La sensibilidad abierta a los problemas sociales de nuestro tiempo que inspira la encíclica Caritas in veritate, tercera que firma el papa Benedicto XVI, sigue la estela y se asienta sobre los grandes pilares de la doctrina social de la Iglesia desde los días inmediatamente posteriores a la clausura del concilio Vaticano II. Como su antecesor, Juan Pablo II, el Papa emite un juicio crítico del capitalismo y la economía global, del coste humano que tiene el crecimiento económico y previene ante la utilización del mercado como «el lugar del atropello del fuerte sobre el débil».
Puede decirse que en el debate de los valores, en concreto en el respeto al individuo por encima de cualquier otra consideración, prevalece en la encíclica la mejor tradición del humanismo cristiano. Lo cual no deja de producir cierta perplejidad en un sector de la grey católica, porque cuando el mismo debate sobre la crítica y los valores de la modernidad se traslada a la moral y el dogma, la prédica vaticana se atiene a la tradición .
A la luz del contenido de Caritas in veritate puede afirmarse que la Iglesia no pone límites a la preservación de los derechos sociales de los seres humanos, siempre y cuando estos no atañan a las políticas del cuerpo –relaciones sexuales, aborto, muerte digna– y a la preservación del statu quo político. En este punto pesan más las herencias del pasado que los desafíos del presente, como si revisar la tradición entrañara alguna forma de relativismo moral o de aligeramiento del compromiso ético de los creyentes. Es dudoso que este sea el parecer mayoritario en el orbe católico, pero lo es desde luego en la jerarquía, y acaso esta sea la causa primera de la disonancia del mensaje que llega a la opinión pública.