¿Cómo ascender al titular de Bilbao y, de esta forma, mandar un recado a los obispos españoles, sin cambiarlo de sede? El problema era complicado, pero Roma encontró la respuesta: nombrar a Ricardo Blázquez arzobispo ad personam, un título honorífico personal. Un premio a su labor al frente de la nada fácil diócesis bilbaína y, al mismo tiempo, un espaldarazo a su talante dialogante con el Gobierno socialista y colegial al frente del episcopado.
«Es la cuadratura del círculo eclesiástico», dicen en fuentes de Añastro, sede de la Conferencia Episcopal. Y añaden: «Roma siempre ha hilado fino, pero nunca pensábamos que tanto».
Y es que este nombramiento potencia la figura del presidente de los obispos, sin tener que cambiarlo a una sede arzobispal, que son las que llevan aparejada la dignidad del mismo nombre. Primero, porque no quedan sedes de ese tipo libres, por ahora. En segundo lugar, en estos delicados momentos Roma no quiere tocar el puzzle episcopal vasco y trasladar a Blázquez implicaría buscarle un sustituto adecuado, que no parece existir en estos momentos. Recibido de uñas, «el tal Blázquez» (Arzalluz dixit) pasó pronto a ser «nuestro Blazkez». «Hoy en día, se encuentra a gusto en Bilbao y Bilbao está muy a gusto con él. Sacarle de aquí sería desvestir a un santo para vestir a otro», dicen en fuentes clericales vascas.
No sería la primera vez que Roma utiliza esa figura en España. En 2001, el Vaticano nombró arzobispo ad personam al hasta entonces obispo de Seo de Urgell, Joan Martí Alanis. La distinción vaticana a Blázquez, a parte de ser un premio personal, sería el signo de Roma que muchos obispos estaban esperando, para volver a reelegirlo en las elecciones episcopales que los prelados celebrarán del 3 al 7 de marzo de 2008.
Su nombramiento arzobispal, leído en clave española, significaría que Roma apuesta por su talante dialogante, que consiguió en sus tres años más que su predecesor en seis. Y ahí están para demostrarlo los ventajosos acuerdos tanto en financiación como en la clase de religión. Esta señal de Roma hacia Blázquez reduciría las aspiraciones del candidato del ala dura, Antonio Cañizares, y reforzaría el grupo de los obispos que, aun reprochándole su falta de liderazgo, le agradecen a Blázquez que actúe, en la presidencia de la CEE, como un primus inter pares y no como un Patriarca de las Indias.
Es la línea de los que llaman «obispos que actúan y votan con claves teológicas». Es decir, los que quieren que el presidente del episcopado deje de ser el jefe de los obispos, como lo ha sido siempre desde Tarancón a Suquía, pasando por Díaz Merchán o Yanes, para convertirse en una mera instancia colegial y de referencia. Un presidente que no mande, sino que coordine, como Blázquez está haciendo en su primer mandato y como mandan los estatutos de la Conferencia Episcopal.
Con su elevación al arzobispado, Roma apuesta por el diálogo con el Gobierno de turno, incluido el socialista, como quedó escenificado por parte del número dos del Vaticano, cardenal Bertone, durante la beatificación de los 498 mártires el pasado fin de semana en Roma.
Además, sería un reconocimiento romano a Bilbao y a todo el País Vasco, una comunidad autónoma con profundas raíces católicas, otrora semillero de vocaciones y con una excelente sintonía con la Compañía de Jesús.