Ni siquiera los sucesos resonantes y aparatosos de las OPAS y del proceso de ilegalización de ASB han conseguido acallar en Madrid el escándalo de la decisión arzobispal de cerrar la parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio madrileño-vallecano de Estrevías.
De vez en cuando, es bueno que nos ocupemos de los asuntos de la trascendencia y de la espiritualidad, incluso si vienen ligados a excrecencias político-sociológicas como las que acompañan al caso Entrevías. Lo sucedido aquí es muy triste y muy grave y obliga a los tres curas-santos y al conjunto de la parroquia a desobedecer la orden de cierre y/o disolución impartida desde el arzobispado que encabeza Antonio Rouco Varela.
Una decisión perfectamente conectada con la deriva represiva que viene del Vaticano, que termina una primera etapa de apariencia tranquila en el reinado de Ratzinger, como sabe muy bien el represaliado Jon Sobrino, uno de los mejores teólogos de esta etapa histórica. Parece mentira, pero los aires inquisitoriales vuelven a correr cuando ya estamos en pleno siglo XXI.
El pecado del mítico y santo cura Enrique de Castro y sus colaboradores, sacerdotes y laicos, no es otro que la aplicación del mensaje evangélico en estado puro, que es la sublimación del amor al prójimo y no el cumplimento estricto de normas litúrgicas que por definición son cambiantes a lo largo de los tiempos. En estos comienzos de la Semana Santa, Madrid, el Madrid cristiano, progresista y amante de los pobres y desprotegidos, se ha sumido en el escándalo.
El estallido de solidaridad con los curas y con la parroquia de San Carlos Borromeo está siendo impresionante. De pronto, nos damos cuenta de que hay un cristianismo muy vivo y muy comprometido con el mensaje de Cristo, mensaje de amor, de tolerancia, de misericordia, un cristianismo con el que somos muchos los que comulgamos. Es la Iglesia jerárquica la que debería dar un giro radical hacia el reencuentro con las fuentes auténticas del cristianismo, el alejamiento de las cuales le está costando precisamente la deserción de los fieles y el vacío de los templos.
Pedro Calvo Hernando
