Aomar, un joven argelino, trabajador sin papeles, es detenido por la policía y llevado al centro de retención de Vincennes, bajo la amenaza de ser expulsado a su país. Su destino da un vuelco. En la asociación de la que él es militante, lo apreciamos como a un hermano. La movilización es máxima. Se emplean todos los recursos.
Me piden que llame al cónsul de Argelia para que no firme el salvoconducto con el fin de que se le impida a Aomar volver a Argelia. El cónsul resiste, pero la presión de la Prefectura no afloja.
Cada día, llamo al cónsul, le recuerdo que el abuelo de Aomar sirvió en el ejército francés durante la guerra y que le amputaron una pierna??
Aomar va a terminar su tiempo en el centro de retención. La duración viene determinada por la ley. ¡Le queda un día para terminar y le espera un avión programado para Argelia! Es una carrera contra reloj.
Este joven argelino al que queremos, sale de su cárcel. Es una victoria. Por el teléfono, Aomar me dice cuanto se alegra.
Fui a ver al cónsul para agradecerle su ayuda. Me acogió de inmediato con bondad. Se sintió conmovido porque defendí a un compatriota suyo, como si fuera de mi familia. Durante una hora, charlamos como dos hermanos.
Quiso que nos sacaran una foto, juntos. Lo hizo su secretaria con sumo gusto. Luego el cónsul insistió para hacerme un regalo: 6 botellas de vino de Argelia, de la región de Mascara. No me permitió, bajo ningún concepto, que volviese a pie a la estación, para coger el tren. Puso su chofer y su coche a mi disposición.