Evangelio
Lucas 15, 1-3. 11-32
“Todos los recaudadores y descreídos se le iban acercando para escucharlo; por eso tanto los fariseos como los letrados lo criticaban diciendo:
-Éste acoge a los descreídos y come con ellos. …”
Lo que sigue es la parábola del Hijo pródigo.
Es un pasaje lo más revolucionario dentro de medio religioso en que Jesús se encontraba. Jesús representa una nueva imagen de Dios, un Dios incluyente, cara a la miseria humana y con los brazos abiertos para todos quienes lo buscan para rehacer sus vidas. Nada de reproche. Nada de sanción o excomunión. Lo contrario: Para el retornado un banquete de amor, un banquete excepcional.
Nos recuerda al la parábola del Buen Pastor en busca de la “oveja perdida”. Hasta deja a su suerte a los “justos” para recuperar al “pecador”. Nos recuerda también a lo de Zaqueo, el corrupto burócrata extorcionador aduanero. Jesús mismo se invita a su casa, y este cambia radicalmente. Más aún llamó la atención de los “justos” aquella mujer de la calle que se metió en medio de la cena de un fariseo donde se encontró Jesús. Al final salió más limpia, que el mismo anfitrión de la casa que se había escandalizado por la actitud de Jesús.
Con todo esto Jesús ilustra la gran verdad: El mal en el hombre no se vence apartándolo del banquete de amor; ni se trata en muchos casos del mal mayor: el desamor. Es más: Jesús no espera confesión y arrepentimiento previo, ni formulas mágicas de perdón. El amor mismo, la invitación al banquete, a la “comunión”, lleva al hombre a reconocer su relación con Dios, y no puede sino responder amor con amor y rehacer su vida.
¡Qué diferente las exigencias de nuestros sumos sacerdotes! Basta leer la última Instrucción del actual Papa: “Sacramentum Caritatis”. El mismo título parece una burla al Evangelio, porque de lo que habla, es sobre la exclusión de la comunión de divorciados y de nuevo casados, de homosexuales, sobre la obligación de los políticos de ajustar sus influencias a las directivas de la “Iglesia” (diga del Vaticano), independientemente de su mejor saber, y sus conciencias. Cuando esto de Jesús tiene un carácter de servicio amoroso, esto de la “Iglesia” huele a ansia de control y poder.
Luego se mistifica en la Instrucción el banquete de amor (misa) a modo de ceremonias con efectos mágicos, preferente en latín y cantos gregorianos, para que levante los sentimientos por encima de la vida real, donde el verdadero SER cristiano debería dar frutos de transparencia, de justicia, de libertad y de fraternidad, valores tan ausentes en este continente mayoritariamente católico.
(Correo electrónico)