«Reclamar el derecho que nos corresponde como creyentes a participar en la elección del obispo es digno de elogio», sostiene el autor. A ver, un poco de orden en las ideas. Nada de lo que voy a decir tiene la importancia del sufrimiento y el miedo que la crisis está provocando entre tantas familias y muchos grupos sociales.
Si ahora me voy a referir a cuestiones eclesiales, o quizá eclesiásticas, y en particular a ese vaivén sobre un nuevo episcopado ‘vasco’, por más señas, en la diócesis de Bilbao, no se me olvida que socialmente es un asunto menor.
Sin embargo, eclesialmente, opino que hoy tiene más significado que importancia, pero que llegará el día no lejano en que ‘pueda’ ser importante. Y utilizo el ‘pueda’, subjuntivo, para indicar una posibilidad probable que está por ver.
Pero retomemos la cuestión. Unas setecientas personas, católicos de toda condición, escriben al nuncio en España, monseñor Fratini, que se tenga en cuenta a la Iglesia diocesana de Bilbao en el nombramiento de un nuevo obispo titular, en sustitución de don Ricardo Blázquez. La carta, con buen tono y criterio, apela a las posibilidades ofrecidas por el actual Derecho Canónico, menciona la historia que pudo explicar anteriores modos de elección, «vigentes, hasta hoy, por cierto», y recuerda que es el espíritu y la manera de proceder de esa Iglesia de Bilbao en anteriores ocasiones, desde los años del Concilio.
Eso sí, con poco éxito, pues «los nuncios anteriores a usted -escriben-, o rechazaron dichas intervenciones o, aun aceptadas, no las tuvieron de hecho en consideración». En consecuencia, vuelven a reclamar que se «facilite el ejercicio del derecho a participar en la designación de su Pastor (…), consultando directamente a los órganos de comunión y responsabilidad oficiales de la propia Iglesia diocesana, (??) sin secretismos, y sin juego de intereses que no sean los evangélicos».
Ustedes conocen la carta. No es cuestión de repetirla. Y ustedes ya tienen en la mente otros detalles. El primero, que la Iglesia diocesana de Bilbao tiene un obispo, don Mario Iceta, hasta ayer mismo auxiliar de don Ricardo. Cualquier niño comprende que la Iglesia de Bilbao, la representada en esta carta, ¡muy numerosa!, quiere decidir sobre la continuidad de don Mario como titular de la d iócesis. Cabe suponer que no lo elegirían, pero la carta sólo dice que quieren que se facilite el ejercicio del derecho que a la Iglesia local le corresponde. Luego ‘el que tenga oídos para oír, que oiga’, y antes de juzgar las intenciones de otros, que reconozca las propias. ¿Son más dignas?
Es evidente que la cuestión de las personas, ‘quién sea el obispo titular’, importa mucho; pero sería estúpido negar lo fundamental; y lo fundamental es pedir que se facilite el ejercicio del derecho a participar en la designación de «nuestro» obispo. En las refriegas ideológicas o de palacio, cuesta verlo, pero es así. Porque, ahí es donde se juega el ser o no ser de la realización de la Iglesia como comunidad de los iguales en dignidad fundamental por el Bautismo. ¡Lo que ella dice de sí misma!
Y, lógico, además, porque en sociedades de derechos humanos como las nuestras, con el alto grado de conciencia sobre ellos, ¡desigual, pero alto; ay, de los hechos, y ay, con los débiles!, alegar que la Iglesia no es una democracia es pinchar en hueso. La Iglesia es más que una democracia, es una fraternidad de los iguales en dignidad, donde, si alguno destaca en su ‘ministerio’, lo es por su facilidad ‘objetivada’ para el servicio, honestidad de vida, fe probada, cercanía a los débiles y ejercicio diáfano del ‘poder’ encomendado. Y, ¿qué mejor refrendo sobre si algo de esto se da en un obispo que el que puede ofrecerle su Iglesia diocesana? Lo lógico es que nos lo digan los otros, ¿no? O es que caminos tan secretos y personalistas como los actuales ¿darán en los resultados lo que no se ha practicado en los medios? Ardua tarea para el Espíritu, ¿no?
Ya sé que el debate versará sobre ‘nacionalismo sí, nacionalismo no’; o cuál, o cuánto, o que ninguno. O de otro modo, que si Rouco sí, que si Rouco no. Está ‘bien’ esa discusión. Aclara algo para hoy. Cada detalle, a su modo. El segundo, mucho. Yo creo, sin embargo, que reclamar el derecho que nos corresponde como creyentes a participar en esa elección, donde sea que se dé el caso, es digno de elogio.
Y allá cada cual si cree que esta anomalía histórica y moral, sí, moral, la resuelve el Derecho Canónico, o un cardenal ‘ideando’ el futuro de la Iglesia española para veinte años, o mil carreras por los pasillos del Vaticano, buscando ‘enchufes’. Y es que hasta las piedras gritarían lo mejor de la tradición de Jesús, Jesucristo, si esta gente u otra callara sobre lo que debemos mejorar claramente a la luz del Evangelio. ‘El que tenga oídos para oír, que oiga’. Paz y bien.