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En el juicio reciente a un sacerdote acusado de 6 abusos sexuales, un fiscal acusó directamente al obispo correspondiente de encubrimiento de los delitos y de falta de colaboración con la justicia.
Para entender el silencio que las autoridades eclesiásticas han guardado frente a denuncias de abusos sexuales y para entender las críticas que surgen de sus procedimientos hace falta recordar algunas cosas.
Primero existe el secreto que impera en la práctica penitencial y que los cleros aplican en el confesionario y su dirección espiritual. Paralelamente existe la legislación particular de la Institución eclesial que pretende disciplinar sus propias filas con el derecho canónico y unos protocolos vaticanos.
En segundo lugar se debe tomar en cuenta la evolución histórica de la Iglesia que ha jugado un rol moralizador efectivo en el pasado (Napoleón reconocía mas eficaz un cura en un pueblo mejor que diez policías) pero también la necesidad creciente para la sociedad de establecer unas nuevas fronteras social para el ejercicio de la sexualidad que los conocimientos científicos y la emancipación moral han creado.
Empezando por la práctica sacramental de la confesión individual, se puede graficar la situación imaginando una situación muy realista: un sacerdote esta en el confesionario, un penitente le confiesa un abuso sexual como por ejemplo la violación de una joven empleada o un padre que abusó de su hija.
El sacerdote tiene media hora antes de la misa dominical en la que el penitente entiende recibir la absolución para posteriormente comulgar con su esposa. El sacerdote logra dirigirle unas palabras para profundizar el arrepentimiento y el propósito de enmendarse pero la penitencia que le dará consistirá en unas oraciones o un ejercicio ascético que no será nunca a la altura de lo cometido y tampoco podrá enfocar reparar el mal hecho a la victima.
Esta escena describe el sacramento de la penitencia (o de la confesión) que busca restaurar el camino a la salvación para los cristianos (evitarles las penas eternas) y/o promover su santificación. Desde el siglo noveno la Iglesia ha universalizado la práctica inicialmente monacal que consiste en la acusación privada de los pecados a un sacerdote para recibir el perdón de Dios. Hay que subrayar que en el curso de los siglos, esta práctica no ha podido mantener la severidad de la que testimonian los antiguos libros penitenciales y que ponían el acento en el cambio de vida del pecador y su reintegración en la comunidad cristiana. Prevalió poco a poco el sentimiento intimo de la misericordia de Dios y de su perdón muchas veces mantenido en el secreto sacramental. El mismo Papa Francisco 1º gusta recalcar esta misericordia divina diciendo que Dios perdona todos los pecados.
Sin desechar la idea de la mediación necesaria del perdón de Dios a través de la Iglesia y de la necesidad de adecuarla a los tiempos actuales, no se puede dejar de enfocar la necesidad paralela por la Iglesia de establecer una disciplina interior en sus comunidades y establecer unas “fronteras morales” porque más allá del control de las creencias, los cristianos necesitan una santidad ejemplar para ser creíbles y evangelizadores. En este sentido, los discursos y predicas actuales no logran hoy día lo que se ha podido lograr en algunas épocas pasadas en un mundo de civilización cristiana y no se percibe una estrategia especial de la Iglesia para lograr esta calificación testimonial de los fieles a través de una disciplina interna. El dicho frecuente que “los católicos no son mejores que los otros” lo indica. Recordemos que San Pablo llamaba “santos” los integrantes de las iglesias primitivas.
El problema que plantea el sacramento del perdón de Dios es que se confinó en el secreto de relaciones individuales. Como los otros sacramentos se recluyeron en la esfera de la vida personal cuando deberían insertarse en las practicas de una vida comunitaria.
Durante muchos siglos la Iglesia ha manejado su poder de “ligar y desligar” para los pecadores públicos (vale decir denunciados). Se les sancionaba severamente apartándoles de la vida sacramental (excomunión) y a quienes se les reintegraban oficialmente en la comunidad después de unas severas penitencias. Los antiguos lugares de peregrinaciones y las procesiones de “penitentes” (que poco a poco se enmascararon para disimular su identidad) recuerdan esta práctica. Al concluir la penitencia impuesta, el obispo perdonaba los pecados y reconciliaba así el penitente con la comunidad.
La privatización del perdón de Dios y la desaparición de una disciplina moral efectiva han llevado las autoridades eclesiásticas a extender el secreto” profesional” de la confesión de los pecados al mismo ejercicio de la disciplina eclesiástica y cubren de un manto púdico los pecados de su personal consagrado para evitar el escándalo y dejaron de controlar la santidad de la feligresía, bautizando a quien lo pide, dejando comulga quien se adelanta a hacerlo, sepultando moros y cristianos.
Con esta discreción se puede manifestar individualmente la misericordia de Dios pero difícilmente puede refrenar las desviaciones morales que exacerban la opinión pública.
Las acusaciones de encubrimiento demandadas a la Iglesia se inscriben en la lógica de la justicia civil que busca temperar los excesos de una población “emancipada”. De la misma manera que se obliga el medico a denunciar a la fiscalía una situación de herido por bala, por las mismas razones de seguridad social se piensa exigir a la autoridad religiosa denunciar una situación de sacerdote pedófilo.
En las denuncias iniciales a las instancias eclesiásticas por abusos sexuales los demandantes entraban en el juego de muchos obispos de evitar los escándalos, tanto por la dignidad de las victimas como para la respetabilidad eclesiástica. Los obispos amonestaban y desplazaban a los sacerdotes acusados muchas veces sin lograr verdaderas conversiones. Hoy día, lo que piden las victimas y sus familiares es una sanción mas efectiva no solo para que no se repita en otro lugar los atropellos sino también para exigir una mayor coherencia moral de las instituciones religiosas. Exigen un ordenamiento eclesial para testimonio inequívoco. La mediación eclesial de la misericordia de Dios debe lograr una eficacia mayor para que la comunidad cristiana dé al mundo el testimonio de la evangelización.
