«EL DISFRAZ DE CARNAVAL». NUEVO LIBRO DE JOS? MªCASTILLO. LA NUEVA RELIGI?N(CAPÍTULO 3)

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Jose Mar?­a Castillo3.jpg1. El hecho
Es un hecho que todos estamos constatando cada día: la creciente presencia de las religiones en el mundo. Si es cierto que, en abril de 1966, la revista Time preguntaba en su portada ?¿Dios ha muerto???, no es menos verdad que, en agosto de 2006, la revista FP. Foreign Policy, afirma: ?Dios vuelve a la política??. Y en páginas interiores de esta revista, los autores del informe, los periodistas Timothy Samuel Shah y Mónica Duffy Toft enfatizan su punto de vista asegurando que ?se suponía que la religión iba a desaparecer a medida que se extendieran la globalización y la libertad. Pero en lugar de ello, está experimentando un fuerte auge en todo el mundo y con frecuencia determina los candidatos que ganan las elecciones??.

Es más, ratifican estos periodistas: ?La intervención divina no ha hecho más que empezar. La democracia está dando voz a los pueblos, que quieren hablar de Dios cada vez más?? (p. 23). Pasó, por tanto, el tiempo en que los ?profetas de desgracias?? (Juan XXIII) anunciaban el fin de la religión y el comienzo de una ?era post-religiosa?? . A estas horas, resulta evidente que el hecho religioso es un elemento constitutivo de la cultura, de cualquier cultura. Y por eso se puede seguir afirmando que donde hay cultura hay religión. Nuestro tiempo se ha encargado de dejar esto fuera de duda.

Por supuesto, sabemos lo que acertadamente ha dicho el profesor Ronald Inglehart: ?En todas las sociedades industriales avanzadas hay evidencias de un alejamiento a largo plazo de las normas culturales y religiosas tradicionales?? (Modernización y Posmodernización. El cambio cultural, económico y político en 43 sociedades, Madrid, CIS, 2001, 54). De ahí, el hecho, ampliamente comprobado (en casi todos los países más industrializados y ricos) de los templos casi vacíos, la escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas, el desafecto a la Iglesia, el creciente desprestigio del clero, la cantidad de gente que ya no bautiza a sus hijos, no se casa por la Iglesia, no quiere saber nada de religión, etc, etc.

Todo esto es bastante conocido en casi toda Europa, en amplios sectores de la población norteamericana, en Canadá y, fuera de las sociedades de tradición abrahámica, en Japón, así como en otros países de alto nivel de vida.

Pero tan cierto como lo que acabo de decir es que, desde hace bastantes años, nunca se había hablado tanto de religión como se habla ahora. De sobra sabemos que hechos y dichos relacionados con las religiones son noticia cada día en los medios de comunicación social de todo el mundo. Como también es evidente que el hecho religioso tiene hoy una presencia pública que no tenía hace cuarenta años. Por poner un ejemplo, resulta llamativo que, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2004, la religión fue un factor más fiable de predicción de voto que el sexo, la edad o la clase social.

Es más, si a comienzos de 1990, apenas una mayoría de la población mundial – un 50 % para ser precisos – eran católicos, protestantes, musulmanes o hindúes, a principios del s. XXI, casi el 64 % pertenecía a estos cuatro grupos religiosos. Sin duda alguna, se puede asegurar que el factor Dios ?está en racha??.

Concretando más estos datos, es bien sabido que el crecimiento de la religiosidad y la influencia de las religiones son cosas que se han hecho notar, ante todo, en el islam, cuya consistencia como religión hoy está fuera de duda. También se nota en gran medida la presencia de la religión por causa de los grupos fundamentalistas. Hasta el extremo de que el fundamentalismo religioso es uno de los fenómenos más característicos de nuestro tiempo. En este sentido, la historiadora Karen Armstrong escribía, hace unos años: ?Uno de los acontecimientos más alarmantes de finales del siglo XX ha sido el surgimiento, dentro de las tradiciones religiosas más importantes, de movimientos militantes conocidos como ?fundamentalismos?? (Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam, Barcelona, Tusquets, 2004, 21). Y, por otra parte, están los difusos movimientos de religiosidad ?ligth??, al estilo de la New Age, una de cuyas manifestaciones más claras es el crecimiento de grupos sectarios. A lo que hay que añadir el interés, bastante generalizado, por el esoterismo, tanto en la abundante literatura que circula sobre ese tema, como en la multitud de prácticas esotéricas, más o menos extrañas, que se multiplican por todas partes.

