Enviado a la página web de Redes Cristianas
Parece que, desde el principio, le dio a las personas por acaparar. Tan pronto como dejaron de ser trashumantes, alimentándose de los frutos y raíces encontrados a su paso, quisieron tener propiedades. Empezaron limitando su terreno, al convertirse en sedentarios. Formalizaron su entorno como propiedad privada. Señalaron límites, de acuerdo o en litigio con las tribus vecinas.
Pasado el tiempo surgieron las ciudades y las naciones. Pero en su instinto de tener cada vez más se dedicaron a utilizar su fuerza imponiéndose a sus adversarios. Más adelante les dio por colonizar y explotar a otros países. La historia del llamado occidente europeo se ha distinguido por ese afán de aprovecharse de las riquezas de diversos continentes. Así, tanto ingleses como franceses y españoles, etc., han conseguido su progreso económico a base de viajar en oleadas de conquistadores a Africa, América y Asia. Estos continentes han servido de fuentes de riqueza para occidente.
No se conformaron con descubrir y colonizar. Les pudo el deseo y la ambición de acaparar. Todo lo que en aquel tiempo era aprovechable se le quitó a los otros para enriquecer a las metrópolis.
Hoy, los deseos de ganancia, a costa de lo que sea, se sigue manifestando en multitud de políticos que se creen con derecho a utilizar y abusar de los bienes ajenos, comunes a todos los ciudadanos, como si ellos fueran los dueños exclusivos del erario nacional. Las leyes de convivencia social, elaboradas en base a la filosofía del bien común, a través de la historia, no están siendo respetadas. Está fallando la ética más elemental. Hace falta que controlemos el instinto humano depredador que llevamos dentro y que los infractores de las normas sociales de convivencia sean descubiertos y se proceda a su detención y castigo.
El señorío del ser humano sobre la naturaleza consiste en cuidarla, cultivarla y hacerla fructificar para que esta tierra sea realmente la casa de la gran familia humana, donde quepamos todos y sea posible llevar una vida digna.
ANDRES BROTONS GONZALEZ