REVISTA MENSAJERO
PETER-HANS KOLVENBACH, PADRE GENERAL DE LA COMPA?ÍA DE JES?S
«Por fidelidad al propio carisma, los jesuitas hemos cambiado»
Vicente Marqués, SJ
-¿Qué le atrajo, en su juventud, a la Compañía?
Mi primera inclinación fue entrar en los Dominicos que tenían una parroquia en frente de mi casa, y se ocupaban de nosotros, los jóvenes, en aquellos años de guerra. Ellos fueron los que pusieron en mis manos un libro de Romano Guardini (El Señor) que continúa siendo para mí un libro de gran inspiración.
Mis padres me llevaron al colegio de los jesuitas, pero no me matriculé en el liceo clásico, que era la niña de sus ojos, sino en el liceo técnico que preparaba para una carrera de ingeniería. No digo que el contacto con los jesuitas no me ayudara. Me ayudó.
Pero el impacto definitivo lo recibí de otro modo??Como eran tiempos de guerra, había en las cárceles un alto número de presos políticos. Yo me incorporé a un grupo que recogía libros para repartirlos en las cárceles. Un día me llamó la atención un libro de pocas páginas. Lo abrí y leí la primera página: Principio y Fundamento. Esta página de los Ejercicios de San Ignacio fue para mí, en aquellos años de confusión, una fuente de luz e inspiración??Es irónico que años más tarde «expertos» en materia de Ejercicios me aseguraran que «¡¡¡no había entendido lo que Ignacio quería decir??!!!»
De todos modos ésta fue la ocasión para que yo descubriera el llamamiento a convertirme en servidor de la misión del Señor; a ser su compañero en la misión para dar a conocer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo en sitios donde no se conoce, le Buena Nueva y el mandamiento nuevo del amor.
-¿Qué evolución ha vivido en la Compañía durante estos 57 años de jesuita?
Cuando jesuitas de 70 años se encuentran hoy día y hablan del pasado en la Compañía descubren con hilaridad que, aunque hayan entrado en la Compañía en países distintos, comparten una idéntica cultura jesuítica: vivieron entonces las mismas costumbres, el mismo vocabulario, la misma perplejidad de hacer deporte con sotana, las mismas penitencias en el refectorio, el mismo permiso «para cosas pequeñas», casi el mismo sonido de la campana que marcaba el ritmo del día.
Aunque estas restricciones culturales no impidieron, en absoluto, realizar un trabajo apostólico de gran envergadura, la realidad es que nada de esto permanece. Se trata, indudablemente, de aspectos aparentemente banales. Pero el cambio visible que observamos en la vida externa es señal de otros cambios más substanciales…
Ciertamente la Compañía ha cambiado. Y como dice un buen conocedor de las Constituciones, si la Compañía no hubiera cambiado conforme a las circunstancias (palabra clave en el vocabulario ignaciano), se podría dudar seriamente de la fidelidad al carisma fundacional.
Las coordenadas del mundo han cambiado, la sociedad civil ha evolucionado y, en consecuencia, la Compañía de Jesús ha tenido que remozar su estilo de vida y su modo de trabajar apostólicamente para enfrentarse a las nuevas exigencias apostólicas, a los nuevos desafíos de una vida dinámicamente consagrada, a los incontables problemas que se presentan a la Iglesia del Señor. De aquí nace una mayor insistencia en el discernimiento comunitario, que nos lleve a conocer lo que el Señor quiere de nosotros.
También de aquí surge la necesidad de un mayor esfuerzo por la inculturación, para que cada pueblo pueda alabar al Señor en su propia lengua, acuñada por su propia cultura. De ese discernimiento, convertido, en oración nace también la preferencia por los pobres y la lucha contra la injusticia, en seguimiento del Señor que no sólo «habló como nadie» sino que «pasó haciendo el bien»??
?stos son algunos de los campos que el Espíritu, a través del Vaticano II, nos han abierto y que, inevitablemente, exigen un cambio en nuestro modo comunitario de vivir y en nuestro modo de llevar a cabo nuestro trabajo apostólico.
-El carisma original de la Compañía subraya y pide para el jesuita la integración en sí mismo de polaridades distintas: acción y contemplación, fe-justicia … ¿Cómo pueden vivir los jesuitas en esa tensión?
El desafío que Ignacio nos propone es saltar sobre esas dicotomías, acción-contemplación, fe-justicia, para llegar a una profunda integración. No se trata de actuar y contemplar sino de actuar contemplando o contemplar actuando: de buscar y encontrar a Dios en la misma acción. Tampoco el binomio fe-justicia vive en mundos diversos que se tocan accidentalmente. Es la fe que hace justicia, en palabras de la Congregación General. Esta conjunción de elementos, más que la tensión entre ellos, es la novedad ignaciana.
-La Compañía está orientada al servicio de la Iglesia universal: ¿cómo compaginan los jesuitas su vocación universal y su servicio a la Iglesias local?
