Enviado a la página web de Redes Cristianas
Y el escándalo lo voy a sintetizar en una breve reflexión en cuatro escándalos monumentales:
Escándalo social
» » económico
» » político
» » católico (para mí, el más grave)
El escándalo social lo resumo, sobre todo, en la desigualdad. El otro día escuché a una candidata de Madrid, después de preguntar a su contrincante político y televisivo, en el momento, decirle: «pues no, no gana mucho». El político que ganaba poco había ganado 126.000 euros el año pasado, 2014. (¡Claro!, la otra candidata había ganado casi 400.ooo) ¿Los políticos saben qué es lo que gana la mayoría del pueblo?
Yo, por ejemplo, que soy cura, párroco, tengo cuatro licenciaturas y un master, gano el 10% de ese político «pobretón». Y la gente de a pie, muchos, la mitad de lo mío; y los que están más de dos años en el paro, 25% de todos los parados, que son casi seis millones, viven de la ayuda de sus padres, o abuelos, y de Caritas. Con esta realidad, que ha mejorado poco, como un 1%, ¿todavía se atreve el presidente del Gobierno a hablar de mejoría económica, de la envidia de Europa, y otras monsergas? ¿Qué idea de nación tienen nuestros políticos, y los de Europa, el conjunto geográfico, la nómina de grandes empresas, los movimientos de bolsa, las ganancias de los bancos, o, por el contrario, piensan en la gente, uno a uno de los ciudadanos, y catalogan el buen andamiento según el índice bursátil, o según el nivel de nutrición, de asistencia sanitaria y de enseñanza de la población? ¿Se puede parecer la calidad de vida del que gana menos de 500 euros al mes, -más de dos millones de ciudadanos, y menos de mil, unos 15 millones-, con los que ganan más de 10.000 mensuales?
El Escándalo económico. La demasiado traída y llevada antítesis entre la macroeconomía y la pequeña economía, o economía doméstica y familiar, esconde una gran trampa. Las cifras de la exportación, de la solvencia financiera, de la fiabilidad crediticia, los índices bursátiles, no pueden esconder que la clase media española se está viniendo estrepitosamente abajo, y las clases bajas tienen, cada vez, menos poder adquisitivo, descendiendo vertiginosamente los peldaños que la conducen a la miseria. De las 17 autonomías españolas, 13 están entre las más deprimidas económicamente de Europa, mientras nuestros bancos y grandes firmas constructoras son de las más potentes y lucrativos. Pero la productividad es baja, a pesar de que la reforma laboral del Gobierno pretendía dar incentivos a los empresarios, a costa del sacrificio de los trabajadores en sueldo, condiciones de contratación y despido, justamente para conseguir una productividad competitiva. En algunas, pocas, empresas, eso sucede, pero no para tirar cohetes. Pero tenemos una de las mayores riquezas de España, como es una agricultura excelente, mal protegida, e injustamente tratada por las autoridades económicas para el primer productor, que es el agricultor, mientras se forran los especuladores intermediarios. Y, entre tanto, mimamos el turismo, que da dividendos, pero implica unos condicionamientos no siempre seguros ni recomendables.
El escándalo político. Si el mundo de la Política hace tiempo que no venía entusiasmando a la gente, con este Gobierno hemos llegado a una situación de verdadera indignación y vergüenza. Por lo menos para las gente de las clases más bajas. Ayer me decía un taxista que si el PP conseguía en estas elecciones un solo voto, él lo consideraría inmoral y vergonzoso. Me refiero a estas elecciones, que se celebrarán pasado mañana, es decir, en el futuro más próximo. Sé que todos los partidos políticos tienen sus trapos sucios, pero yo me refiero ahora no a lo que ha pasado, sino a la situación de muchos de los que son candidatos, es decir, al más virulento presente de muchos de nuestros políticos. Los escándalos son tan evidentes e irrefutables, con documentos gráficos y sonoros que los testifican, que hay que pedir responsabilidades a los que, desde lo alto, los presentan como candidatos.
