Mientras unos se sienten perseguidos y cuestionados en sus privilegios, otros vibran complacidos porque son mirados con bondad en sus necesidades…(Marco Antonio Velásquez).
Con la restricción en el uso del título honorífico de ?monseñor??, el papa Francisco está llevando a la Iglesia Universal por un rumbo más evangélico, alejándola del espíritu mundano que fue asimilando a través de la historia. Es un paso modesto, pero significativo, porque constituye una señal clara del retorno a su raíz original; es también un paso decisivo para construir esa ?Iglesia pobre para los pobres??.
Los títulos nobiliarios son muchos en la Iglesia, algunos fueron eliminados especialmente por Paulo VI, pero quedan otros que son resabios de un pasado. Excelencias, eminencias, reverendos (quien debe ser temido y respetado), monseñores (mi señor) y otros, son títulos y apelativos que buscan segregar y acentuar diferencias, junto con afianzar privilegios adquiridos y concedidos.
En la Iglesia la adquisición de privilegios sociales y políticos comienza con el Edicto de Milán, promulgado por el Emperador Constantino en el año 313, que declara al cristianismo como religión oficial del imperio romano. Este es un hecho determinante que le otorga a la Iglesia un nuevo lugar en la historia, donde los cristianos pasan de ser perseguidos a privilegiados. Comienza así un largo tiempo donde la Iglesia asimila para sí la estructura de gobierno imperial, aquella que José Comblin sitúa como causa de la pérdida de la noción de Pueblo de Dios. Un momento cumbre de este prolongado y oscuro proceso de asimilación del modelo monárquico piramidal es el Dictatus Papae que en 1075, en tiempos del papa Gregorio VII, resume los principios que confieren a la autoridad pontificia la plenitud del poder político y religioso. En este largo proceso se consolidó la dimensión jerárquica de la Iglesia, acentuando el poder político por sobre el servicio.
La amplitud de este tiempo es tan vasta que se prolonga hasta el Concilio Vaticano II, que quiso restaurar la autocomprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios. La porfía de la historia hizo del Concilio una breve primavera, sucedida por un largo invierno eclesial, interrumpido recientemente por la fuerte irrupción del Espíritu de Dios, manifestado en la elección del papa Francisco.
Como fruto de este kairós comienzan a quedar en evidencia muchos contrastes que no eran visibles hasta hace muy poco tiempo. Cuando la autoridad del papa Francisco se rodea de los signos de la sencillez y del más genuino espíritu de la caridad cristiana, comienza el Pueblo de Dios a redescubrir la fuerza y elocuencia de la ternura, de la acogida y de la solidaridad. Entonces, se actualiza y realiza en la Iglesia la profecía del Magníficat:
?Mi alma canta la grandeza del Señor, ?? porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. ?? el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ?? Su misericordia se extiende de generación en generación … Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos … Socorrió a Israel, ?? acordándose de su misericordia, ??» (Lc 1, 46-55).
Se inaugura entonces el tiempo de la misericordia, aquella que deja al descubierto a los soberbios, a los poderosos, a los ricos y que exalta a los pequeños, a los que temen al Señor, a los humildes y a los hambrientos. Mientras unos se sienten perseguidos y cuestionados en sus privilegios, otros vibran complacidos porque son mirados con bondad en sus necesidades.
Al encenderse la luz de la misericordia y de la sencillez en la Iglesia quedan ridiculizados los títulos y los boatos que, como mudos testigos de un pasado sombrío, recuerdan privilegios y potestades que dividían al Pueblo de Dios en una sociedad de castas que contradecían la esencia del Evangelio, porque al fin y al cabo, todos somos hijos de Dios.
www.reflexionyliberacion.cl