluya! Es importante que la opinión pública mundial se dé cuenta de que el crecimiento económico, la acumulación de bienes en el Norte y en el Sur, no es globalmente el objetivo en sí. El mundo no era consciente de ello en 1950, es algo nuevo. Ello puedo facilitar un cambio de rumbo indispensable, que movilice no solamente a los estados, sino a toda la sociedad.

Sin embargo, es preciso matizar. Periódicamente, en el transcurso de su historia, la humanidad ha temido que de repente los recursos se agotaran, y que los recursos disponibles no correspondieran con el número de personas por alimentar. Fue la gran preocupación de Malthus: limitemos el crecimiento demográfico, de lo contrario no habrá bastante para cada uno. Lo llamativo de lo que estamos viviendo –una reacción que requiere un cambio de civilización– es el habernos dado cuenta de que la idea del desarrollo económico en el que nos basábamos era sumamente corta e insuficiente. Al principio de los años 1950 es cuando se comenzó a hablar de desarrollo respecto a los países pobres. El modelo de desarrollo querido, deliberado, organizado de entonces no era más que el modelo soviético, la planificación cuantitativa. Se pensaba: «Produzcamos más. Al ser más grande el pastel habrá más para cada uno.» Y con eso bastaba. Hoy nos damos cuenta hasta qué punto era insuficiente.
Salir del endeudamiento

Otra insuficiencia de la que sólo nos damos cuenta ahora: en el transcurso de los últimos 25 años, en muchos países de Europa, se ha buscado la solución a nuestros problemas en el endeudamiento, en el déficit público. Muchos economistas llamaban a eso keynesianismo, visión desviada del pensamiento de Keynes, dicho sea de paso.

Tomar en cuenta al ser humano en la economía implica que no impongamos desde ahora a las siguientes generaciones, la de nuestros hijos que mal educamos y maltratamos, el peso del reembolso de nuestras frivolidades de hoy. Se lo digo a mis compatriotas: en este momento, en Francia, sólo el reembolso de la deuda que hemos acumulado en los últimos 25 años absorbe el conjunto del impuesto sobre la renta. Los franceses encuentran ese impuesto demasiado pesado, pero se destina íntegramente a rembolsar la deuda. Resulta penoso para nosotros hoy, pero lo será más todavía para la siguiente generación, sobre todo si continuamos endeudándonos más. Les entregaremos un universo más estrecho. En vez de poder gastar más para preparar su propio futuro, para ser más generosos con el resto del mundo, para hacer frente a los cambios en el ámbito de la salud relacionados con el envejecimiento de la población, para pagar nuestras propias jubilaciones, deberán apretarse todavía más el cinturón. Como sabemos ya que deberán enfrentarse con las cargas relacionadas con el envejecimiento de la población, deberíamos legarles una situación financiera mucho más sana.

Aunar crecimiento, cohesión social y conservación del medio ambiente

En la base de la reivindicación del desarrollo sostenible, está la percepción de que la economía debe humanizarse, para estar al servicio de los hombres de hoy y de mañana. Debe hacerse compatible con la cohesión social y con la conservación del medio ambiente. Así se desprende claramente del estudio de la comisión de la señora Brundtland, a la sazón primera ministra de Noruega. El estudio decía que la economía, en vez de tener un solo motor, el crecimiento y la acumulación de bienes, deberá tener los tres motores siguientes: el crecimiento, la cohesión social a través de la economía y la conservación del medio ambiente y de las generaciones futuras. La economía llega a ser como una troika. El problema es que los tres caballos arrastran la carreta cada cual por su lado. Es preciso el crecimiento, pero se tiene que limitar para preservar a los seres humanos de hoy y de mañana, es preciso preservar el medio ambiente, pero también es preciso producir suficientemente porque el problema de la pobreza es actual. Es preciso, pues, ir hacia una nueva concepción, y un planteamiento de la economía más complejos, que integren más profundamente la preocupación del hombre de hoy y de mañana.

