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Empoderando a los laicos en la Iglesia -- Olga Lucía Álvarez Benjumea, ARCWP

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

La palabra “laico” hace su aparición en la época del Concilio Vaticano II. Se refiere a aquellos miembros dentro de la Iglesia que no hacen parte del clero.
Lo más fascinante de esto es que a partir del Concilio, en Lumen Gentium, el estado laical, es concebido y definido como una vocación! “…a ellos corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor” N.31.

Sin considerarme una autoridad en el tema que nos atañe, puedo darme cuenta el que algunos supuestamente detectan cierta ambigüedad, que a lo mejor puede ser la causa para que el laicado, no haya sido lo suficientemente promovido dentro de la Iglesia institucional.

De ahí que haya escuchado más de una vez: “evitar que los laicos se clericalicen” y por los pasillos se escuchan comentarios como este: “se puede perder el poder…”, manifestándose un pánico y miedo hacia el empoderamiento de los laicos dentro de la Iglesia.

En el Decreto Conciliar Apostolicam Actuositatem el Obispo de Roma, Pablo VI

Invoca la participación de los seglares-laicos en la Misión de la Iglesia, en el n.2 cuando se refiere a: “ejercen el apostolado con su trabajo por evangelizar y santificar a la Humanidad y por perfeccionar y saturar de espíritu evangélico el orden temporal, de tal forma que su actividad en este orden dé claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de la Humanidad…Dios llama a los seglares a que con el fervor del espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento”.

No hay ambigüedad, ni contradicción, sino reafirmación en los textos citados.

Y si vamos a los Cánones de la Iglesia, nos encontramos en el canon 225 la siguiente clave, para dicho ministerio: “Puesto que, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por toda la Humanidad en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos puede la Humanidad oír el Evangelio y conocer a Jesucristo”.

Como miembros bautizados, tanto laicos como clero, participamos del misterio de la Iglesia. Quien defiende a la Iglesia no es la jerarquía, es el pueblo de Dios, quien la protege y conserva. He aquí las bases fundamentales de una Iglesia en comunión en la que todos/as mujeres y hombres somos participantes y responsables.

Si asimilamos este pequeño aporte, nos queda entendido que el laicado no puede seguir siendo un elemento pasivo, manipulado y sometido a la jerarquía.

Laicos y clero debemos pedir y organizar talleres para conocer los cánones y Constituciones de la Iglesia, a fin de conocer derechos y deberes, que nos llevarán a ejercer una verdadera democracia en la Iglesia.

He tenido la oportunidad de asistir a una sencilla, pero hermosa ceremonia, donde la comunidad, reunida en pleno, aprobaron y consagraron a dos laicas, quienes delante del pueblo de Dios, clero y obispa, se consagraban al servicio de la Iglesia. La obispa, ungió sus manos con oleo e impuso sus manos, la comunidad presente levantaron sus manos uniéndose de esta manera al sencillo, pero diciente ceremonia.

Los laicos, no son solo para organizar bingos, hacer empanadas, rifas, costureros y ventas de ropa y otros utensilios en el “casi nuevo”, o preparar café, a fin de conseguir recursos para la parroquia. Los laicos, no son solo para ser premiados con viajes y becas, por sus actividades, a fin de estimularlos para que luego voten por los candidatos recomendados por el obispo, el vicario o padre de la parroquia, que garantice de esa manera su poder “democrático”.

Según lo que hemos visto, nos queda claro que como participantes y miembros de la Iglesia, todas/os somos responsables del gran misterio de la Iglesia. La Divina Comisión es para todos/as:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”

Marcos 16:15

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