Al leer el título se puede pensar que esto ya pasó de moda y que no merece la pena perder tiempo en ello. Pero hace un poco de tiempo apareció la noticia de que en Roma se dan unos cursos para formar especialistas en Exorcismo. Algunos comentarios realizados han sacado las cosas de quicio. Se intenta ridiculizar, como si no hubiese otras noticias. La doctrina de la Iglesia sobre justicia social no aparece como noticia porque haría temblar a los poderosos. El exorcismo se define como “la práctica que tiene como finalidad la expulsión del demonio de la persona a la que ha poseído”.
Y, aunque Pablo VI suprimió en 1973 el Exorcistado como tercera de las órdenes sagradas menores, sin embargo permanece reservada al Obispo y a sacerdotes designados al efecto. En este contexto se encuadra la preparación para saber distinguir los exorcismos reales de cualquier patología natural. El Concilio Vaticano II plantea que la misma Iglesia tiene que revisar su propio comportamiento abriéndose al diálogo con la sociedad, eliminando cargas y yugos innecesarios como lo hizo el Concilio de Jerusalén: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no poneros ninguna carga más que las necesarias” (Hec 15,28)
Se dice que estamos demasiado cansados por ir demasiado de prisa. Pero, a pesar del cansancio y del poco tiempo para la reflexión, habría que ser valientes y reconocer que nos da miedo enfrentarnos con nosotros mismos. Buscamos evadirnos para eludir la realidad de nuestra propia existencia y la propia responsabilidad en las situaciones de “dependencia injusta” (hombres sometidos a otros hombres, pueblos bajo el yugo de otros pueblos) son caídas en la tentación de poder, de dominio, de endiosamiento.
El Mal, el Diablo existe en nuestro tiempo aunque no se presente con cuernos ni tridentes ni nadie se preocupe de exorcizar. El Mal actúa silenciosamente cuando cada persona quiere ser dios de los demás y cuando hay pueblos que son lobos para otros pueblos. Así las palabras “tentación, caída, pecado, desierto y Satanás” se llenan de contenidos de carácter personal, colectivo y estructural, atroces.