Los cristianos que critican a la Iglesia de encubrimientos demandan en el fondo esta transformación radical de muchas prácticas eclesiales. La Iglesia les fue motivo de escándalo al lugar de manifestarles el poder de Dios, por eso, denuncian muchas cosas: el clericalismo sacerdotal como estructura de poder, los discursos moralizadores autoritarios, las normas disciplinarias que no se aplican, las confusiones que surgen de las postura respecto a la homosexualidad, la pederastia en religiosos célibes, la excomunión de los divorciados con segundo matrimonio, la despenalización civil de los abortos, los matrimonios gay, sin hablar de los compromisos económicos ambiguos, la falta de transparencia financiera… Sus demandas se hacen públicas y las ponen en todo el tejido de comunicaciones mundiales porque todo esto es lo contrario de los que esperan de su Iglesia.
Por cierto después de abrir el problema propio de la Iglesia, hace todavía falta abrir el tema de las mismas acusaciones de encubrimiento y la nula colaboración de la Iglesia con la Justicia civil. Aquí ya no son los mismos cristianos sino son las instancias civiles que demandan a la Iglesia
Muchas victimas, después de las resoluciones no satisfactorias de sus demandas en los juicios canónicos acuden a la justicia civil. Lo hacen normalmente por dos motivos uno es la poca eficacia de las medidas vaticanas y diocesanas que se toman con los agresores: sanciones que resultan solamente administrativas y que no son ni precautorias tampoco correctivas ni ejemplares. El otro motivo de estas demandas civiles es la necesidad de reparación real para las victimas.
Las instancias eclesiásticas deben teóricamente enviar los demandantes por abusos sexuales a la justicia civil y no deben dejar pensar que pueden solucionar verdaderamente todos los problemas de este tipo (ni… por tener poderes divinos).
Unos abusos sexuales (aún cuando son familiares) constituyen un desorden social y es a la justicia civil que corresponde restablecer el orden logrando las reparaciones correspondientes y tomando las medidas precautorias para que no se repitan estos abusos. A veces tenemos una idea demasiado corta de la justicia civil. Las leyes sirven para preservar y resguardar las buenas relaciones entre las personas. La justicia civil no tiene un rol valórico y moralizador, practica la ética social de las leyes existentes. La religión no tiene un rol de ordenamiento social en nuestra sociedad secular pero tiene un rol moralizador y valórico que muchas veces cree cumplir con discursos autoritarios pero que falta de testimonio.
Sin duda uno puede esperar una colaboración entre la Iglesia y el Estado pero los problemas descritos anteriormente muestran que no será tarea fácil.
No existiría “encubrimiento” si las instancias religiosas podrían presentar las pruebas de la invitación que se les hizo a los demandantes para iniciar una demanda civil por los perjuicios incurridos o, a su negativa, la expresa solicitud de discreción de parte de los demandantes. Muchas veces estas advertencias y declaraciones no se realizan. Se crea un problema complejo cuando se presentan demandas por indemnizaciones pecuniarias en el civil por encubrimiento y responsabilidades que puedan resultar de la Iglesia. El eclesiástico culpable de delito tiene sin duda una responsabilidad personal por lo cometido pero su sumisión a un régimen de funcionamiento especialmente dirigido y su misma dependencia económica (no remunerada) en su función y su condición, por lo menos especial, del compromiso del celibato no parece exentar de lo todo las responsabilidades de la institución; de hecho en algunos casos, las iglesias locales en algunos países tuvieron que pagar caras indemnizaciones.
Existe un dialogo y una colaboración más bien entrabados entre la Justicia y la Iglesia y los medios de comunicaciones sociales se aprovechan de ello.
La falta de una democracia verdadera tanto en lo religioso como en lo civil deja el dialogo en la contienda de instituciones vetustas con autoridades prepotentes.
La falta de transparencias es otro problema serio. En los dos ámbitos tanto civil como religioso reina una discreción exagerada, cuando no, unas tergiversaciones ocultas de las cosas que no solucionan las cosas.
Por esto es necesario recuperar la memoria de todo lo que nos llevó a estos problemas. Pero no se puede tampoco faltar de evaluar los resultados de las medidas que se están aplicando tanto al nivel civil como al nivel religioso.
A modo de ejemplos, llama la atención algunos casos que se dan.
¿Como puede un sacerdote condenado por el vaticano a ser acogido en una casa religiosa para ser cuidado y protegido cuando otro sacerdote condenado por el civil a 10 años se ve “pudrir ” en una cárcel sin la atención suficiente de su “hermandad” sacerdotal. ¿Como un divorciado con segundas nupcias es teóricamente excomulgado en la Iglesia cuando un sacerdote autor de abusos sexuales puede seguir diciendo su misa diaria?
También preguntémonos porque la ley es tan tolerante y poco definida a propósito de las agrupaciones religiosas y que debe surgir el asesinado sacrificial de un niño para que actúe. ¿Como puede todavía llamarse justicia una sentencia que cae después de décadas de investigaciones o cómo puede dejar prescritos unos delitos de pedófilos enfermos? ¿Cómo pueden faltar fiscales para investigar las cosas y porque deben llegar a pedir informaciones reservadas a la Iglesia para hacer su trabajo?
Muchas reflexiones y preguntas surgen de estas interacciones entre la Iglesia y el Estado.
Por esto recordamos que el evangelio nos pide hablar francamente y sin temor en San Lucas 12,1ss:
“Guardaos de la levadura de los Fariseos, que es hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas será proclamado desde los terrados.”