El Imperio, el uno y el clamor de los pobres -- Jung Mo Sung, * Profesor de Post Grado en Ciencias de la Religión en San Pablo

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Adital

En este tercer artículo sobre el actual Imperio global y la lucha por otro mundo, quiero retomar el tema «no hay alternativa», que traté en el primer artículo de esta serie (¿Hay alternativas? El imperio y el pensar crítico). El actual sistema imperial -que casi se confunde con el proceso de globalización capitalista- proclama, como otros imperios anteriores, que no hay alternativas a la actual forma de organizar las economías y las sociedades. Fuera del capitalismo global sólo habría caos, pobreza y atraso.

Esta idea de que no hay alternativas al sistema dominante presupone que el principio fundamental que rige a todo el universo y la historia es el uno, o el principio de unidad. Sin embargo, si aceptamos que el mundo está regido, no por el principio del «uno», sino por el de la diversidad o el de las contradicciones insolubles, sabremos que siempre habrá más de un camino.

Para un pensamiento imperial, la multiplicidad que nuestros sentidos nos muestran en la «naturaleza» sería sólo una ilusión, fruto de los conocimientos insuficientes de las personas que todavía no consiguen «ver», a través de la «alta teoría», la unidad que está por detrás de todo. Lo mismo valdría también para el campo de la cultura y de la historia. La diversidad cultural y la diversidad de modelos económico-sociales no serían una expresión de las múltiples posibilidades de pensar y vivir la vida en grupos sociales, y sí de la falta de unidad. Esto porque todavía estaríamos viviendo en una etapa del caminar hacia la unidad de toda la humanidad, momento en el que todos vivirían en paz la verdadera libertad. Queda claro que ellos presentan el actual modelo de globalización como «el» camino para unir a todos los pueblos y países alrededor de la libertad de mercado, o lo que Alan Greenspan, el ex-presidente del Banco Central estadounidense, llamó «mundo plenamente globalizado».

Toda y cualquier teoría que pretenda dar una explicación sistemática y completa sobre el mundo y el caminar de la historia humana (sea que venga de los dominadores o de los intelectuales que luchan contra el Imperio) necesita descartar o hacer «olvidar» realidades humanas concretas que no encajen en su teoría global. En el caso de las teorías imperiales, lo que es descartado son los sufrimientos concretos de las personas. Ellos intentan decir que nuestras experiencias de compasión frente al sufrimiento de las personas concretas necesitan ser «correctamente» interpretadas como «sacrificios necesarios» o como algo ínfimo frente a la grandeza del «uno» que rige la evolución de la historia.

Contra esas teorías (científicas, filosóficas o religiosas) que encuentran un sentido «lógico» para todo lo que ocurre en el mundo -y para eso «suprimen» de sus teorías y de la memoria de los pueblos los sufrimientos concretos de las personas reales-, la tradición bíblica coloca el «clamor de los pobres» como la fuente de la manifestación de Dios en la historia (cf Ex 3,7-10). El clamor de los pobres es lo que resiste el intento de dar un sentido lógico a un mundo marcado por dominaciones y por la falta de sentido humano. El clamor revela que el mundo así como está aún no tiene o no vive un sentido humano, y mucho menos divino. El clamor desenmascara la idolatría del mundo, que con sus teologías o ciencias da a la sociedad una conciencia de tranquilidad ante el sufrimiento de los pobres.

Escuchar el clamor de los «pobres» y humillados es la experiencia fundacional que nos permite romper con el dominio de la visión unitaria del mundo y experimentar que más allá del sistema imperial dominante hay otro horizonte, otros valores y formas alternativas de imaginar y vivir la vida.

Quien lucha por otro mundo a partir de esa experiencia no precisa refugiarse en las nuevas certezas o en las nuevas teorías de la historia que garanticen la «evolución» en dirección hacia la victoria final (una nueva certeza para sustituir la certeza imperial), pues el fundamento de su lucha no se encuentra en una teoría, sino en la experiencia espiritual. Personas así no abandonan sus luchas aunque sus teorías sociales y políticas o teologías parezcan equivocadas, porque lo que las mueve no es una certeza teórica, sino la experiencia de encontrarse con Dios y consigo mismo en la experiencia del encuentro con «el otro», en la experiencia de la «revelación» al escuchar el clamor.

Las luchas por la liberación que nacen de esa experiencia espiritual no fundan o no van a fundar nuevas teologías o teorías sociales que supriman las contradicciones, los conflictos y paradojas humanas. En el mundo todo está ligado de manera interdependiente, pero este conjunto está constituido por contradicciones, conflictos y paradojas que no deben ser suprimidos por teorías que buscan responder a los intereses del Imperio o a nuestros deseos imposibles. Nuestras luchas exigen algún tipo de teoría que nos dé una visión de conjunto, pero no podemos dejar que esas teorías supriman las experiencias concretas de sufrimiento, de compasión, contradicciones y paradojas que marcan nuestras vidas.

El cristianismo nació exactamente de una «paradoja»: ¿Cómo el Mesías podría morir en una cruz? O, ¿cómo alguien que fue derrotado y muerto en una cruz puede ser llamado Mesías? Para las teologías «oficiales» de su tiempo (sean las del Templo, sean las de los grupos judaicos más «revolucionarios») esto era un absurdo; una afirmación que derribaría los «edificios teológicos» bien constituidos. Pero la comunidad de las discípulas y de los discípulos de Jesús prefirió dar más valor a la experiencia de la resurrección de Jesús y a su memoria de compasión con los pobres que a las teologías que sistematizaban su fe: él abandonó la seguridad de los «edificios teológicos» y siguió el soplo del Espíritu Santo intentando organizar en la medida de lo necesario el mensaje de la «buena nueva».

Hay alternativas y otros mundos más justos y humanos son posibles exactamente porque el mundo y la historia están constituidos por contradicciones, conflictos y paradojas; como así también de pecado y gracia, solidaridad e insensibilidad. Y los clamores de los/las pobres y oprimidos/as nos lo están y nos lo estarán recordando.

Lea también el segundo artículo en: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=31543

Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com

* Profesor de Post Grado en Ciencias de la Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor, entre otros, de «Competencia y sensibilidad solidaria: educar para la esperanza» (con Hugo Assmann)