«Pensar globalmente y actuar localmente» es una consigna válida para la mayoría de los jesuitas. Todos debemos sentirnos como parte viviente de una Iglesia y una Compañía de Jesús llamadas a una misión universal, aunque nuestra labor de cada día nos encuadre en la enseñanza de párvulos en una aldea africana o en el cuidado pastoral de una metrópoli.
En tiempos de san Ignacio la joven Compañía estaba integrada por jesuitas de varias naciones europeas. Desde el comienzo fue una institución internacional que puso su futuro en las manos del pastor universal, el Santo Padre actual y sus sucesores a lo largo del tiempo. La Compañía existe para la Iglesia universal. Con total disponibilidad quiere servir a la Iglesia en cualquier parte donde el Sumo Pontífice lo desee.
San Ignacio lo repite una y otra vez: la Compañía no es nada en sí misma, su razón de ser es la gloria divina y el bien de la Iglesia Universal. Por consiguiente, entregándose plenamente al trabajo apostólico de la Iglesia local, que el Señor le ha confiado, está acuciada por la solicitud de la Iglesia universal.
-Qué visión de la Compañía tiene hoy su P. General?¿Qué respondería, en pocas palabras, a un candidato que le hiciera esa pregunta? ¿Cómo se eligen las prioridades en un campo de apostolado tan extenso?
¿La Compañía actual? Un grupo de hombres incondicionalmente empeñados en evangelizar desde las azoteas de nuestro mundo actual, puesto que tanto amó Dios al mundo que nos envió a su único Hijo para que nos redimiera, nos iluminara y nos enseñara el camino que lleva a la vida eterna. Esta misión visceral de la Compañía se lleva a cabo con la formulación de estrategias concretas, para lo cual contamos con la ayuda que San Ignacio nos ofrece en el discernimiento: esa búsqueda de la voluntad de Dios «aquí y ahora», que supone, naturalmente, estudio, consulta, información y deliberación, pero que va más allá y se adentra en la penumbra de la fe, hasta llegar a la confirmación de nuestros planes por parte del Señor.
La dramática descripción que Ignacio nos dejó en su Diario Espiritual del discernimiento que hizo sobre la pobreza en la Compañía, y su fatigosa búsqueda de la confirmación por parte de Dios, es un manual para el discernimiento de asuntos importantes que se presentan a la Compañía a lo largo de la historia. El objetivo de este «discernimiento orante» no es sólo hacer lo que el Señor quiere que hagamos por la venida del Reino, sino también aprender del Señor cómo hacerlo.
-¿Cómo se imagina la Compañía del futuro desde la situación actual de disminución de vocaciones?
Cuando se habla del futuro de la vida consagrada, y de la Compañía, indefectiblemente sale a colación la disminución de vocaciones. No hay por qué negar los hechos: los jesuitas hemos disminuido y, probablemente, seguiremos disminuyendo todavía por algunos años. Pero creo que es bueno matizar ese dato. Porque mientras la caída de los números afecta profundamente a Europa y Estados Unidos, no puede decirse lo mismo de otras partes del mundo como Asia, África, o América Latina.
Lo que está ocurriendo ?y algunos se sienten inquietos ante esta posibilidad? es un desplazamiento del centro de gravedad. La historia de la Compañía nos dice que hubo tiempos en los que la Compañía de Jesús florecía ?al menos, en número? dentro de los confines de Europa. Después fue Norteamérica??¿Podría haber llegado la hora de que las reservas apostólicas de la Compañía fueran más fecundas en Asia o África? A muchos quizá les resulte inimaginable, pero la historia nos aconseja no descartar sorpresas.
De todos modos, yo creo que podemos predecir ?y desear? que la Compañía del futuro sea más diversificada que la actual, participando, en nombre del Señor, en los crecientes dolores e incertidumbres de la humanidad, oteando los desafíos intelectuales y religiosos que aparecen en el horizonte, vulnerable a las acometidas de la modernidad pero, como siempre, apasionadamente comprometida en el seguimiento de Cristo, que vino para que los seres humanos tuviéramos vida y «una vida más abundante».
Finalmente, no podemos olvidar que en el futuro la vida consagrada tendrá que buscar su lugar específico en un campo apostólico donde, felizmente, los movimientos de seglares actúan con creciente atracción.
-Por último, P. General, al agradecerle esta entrevista, le pedimos también unas palabras para nuestros lectores.
Aprovecho gustoso esta ocasión para saludar a los lectores de esa revista centenaria. Al mismo tiempo quiero rogarles que no olviden pedir al Señor que la Compañía de Jesús en el siglo XXI sea fiel a su vocación de servir al Señor y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano Pontífice.
(Entrevista otorgada a la revista Jesuitas y cedida para su publicación a Mensajero. Agradecemos al P. General y Vicente Marqués el permiso para reproducirla).