El problema no son las mujeres que limpiaron el altar -- Jesús Bastante

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El Barón rampante

Mucho se ha hablado, y se seguirá haciendo, de la imagen de las cuatro religiosas limpiando el aceite del altar de la Sagrada Familia que, momentos antes, había bendecido Benedicto XVI. Una imagen que ha dado la vuelta al mundo, y que ha molestado, y mucho, a mucha gente de bien. Brevemente: el problema no son las mujeres que limpiaron el altar, ni siquiera la visión de un centenar de hombres -sacerdotes, obispos, cardenales, el mismo Papa- observándolas. La cuestión no es el gesto en sí, sino lo que significa. Y cómo se traduce a la sociedad.

La mayor parte de los fieles que participan en la Eucaristía y en las actividades socio-sanitarias y de desarrollo fomentadas por la Iglesia católica son mujeres. La gran base de nuestra Iglesia es femenina. El propio término «Iglesia», en su acepción castellana, lo es. La Iglesia es Madre, no Padre, etc… Sin embargo, el peso de la responsabilidad en nuestra Iglesia es total y absolutamente propiedad de los hombres. El contrapeso de lo masculino ensombrece, subyuga, somete a la mujer.

Bueno sería que nos pusiéramos, desde el interior de la Iglesia, como creyentes, a reivindicar, de manera seria y definitiva, sobre el papel de la mujer en la misma. Y de nada vale decir que Jesús sólo eligió a hombres entre sus discípulos. Esta afirmación, además de falsa (se olvidan de la Magdalena, de la propia María…), no tiene en cuenta un contexto histórico (el siglo I en Galilea, ¡por Dios!), resulta absolutamente incoherente con el mensaje del Evangelio. Como lo fueron los tiempos en los que los negros, o los indios, no tenían alma. O aquellos -tan cercanos aún- en los que quien no estaba bautizado no tenía acceso a la Salvación.

Luego habrá que definir cuál es exactamente el papel de la mujer -como el del/la laico/a- en la responsabilidad de esta Iglesia, instituida por el mismo Cristo, en el que cabemos todos. «Allí donde dos o más os reunáis en mi nombre…»