Tomemos el ejemplo de los municipios de Madrid y Valencia. De Esperanza Aguirre ya escribí en mi artículo «El ángel de Esperanza», aunque olvidé el esperpento de su encontronazo con agentes de movilidad, de los que ahora, si saliera elegida alcaldesa, sería su jefe máximo. Luego ha pasado lo de la infiltración de su declaración de la renta, algo inaceptable, pero en todos los casos; y ella no le daba la misma importancia al hecho cuando los perjudicados eran otros. Y en la alegre y bulliciosa Valencia, si es verdad tan solo el 10% de la información que nos está ofreciendo «La sexta», con los últimos escándalos del alcalde de Játiva, -a pesar de todo, otra vez candidato, y no por cuenta propia, sino del PP-, y de las grabaciones que implican a Rita Barberá, y a la empresa de su sobrino, se le cae a uno la cara de vergüenza cuando el presidente del Gobierno, también del PP, pero sobre todo presidente de todos los españoles, gritó a pleno pulmón, en la plaza de toros valenciana, sin hacer alusión alguna a la corrupción, eso de «Rita, eres la mejor»; y se quedó tan pancho. Siempre me había parecido Rajoy hombre serio, y nada frívolo, pero ahora se me ha caído del pedestal.
Escándalo católico. He afirmado en el índice de estos puntos escandalosos, que éste era el peor. Por dos motivos: porque es el que más me atañe, por mi condición de cura-párroco, y porque el catolicismo español ha llegado, en mi opinión, a unas cotas de sin sentido, folklore, e hipocresía, que parece todo, menos cristiano, y se me hace casi un milagro que arreglemos esto en menos de un siglo. Y, además, porque son católicos fervorosos, o eso parece, los que llevan las riendas de la economía y de la degradación social de nuestro país. Y, ¿quién, o quienes, son los responsables de esta situación? Evidentemente, los obispos. Aunque parezca mentira, y algunos no se lo crean, me duele el alma afirmar una cosa así. Pero la verdad es fundamental. Muchos achacan a la política de elección y nombramiento de obispos del pontificado de Juan Pablo II la penosa situación del episcopado español, y a la presidencia, y su estilo de dirección, de Rouco Varela, la poca categoría intelectual, teológica, bíblica, y, sobre todo, pastoral, de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
Pero ahora el papa es Francisco, y el presidente de la CEE Don Ricardo Blázquez. Y, mientras las televisiones no paran de informar de la romería del Rocío, no se levanta la voz de ningún obispo que alerte de que eso está muy bien como folklore, pero que la fe, y la vida del Espíritu, y el seguimiento de Jesús, es decir, la vida cristiana, van por otra parte. Tuvo que ser un papa tan mariano como Juan Pablo II el que pusiera reparos a esa romería, escandalizado de su estilo no solo mundano, sino frívolo. Y, en el salto a la verja, rudo, tosco, zafio y bruto. Pero nuestros obispos han hilado fino, finísimo en este fin de semana. Según información de Religión Digital, (RD), la CEE no ha comisionado a ningún obispo para participar en la beatificación de monseñor Oscar Romero en el Salvador. Solo ha enviado a su secretario, el sacerdote, Gil Tamayo. ¿Motivos? Según RD, que el cardenal Rouco Varela ha catalogado esa beatificación de «política».
Claro, las beatificaciones y canonizaciones de los «mártires» de la guerra civil eran de todo menos políticas. Y, por lo visto, los obispos españoles, o muchos de ellos, tienen miedo del cardenal gallego. Cuando pregunté en la curia de Madrid a un sacerdote, abogado, amigo mío, si eso era posible, me respondió: «Y no te imaginas cuánto. Llegan a sentir pavor.» Así que la situación es verdaderamente lamentable. A mí me ha ofendido, y avergonzado, personalmente, la actitud de nuestros obispos, de no acudir a un acontecimiento tan señalado y significativo para toda la Iglesia de Latino-América. Y hago dos preguntas: 1ª, ¿Puede ser obispo un cristiano que tenga miedo a otro obispo? y 2ª, ¿puede ser obispo un bautizado que atemorice y asuste a otros obispos? Mi respuesta es NO a las dos preguntas. Y no sé qué hacen de obispos personas así.