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Espectacular! Se botaron los paraguayos…

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Escrito en El Papa
«Acoger a todos es el mejor testimonio de la Iglesia»
Francisco celebra la misa final de su visita a Paraguay, en el campo grande de Ñu Guazú: «El cristiano es aquel que ha aprendido a hospedar, a alojar. Jesús, no envía a los discípulos como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón»

«El cristiano es aquel que ha aprendido a hospedar, a alojar». Está por concluir el viaje latinoamericano de Papa Francisco, que celebra la Misa en el campo grande de Ñu Guazú, y, a partir del Evangelio del día, explica cuál es la verdadera vocación de los cristianos, y de la Igleisa: acoger a todos.

La gran Misa final de la visita de Papa Francisco a Paraguay se lleva a cabo en el lugar en el que Juan Pablo II canonizó a San Roque González de Santa Cruz y a sus compañeros, durante la visita de 1988. EL campo grande de Ñu Guazú se encuentra dentro de una base aérea militar y puede albergar a un millón y medio de personas. Muchos transcurrieron la noche de ayer, entre el lodo, para participar en la celebración. Además de muchos argentinos que quisieron viajar a Paraguay para estar presentes, también llegó ayer por la noche a Asunción la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner.

El escenario de la Misa es un único y espectacular altar, realizado por el artista Delfín Roque Ruiz con un enorme número de mazorcas de maíz y cocos, donados por miles de agricultores del país: se distinguen el símbolo de los jesuitas y grandes retratos de San Francisco de Asís y de San Ignacio de Loyola. En los cocos, en la parte baja del altar, muchos escribieron mensajes para el Papa. El resultado es sorprendente: columnas llenas de imágenes barrocas, hechas solo con frutas y semillas.

El Papa dijo que el Evangelio «Nos presenta la cédula de identidad del cristiano. Su carta de presentación, sus credenciales», cuando Jesús envía a sus discípulos ándoles «reglas claras y precisas»: «“No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero… permanezcan en la casa donde les den alojamiento” (cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible. Podríamos concentrarnos en las palabras: “pan”, “dinero”, “alforja”, “bastón”, “sandalias”, “túnica”. Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: “hospitalidad”. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: “Permanezcan donde les den alojamiento”. Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, a alojar».

«Jesús –explicó Bergoglio– no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir, cuidar». Palabras significativas para la Iglesia de hoy, no solo en América Latina, que definen dos enfoques profundamente diferentes de la realidad.

«Son dos las lógicas que están en juego –añadió Francisco–, dos maneras de afrontar la vida, la misión. Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuantas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar».

Porque, subrayó el Papa, «la Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia es la casa de la hospitalidad. Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender el lenguaje de la hospitalidad, del acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido».

Y esta hospitalidad, esta acogida, repitió el Papa, es total: « Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra es tan rica. Hospitalidad con el pecador».

Francisco también habló sobre un mal que precede a nuestros pecados, una « raíz que causa tanto pero tanto daño, que destruye silenciosamente tantas vidas», y es la «soledad», que «nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando en nosotros mismos. Por eso, lo propio de la Iglesia, de esta madre, no es principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender a vivir la fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora el mejor testimonio que Dios es Padre».

De esta manera, continuó el Papa, « Jesús, nos abre a una nueva lógica. Un horizonte lleno de vida, de belleza, de verdad, de plenitud. Dios nunca cierra los horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida y al sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que aprendamos el camino de la fraternidad, del don. Es definitivamente un nuevo horizonte, es definitivamente una nueva Palabra para tantas situaciones de exclusión, disgregación, encierro, de aislamiento. Es una Palabra que rompe el silencio de la soledad».

« Hay algo que es cierto –concluyó el Pontífice–, no podemos obligar a nadie a recibirnos, a hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad. Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, lugares donde están los cristianos, como verdaderas centros de encuentro entre nosotros y con Dios».

ANDREA TORNIELLI
CAMPO DI ÑU GUAZÚ (ASUNCIÓN)/VaticanInsider.es

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