?ste es el hecho. Ahora bien, este hecho (en su conjunto) plantea, entre otros, un problema, que, a mi manera de ver, es el problema fundamental de nuestro tiempo.

2. El problema que nos plantea este hecho

Me refiero aquí al problema de la violencia, que tanto nos preocupa en este momento. Es evidente que la violencia actual no tiene, como única causa, el hecho religioso o la intervención de las religiones. Pero tan cierto como eso es que el retorno de las religiones a la vida pública está motivado, en gran medida, por la violencia. Desde el comienzo del siglo XXI, el 43 % de las guerras civiles han sido también guerras religiosas. Y ya estamos cansados de oír, en los medios de comunicación social, que la ideología religiosa extremista es una motivación de primer orden en la mayoría de los ataques terroristas internacionales.

Con una matización, que creo fundamental al hablar de este asunto: cuando nos referimos al terrorismo, no olvidemos que existe también el terrorismo de estado, que es el más letal, el que más muertos y más destrozos causa. Con lo que estoy afirmando que más terrorista que los terroristas, que se matan matando con metralla adosa a su propio cuerpo, es la administración de Estados Unidos, que organiza guerras de destrucción masiva, al tiempo que reza a Dios por el éxito de la ?justicia infinita??, como hacía el presidente Bush en sus desayunos de oración, televisados en directo a medio mundo.

Todo esto nos plantea el siguiente problema: Dios ha vuelto a la política, a la vida pública, a la experiencia y a los sentimientos de mucha gente. Ha retornado, por tanto, la religión. Pero ha retornado lo más feo y lo más peligroso de la religión: la violencia. Por supuesto, no sólo eso. Pero, sobre todo, eso. La violencia producida directamente por las religiones. La violencia consentida, legitimada y, a veces, impulsada por las religiones. La violencia que con tanta frecuencia ha emanado y sigue brotando del hecho religioso.

Por supuesto, nadie duda que la religión, hoy como en todos los tiempos, ayuda y da sentido a la vida de muchas personas. Porque, como bien sabemos, la creencia, la religión o la ideología ofrecen a los hombres la posibilidad de dar un sentido a sus vidas. Las religiones aseguran la cohesión de la colectividad gracias a la comunidad de convicciones, de normas y de ideales. La autoridad de las ideas fundamenta la unidad social (W. Sofsky, Tratado sobre la violencia, Madrid, Abada, 2006, 220). Todo esto es verdad. Pero, tan cierto como esto, es que ningún Dios, que verdaderamente se precie, tolera otro Dios junto a él. La pretensión del verdadero Dios es absoluta: pretensión de verdad, de evidencia y de obediencia. ¿Qué Dios sería aquel que consintiera la existencia de otros dioses junto a él? ¿qué razón sería aquella que fuera indulgente con los hombres que se entregan a la superstición? ¿Qué sería una comunidad de valores que admitiera en sus filas a extraños o escépticos?

Todo esto nos viene a decir lo que acertadamente ha afirmado Wolfgang Sofsky: ?Las ideas grandiosas cuestan numerosos sacrificios. Ellas justifican la violencia y la desean?? (o.c., 221). O como ha dicho Z. Bauman: ?Como los vampiros, los valores necesitan sangre para renovar sus energías. Y cuantos más muertos, más radiantes y divinos son los valores en cuyo altar ardieron los cadáveres?? (Tod, Unterblichkeit und andere Lebensstrategien, Frakfurt 1994, 318). Por eso las guerras se hacen en nombre de los valores más altos y las atrocidades se cometen para glorificar a los ídolos. Sabemos que históricamente se han predicado cruzadas religiosas contra los infieles, los salvajes. Y los bárbaros son exterminados por los civilizados con gesto de superioridad cultural y vocación misionera. El terror revolucionario se despliega bajo el signo de la virtud, la razón o la justicia (W. Sofsky, o.c., 221).

Estas cosas han ocurrido mil veces a lo largo de los tiempos, desde que en el mundo hay religiones e ideales religiosos absolutos, cargados de verdades absolutas que por eso mismo se han cargado a todo el que no se sometía incondicionalmente a sus exigencias y sus intolerancias. Pero, si estas cosas han pasado siempre, en los últimos años se han desatado con una fuerza y una violencia que no podíamos imaginar. Aquí está el nudo del gran problema que hoy nos plantean las religiones y su retorno a la vida pública. La pregunta que tenemos que afrontar es ésta: ¿qué hacer en este momento?

