Puede que muchas personas no sepan quién es Tomasito. No es una persona famosa, no ha salido en televisión ni en la prensa. Ni siquera era muy conocido en su ciudad, Bilbao.
Tampoco ha sido una persona ejemplar. Toxicómano toda su vida, igual que toda su familia, ha vivido en la calle hasta hace unos años, sustentándose del dinero que sacaba robando y vendiendo droga a otras personas.
Por ser justos, ni siquiera era una buena persona. Seguramente pudo hacer bastante más para ayudar a compañeros suyos que fallecieron en un incendio hace tres años.
No, ciertamente, Tomasito no era en absoluto una persona ejemplar ni importante para nuestra sociedad. De hecho, Tomasito representa todo lo que nuestra sociedad considera despreciable.
Y, sin embargo, le hemos querido como a alguien de la familia, y lloramos con abatimiento el vacío que nos deja.
Tomasito acumulaba varias enfermedades mentales tras una de las vidas más duras que se puedan imaginar. Con una especie de demencia senil prematura, era como un niño de 45 años, pero heroinómano y ladrón. Por razones diversas que ahora costaría explicar, nuestra relación con Tomasito fue más lejos de lo aconsejable para una asociación que trabaja con personas sin hogar. Muchas personas afirmábamos que nuestra asociación, la Posada, no tenía medios para cuidar de alguien como él, que nos obligaba a tener una presencia en el piso mucho mayor de lo que nuestras fuerzas nos permitían. La salud de algunas personas se ha resentido por ello.
Sin embargo, terco e hiperactivo, ahí estaba siempre, reclamando atención, ya sea preguntando cosas o montando una de las suyas.
Cuántas veces le hemos mirado con ganas de matarlo. Cuántas veces hemos tenido que salir de la casa a hurtadillas para que no nos siguiera, y pensando ‘no puedo más’. Cuántas veces nos hemos abochornado al ver que robaba cosas a personas amigas. No, ciertamente, Tomasito no era una persona ejemplar.
Sin embargo, había en él algo entrañable. Tomasito aprendió a abrazar en la asociación. De alguna manera, cuando, vencido, aceptaba con docilidad que le pusiésemos el pañal por la noche tras haberse pasado la tarde negándose a ello, uno sentía que algo se reconciliaba en el mundo. La gente es capaz de ayudarse sin mirar los delitos que ha cometido la otra persona. La gente es capaz de dejarse ayudar aún sabiendo que, perdiendo su rebeldía, pierde la única honra que le queda en este mundo. No es fácil quedarse desnudo ante otros cuando uno intuye que representa lo que la sociedad desprecia. Y Tomasito lo hacía. Eso sí, muy de vez en cuando.
Muchas personas han conocido a Tomasito. Hace poco visitó Jerez, en un viaje relámpago y milagroso. Alguna persona voluntaria le venía a visitar periódicamente para pasear con él, y muchas otras personas han podido acercarse a la Posada y conocerle. Amparo y Patricia le tomaron inexplicablemente casi como un hijo adoptivo y le acompañaron todo el tiempo, hasta sus últimos momentos. Javi y otras personas hemos llorado por no llegar a tiempo a despedirnos de él.
Es de noche. Hoy por la mañana Tomasito aún respiraba. Ha sido un tipo con suerte y creo que ha vivido bastante feliz los últimos seis años de su vida. Cuidado y querido. Creo que, en el fondo, muchas personas nos sentimos aliviadas al saber que ha muerto en casa. Su degeneración física y mental seguía avanzando y pronto hubiera sido inevitable su traslado a otro lugar.
Miro por la ventana las luces de la ciudad. La gente no sabe que ha muerto Tomasito. No era nadie. Al menos, no era nadie importante. Quizá por eso, todos somos Tomasito. Pienso que, en realidad, si lo pensamos bien, no somos mejores personas que él. Nos pasamos la vida queriendo añadir un codo a nuestra estatura de mil formas posibles; y sin embargo no somos más importantes que estas gotas de lluvia que caen ahora en la noche.
Siento que Tomasito nos mira y se ríe, triunfante. Qué cabrón.