Un obispo keniata está levantando una campaña infame contra la lógica, contra el sentido común y contra su país, aún más: contra la Humanidad toda. El buen obispo Bonifes Adoyo, que dirige la Congregación de Cristo es la Respuesta, la mayor iglesia Pentecostal de Kenia, quiere que el Museo Nacional de aquel país esconda en un rincón la riquísima, única colección de restos paleoantropológicos hallados en aquel país. Al obispo y sus huestes les molestan esos fósiles, esos huesos que testimonian parecidos sorprendentes con nosotros de animales, o quizá personas, muertas hace mucho tiempo. Este grupo que se dice religioso quiere iniciar una guerra con la razón, y han tomado como casus belli la prueba más evidente que conocen de la Teoría de la Evolución: la colección paleoantropológica keniata.
Y lo que es peor: en una sarcástica interpretación de neutralidad entre la razón y la sinrazón, el gobierno keniata está dispuesto a discutirlo.
Enfrente hay sólo un hombre: Richard Leakey. Pero es un mal enemigo. Heredero de la Dinastía Leakey, que ha realizado algunos de los más importantes descubrimientos en paleoantropología; cazador profesional en tiempos, paleontólogo luego, político con arrestos suficientes como para plantarle cara a la caza furtiva, a un gobierno con tendencias autoritarias e incluso a su clase (los blancos de Kenia), a pesar de las mutilaciones sufridas en un accidente de avión, Richard Leakey es un duro rival. Conocido y respetado internacionalmente, Leakey encabeza la oposición a meter debajo de la alfombra un tesoro nacional y mundial para satisfacer la enrrabietada teología de una secta con pretensiones políticas.
En el nombre de su religión y su dios los Pentecostales pretenden quitar de la vista las evidencias, para imponer su punto de vista. Debe tratarse de una deidad insegura, y de una comunidad de fieles singularmente carentes de fe, cuando les es necesario esconder las pruebas para evitar el trance de la tentación. Debe tratarse de una teología celosa, si exige eliminar las doctrinas que no comparte. Debe tratarse de una comunidad con ansias de dominio, cuando pretende imponer su voluntad por la fuerza. Los Pentecostales, que con mucha razón no aceptarían que Richard Leakey tratase de decidir el contenido de sus sermones o la disposición de sus iglesias, quieren en cambio controlar el contenido de los museos de ciencia.
No deben conseguirlo. Porque al igual que las doctrinas religiosas no son una cuestión de votos, sino de fe, las tesis científicas no son democráticas; no se decide la verdad por mayoría, o por capacidad de presión política. La naturaleza es como es, y nuestro entendimiento es lo más que sabemos acercarnos a su esencia. No lo que más nos gusta, o lo que menos nos desagrada, sino lo que mejor se ajusta a lo que sabemos. No se puede cambiar teorías o eliminar evidencias sólo porque resulten incómodas para una secta con poderío local. Ese camino lleva al desastre, y al enfrentamiento entre religiones y sectas, porque ¿cuál será la que decida por todos los demás?
Hay una muy buena razón para que los gobiernos deban ser laicos, y es el respeto a las diversas religiones. Porque donde una de ellas manda, las demás desaparecen: las principales víctimas de las teocracias son todas las religiones que no son la oficial. Y el camino de la teocracia es un sendero resbaladizo que acaba en un precipicio. Los fósiles hallados a lo largo del tiempo en la Cuenca del Lago Turkana son testimonios de nuestra historia, y no deben ser rehenes de la doctrina más poderosa. Por el bien de Kenia. Por el bien de todos.