Enviado a la página web de Redes Cristianas
El capitalismo salvaje ha encontrado en la globalización el medio perfecto para propagarse por todo el orbe, esquilmar los recursos naturales y doblegar y exprimir a las clases medias y bajas. Con la implementación del modelo neoliberal, el poder económico ha instaurado una nueva forma de esclavitud y pobreza a nivel mundial.
No hay corporación que se precie que no ande ojo avizor, en cualquier rincón del globo, en busca de flexibilidad, productividad y beneficio. Estos entes económicos, sin rostro ni alma, actúan como los insectos: vuelan de flor en flor para succionar con fruición su néctar. Su avidez les incita a deslocalizar sus centros de producción, de un país a otro, en busca de exenciones fiscales, subvenciones, mano de obra barata y derechos y obligaciones menguados. A tal extremo hemos llegando que, a sabiendas de que la necesidad es grande y el trabajo un bien escaso, deciden el lugar de sus producciones en función de las condiciones que ofrezca un país u otro, previa subasta a la baja de los costes.
Vivimos en un mundo dominado por la economía especulativa al servicio de los poderosos; un mundo donde las reglas de juego las marcan las grandes corporaciones empresariales y financieras, convirtiendo al poder político en títere útil y manejable a su servicio; un mundo donde una elite poderosa y sin escrúpulos acapara la mayor parte de la riqueza mundial, condenando al resto a la precariedad y la miseria.
Pero, cuidado, expertos del G20 ya avisan del fracaso del actual sistema económico, de la ineficacia del libre mercado. Es verdad que este sistema insostenible e injusto les ha funcionado durante un tiempo, pero ya se les está volviendo en contra. Por el bien de todos, hay que volver a la regulación, devolver el protagonismo a los Estados y a establecer normas internacionales más sensatas y justas para que la economía, en un mundo global, esté al servicio de la población mundial y nos permita a todos una vida más digna.