Cuenta José Manuel Vidal en El Mundo que la orden de cierre de la parroquia de los marginados de Vallecas vino de Roma. Fue la Curia romana la que pidió al cardenal de Madrid que echase el cerrojo al templo de San Carlos Borromeo, acusado por decenas de denuncias de cometer «profanaciones y sacrilegios», como «consagrar con rosquillas» o impartir «absoluciones colectivas».
Según contaron a EL MUNDO fuentes tanto del arzobispado como de los arciprestazgos de Vallecas, «el cardenal Rouco se vio obligado, muy a su pesar, a tomar esta dolorosa decisión». La vieja técnica de la delación surtió efecto una vez más.
Conscientes de la sensibilidad del Papa por la sacralidad de la liturgia, los sectores más conservadores de la archidiócesis madrileña inundaron las oficinas de la Secretaría de Estado y de la Congregación del Culto con decenas de denuncias contra la parroquia de Javier Baeza, Enrique de Castro y Pepe Díaz. «Anomalías litúrgicas sacrílegas» las llamaban. Y, mientras, católicos cercanos a colectivos neoconservadores deslizaban sus quejas en los despachos del obispado madrileño.
Hace más de 20 años que De Castro y su parroquia son víctimas de estas acusaciones. Rouco tiene carpetas acumuladas desde 1994, año en el que tomó la archidiócesis para suceder al cardenal Suquía. Y en los dicasterios romanos hay un dossier mayor. Pero, ahora, en Roma manda Benedicto XVI, inflexible en la liturgia. Además, esta vez las denuncias iban firmadas. La mayoría, por sacerdotes de los costados más tradicionales de la Iglesia.
En Roma recogieron las denuncias y las comunicaron al cardenal de Madrid. Rouco, según las fuentes de EL MUNDO, intentó «aflojar»: dijo que era una parroquia no territorial y que su labor con los pobres era muy apreciada y reconocida por todos. Pero Roma insistió.
Rouco envió a San Carlos Borromeo a su obispo de máxima confianza, Fidel Herráez. Era octubre de 2006. Dicen en el arciprestazgo que «se fue de allí abochornado» por las críticas a la jerarquía eclesial. Herráez salió sonriente por fuera -«me voy encantado», llegó a decir a los curas de la parroquia- e indignado por dentro. De hecho, como denunció ayer la asamblea del barrio, se llevó con él los libros parroquiales sin los que una parroquia pierde su jurisdicción porque no puede inscribir bautizos ni bodas. Herráez dijo a Rouco que la situación era insostenible. Pero el cardenal aguantó hasta que, el 13 de marzo, el Papa publicó Sacramentum Caritatis, una condena tajante de los «abusos litúrgicos» más o menos permitidos hasta hoy.
El documento papal, unido a las presiones que recibía cada vez que pasaba por la Curia, «llevaron a Rouco», según las fuentes de este periódico, a echar el candado a la parroquia de los marginados.
Los mismos que ayer se encarnaron en asamblea, anunciaron que no se irán y seguirán compartiendo misa cada domingo. «La lucha por la justicia y la proclamación de la fe son indisolubles. Ir a la cárcel a recoger a un chaval es lo mismo que celebrar la Eucaristía y aquí eso se vive de forma bestial». Lo dijo un cura con pies de barrio, un párroco con medio Vallecas y ya medio mundo a su lado. Lo dijo vestido con los vaqueros con los que parte el bizcocho consagrado de los pobres los domingos bajo la cruz de Jesús. «Y este Domingo de Resurrección lo celebraremos con más razón que nunca porque tenemos muchas cosas que celebrar: la esperanza de que se sale del dolor y de la injusticia. Al final, se impone la resurrección».
Nunca hubo en Entrevías tantas cámaras, micrófonos y cuadernos como ayer. La prensa acudió en multitud al olor a resistencia que sale de San Carlos Borromeo. Entre los periodistas se sentaron sin papeles, toxicómanos, ex presos, madres que perdieron a sus hijos a pinchazo sucio… El público de este lugar «no homologable eclesialmente», según el arzobispado.
Baeza, el cura, midió sus palabras pero dejó ver la estatura de lo que está pasando. «Esto no es una guerra contra el arzobispado. No somos la parroquia roja. Queremos diálogo. Pero es un momento convulso en el que la disensión no gusta. Y nosotros disentimos con los obispos, con los banqueros, con el capitalismo. Nuestra guerra es contra los que machacan a los presos, a los menores, a los que tienen encerrada a tanta gente en Mauritania y de lo que nuestro Gobierno es cómplice».
La jerarquía de la Iglesia ha instado a los tres curas a unirse a Cáritas para atender a los pobres y les ha comunicado que la parroquia desaparece como templo, una ruptura que nadie acepta a este lado de Vallecas ni en Asturias, Cataluña, Andalucía, Canarias, Brasil, Alemania…