Mucha gente por ideología comienza a decir que lo único que hay que hacer es no crecer más; abogan por el crecimiento cero: retirarse en algún lugar con algunas cabras. Pero se nos ha dado el mundo como una creación destinada a ser desarrollada. Tenemos que hacer frente a la humanización del mundo, que pasa también por la lucha contra la pobreza. La mayor contaminación son los rostros de pobreza por el mundo. Por ello el mundo tiene que crecer cuantitativamente, aunque sólo sea para hacer frente al problema inmediato de la pobreza allí donde vivimos y en otros lugares. Hay que adoptar una línea de cresta. Se nos dirá: crecer, de acuerdo, pero lo menos posible. ¿Dónde está el límite? Resulta difícil encontrar el límite. Lo que sabemos es que a partir de un cierto nivel de escasez de crecimiento cohesión social peligra seriamente. En Francia, por ejemplo, la tasa de crecimiento que puede ser mantenida sin desatar la inflación se sitúa en torno al 2,25%. Si quisiéramos preparar bien el futuro, mejor financiar nuestras propias jubilaciones – puesto que viviremos 95 años en lugar de 60, que era la esperanza de vida, cuando se comenzó a crear el sistema de jubilaciones en Francia – si queremos hacer frente a los gastos de salud que están creciendo de manera extraordinariamente rápida– tendríamos que crecer alrededor del 3%. Ahora bien, en cuanto se llega entorno a un 1,5% de crecimiento la cosa comienza a tambalearse. El Estado se siente tentado a hacer cualquier cosa para estimular el crecimiento, estimular por ejemplo su propio consumo para dar la impresión que hace cosas, pero a costa de las siguientes generaciones. Si el crecimiento no llega a un estiaje mínimo no se logra hacer frente a los problemas de la cohesión social, de la paz social.

Ello muestra que en las sociedades complejas contemporáneas es preciso llegar a este ajuste, pero sobre todo a todas las disciplinas de sociedad, que están detrás. Uno se convence fácilmente de que hay que acabar con la tendencia a cargar las espaldas de la siguiente generación, la cual está ya muy maltratada: si analizamos el problema de la cohesión social, veremos que la juventud es la víctima de la principal injusticia.

El consumo no es el único motor de crecimiento

Se trata de saber cómo salir de esa ecuación demasiado estrecha crecimiento/consumo, que en realidad no es exacta. Existen otros motores del crecimiento: la inversión en la preparación del futuro, el apoyo a los países pobres – cuando les apoyamos, compran nuestros productos y se crea un círculo virtuoso de desarrollo. No es pura teoría, el ejemplo de Irlanda lo demuestra. Cuando Irlanda entró en la Unión Europea, la apoyamos vigorosamente y en la actualidad es el país más rico por habitante, su prosperidad nutre nuestra prosperidad. Es hacia esos modelos de crecimiento que hay que ir, conciliar un espíritu de mayor solidaridad y de frugalidad con más audacia con un enfoque más mundial de los problemas que se plantean en nuestros países en las estrechas ecuaciones de nuestras políticas nacionales.

Este modelo de desarrollo económico pasa por una gestión responsable de los recursos del planeta. Es irresponsable administrar algunos recursos del planeta como lo estamos haciendo hoy. Claro, se gana mucho dinero vendiendo madera de los bosques del Himalaya, de la Cuenca del Congo y del Amazonas. Pero es irresponsable, estamos arruinando el futuro de esos países y ya estamos viendo las consecuencias ecológicas. El camino del desarrollo duradero pasa por el camino de la solidaridad. Se dice desarrollo sostenible y solidario, pero en realidad es sostenible porque es solidario.

Nuestra generación y las que nos seguirán, están llamadas a gestionar este mundo, es preciso que sean ambiciosas y acepten el riesgo del Creador. El Creador tomó un gran riesgo creando al mundo. Nosotros mismos hemos de aceptar el riesgo de ser creadores de un mundo nuevo. Es esencial que no desanimemos a los jóvenes, abrumados por la complejidad, la incomprensibilidad del mundo. Hay que animarles a que tomen riesgos, a que acepten la utopía. Me explico sobre esta palabra peligrosa, a partir del momento en que uno la pronuncia, la gente dice: «es un soñador, tranquilicémonos, escuchémosle educadamente, ello no nos compromete.»
Utopías cuya realización sea verificable

Creo que hay que dejar que los jóvenes encuentren sus propias utopías sugiriéndoles simplemente que velen por que sean utopías cuya realización sea verificable. Una buena utopía fija un calendario y puntos de encuentro cada año, para que lleve aparejada una disciplina de acciones conjuntas. Se puede tener una visión ambiciosa del mundo con la condición de que esté vinculada a una disciplina de acción y de verificación.

He tenido algunas experiencias de ello en mi vida: es importante caer en la cuenta de que finalmente cuando partimos hacia una utopía con ese tipo de disciplina, realizar una utopía es empujar una puerta abierta. La gente está dispuesta a lanzarse, a caminar, a contribuir a cambiar un poco el mundo. Algo que percibo aquí al escuchar a los jóvenes es que nosotros le asustamos, les decimos demasiado que todo está corrompido, que está acabado el mundo. No, el mundo apenas ha comenzado, tenemos que hacerlo, las generaciones que nos han precedido se encontraban en situaciones que no eran más claras que las nuestras hoy en día. Más allá del plano de la sabiduría humana en el cual me sitúo en este momento, tenemos una esperanza, hay que avanzar, ¡no tenemos otra opción!

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