Fue el mismo día: 21 de agosto de 2011. Dos personas ubicadas en las antípodas, el papa Benedicto y Camila Vallejos, movilizaron a multitudes de jóvenes para festejar la vida, con sus ideales, utopías, luchas y realidades. El Papa, en Madrid, a sus 83 años y su rostro cansado que ofrecía sonrisas respondiendo a los saludos pero sin hacer concesiones éticas ni valóricas en su discurso, fiel a la enseñanza tradicional católica. Camila, en el Parque O’Higgins de Santiago de Chile, a sus 23 años, con la seriedad de aquella que sabe que lo que ha asumido no es un juego, liderando la fiesta de cantos, proclamas y demandas juveniles.
Y sin hacer concesiones tampoco de ningún tipo a las propuestas mentoladas del gobierno en el campo de la educación; fiel también ella a la enseñanza tradicional del Partido Comunista que quiere cambiar la institucionalidad burguesa.
Ambos, distanciados por la edad, la geografía, los principios filosóficos y la ubicación social, pero convertidos en iconos de la juventud comprometida con las buenas causas.
Porque eso es lo que importa: tanto Benedicto como Camila pasarán. Pero queda el que haya miles y millones de jóvenes que buscan caminos nuevos para expresarse, asumir protagonismo, ganar en responsabilidad, idear propuestas y asumir compromisos. Aunque en ese caminar comentan errores. Pero que sean errores de ellos, como pidió el presidente de Uruguay, José Mujica, en una manifestación similar: “muchachos- les dijo- no importa que comentan errores, pero que sean de ustedes; no cometan los errores nuestros”.
Las juventudes estudiantiles alzadas en Chile en demanda de una educación de calidad, avalada por el Estado porque es un derecho constitucional, abierta a todos en igualdad de condiciones, sin fines lucrativos, han dado una lección que ellos mismos han aprendido no en las aulas sino en la calle. Estos dos meses de movilizaciones les han enseñado más de civismo y de participación democrática que diez mil horas de clases teóricas.
La actuación minoritaria de descolgados que cometen fechorías y de infiltrados que se aprovechan de la situación para hacer daño, no puede enlodar la gran causa de la educación en el país.
Lo que viven la Camila y el papa Benedicto es una verdadera revolución que proclama que otro Chile es posible, que otra iglesia es posible. Y sin duda lo será si los jóvenes se reúnen, fraternizan, cantan, se toman parques y calles, levantan banderas junto con levantar la voz, hacen propuestas que acorralan a los viejos (ya sean senadores o cardenales) que les han entregado una sociedad en jirones y/o una iglesia caduca. O como decía Violeta Parra: “me gustan los estudiantes porque levantan el pecho cuando les dicen harina, sabiéndose que es afrecho”.