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En Rumania los niños no cuentan nada

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Champagnat

El hermano marista Juan Carlos Sanz es el coordinador de una casas del Centro San Marcelino Champagnat de Bucarest (Rumanía), hogares de esperanza. Habló de su experiencia en unas jornadas celebradas en la Universitaria Cardenal Cisneros en Alcalá de Henares (Madrid).

¿Cómo surgió esta iniciativa?
Fue una respuesta ante la situación con la que nos encontramos en 1998, al llegar a Bucarest: niños y niñas que no tenían otra alternativa para vivir que los orfelinatos estatales. El nuestro es un proyecto de atención a estos chicos en un ambiente familiar.

¿Cuál es el perfil de los chavales que acoge el centro?
Hay chicos abandonados totalmente por sus familias y otros cuyas familias no tiene las condiciones mínimas para sobrevivir y proporcionarles los derechos de un niño. Vienen de hogares de pobreza extrema o de situaciones familiares complicadas. Muchos estorban porque sus padres se han separado y los hijos son para ellos un obstáculo para rehacer sus vidas.

¿Es un fenómeno extendido en Rumanía el abandono de niños?
Es una situación muy complicada. Los niños no cuentan. Tenemos unos 9.000 casos anuales de abandono, datos de Unicef: 4.000 niños son abandonados nada más nacer y 5.000 a lo largo del primer año de vida.

¿Qué deficiencias tienen los orfanatos estatales en este país?
Son macrocentros donde el niño no es más que un número, donde no se le proporciona una relación positiva con adultos. Son centros con estructuras muy obsoletas, muy viejas. También está la mentalidad de la gente, lo cual es más complejo de cambiar. Los centros tienen mucho personal muy mal pagado. Un profesional de estos centros puede estar ganando 100€ al mes.

¿Se podría decir, pues, que Rumanía es “Estado fallido” con respecto a la infancia?
Sí, porque en la época de los Ceaucescu, la mujer del presidente vendió la siguiente idea: “Hagamos una Rumanía grande, una Rumanía con muchos habitantes. Tened muchos hijos. Nosotros el Estado, garantizamos que si no los podéis cuidar los vamos a atender en nuestros orfelinatos”. Así la mujer que no tenía al menos tres hijos era muy mal vista, como fuera enemiga del Partido Comunista de Rumanía. Está mentalidad de una Rumanía grande por el número de habitantes, aun pervive.

¿Qué procedimiento de ingreso tienen los niños que residen en el centro en el que trabaja?
En el momento en que se produce una vacante, porque un niño se reintegra en una familia o abandona el programa por ser mayor de edad, se lo comunicamos a la Dirección General de Protección del Niño. No podemos admitir directamente a ningún niño. Todos los niños que vienen a nosotros lo hacen como una medida de protección para el menor.

¿Hay niños en la calle, que quedan fuera de la red estatal?
No, realmente el Estado rumano atiende a todos los críos abandonados. Lo malo que el servicio es tan malo que los críos prefieren estar en la calle antes que institucionalizados. En la actualidad está aumentando el fenómeno de los niños de la calle a causa de la inmigración. Los padres de los menores marchan a un país, en un principio para lograr una mayor calidad de vida, pero dejan a los niños, en el mejor de los casos, con los abuelos, los tíos u otros familiares, o sencillamente con un conocido. Los niños suelen pasar mucho tiempo sin relaciones con sus padres y cuando las quieren retomar son los propios hijos los que las rechazan y como es lógico se plantean grandes conflictos.

¿Cómo funciona el programa del centro San Marcelino Champagnat?
En primer lugar trabajamos todos los aspectos educativos. Los chicos van a diferentes colegios del barrio porque consideramos que no se pueden crear guetos en torno a los chavales. Nuestro deseo es que lleguen al nivel educativo más alto. En la socialización de los menores, también ponemos muchas energías y el ocio y el tiempo libre lo aprovechamos como oportunidad educativa: actividades culturales, excursiones, cine, juegos dirigidos, teatro… llenan los fines de semana y las vacaciones. Y tratamos de que los chicos y las chicas mantengan, a los que les sea posible, el contacto con sus familias.

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