3. Una propuesta de solución

Retomando lo que acabo de explicar, parece enteramente lógico pensar que la solución no va a venir por el camino de intentar poner de acuerdo a las religiones y sus creencias. Aceptemos, de entrada, que no es posible el acuerdo y la comunión en las creencias. Porque tales creencias se fundamentan, de una forma o de otra, en verdades absolutas. Lo cual quiere decir que los Dioses de las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) son Dioses excluyentes, que se justifican a partir de verdades absolutas y, por tanto, también verdades, valores y normas excluyentes. De tal manera excluyentes que no toleran ni a otro Dios, ni a otra verdad que no sea la suya. Se podrá ceder en cuestiones marginales. Se podrá llegar incluso a una razonable convivencia basada en la buena educación y en los buenos modales. Pero es evidente que eso no puede ser la solución. Porque el verdadero problema actual está en otra cosa, que la gran mayoría de la población mundial no advierte ni es consciente de lo que en realidad está ocurriendo. ¿A qué me refiero?

A lo largo de los años transcurridos en los dos últimos siglos, sin que la mayoría de la población se haya dado cuenta, ha surgido una nueva religión. Una religión más poderosa que todas las demás. Y más universal que todas las anteriores. Es la religión que manda en este momento, que tiene miles de millones de adeptos que la siguen con una fidelidad nunca igualada hasta ahora. Una religión que ha concentrado en ella las mayores y más seguras esperanzas. La religión donante de sentido y exigente de la más incondicional sumisión. Me refiero a la Religión del Mercado.

En efecto, ya en los años 20 del siglo pasado, Walter Benjamin escribió un lúcido artículo sobre ?El capitalismo como religión?? (J. J. Tamayo, Fundamentalismos y diálogo entre religiones, Madrid, Trotta, 2004, 99). Lo cual no es ninguna innovación genial. Bastantes siglos antes, el evangelio de Mateo pone en boca de Jesús aquella preocupante sentencia: ?No podéis servir a Dios y al dinero?? (Mt 6, 24). Se trata de la imposibilidad de servir a dos ?Señores?? (Kyrioi). Y téngase en cuenta que el título de Kyrios traduce el hebreo adôn, el ?dueño??, el que tiene dominio sobre personas y cosas. Lo que significa que, a juicio del Evangelio, el dinero, el capital, el mercado, se erigen en auténtica divinidad, que rivaliza con otra divinidad, hasta el límite de ser incompatibles la una con la otra.

Cuando Jesús dijo: ?No podéis servir a dos Señores??, en realidad lo que estaba afirmando es que no se puede servir simultáneamente a dos Dioses. Pero ocurre que el gran disparate que hemos cometido los creyentes, que ha venido a ser el gran drama de nuestro tiempo y la contradicción en que vivimos, consiste en que nos hemos empeñado en servir, a la vez, al Dios de nuestras creencias tradicionales y al Dios del Mercado capitalista. Si una creencia nos mueve a ir a misa o a rezar profundamente inclinados, otra creencia nos lleva esperanzados a invertir en bolsa para hacer más sólida nuestra cartera de valores. Creemos en el Cristo de la misa. Y creemos en el Dinero del banco. Más aún, posiblemente nos angustiamos más si llegamos tarde al banco que si llegamos tarde a misa. Porque, posiblemente también, tenemos más fe en lo que se ventila en el banco que en lo que se resuelve en la misa. Estamos, pues, ante una auténtica divinización del Mercado.

Dicho más claramente, Jesús nos puso ya ante la situación dramática que vivimos hoy: el enfrentamiento de la Religión del verdadero Dios (el que cada tradición religiosa tiene por tal) con el Dios de la Religión del Mercado. Y está visto, como acertadamente nos advirtió Susan George, que la oferta de gratificación inmediata, que nos hace el Dios del Mercado, tiene más fuerza de arrastre y de decisión que la oferta de salvación eterna, que nos hace el Dios de la Religión tradicional. La experiencia de los comportamientos de la gente y de sus preferencias constantes son la prueba más patente de que, en efecto, la gran mayoría de la población cree más en el Dios de la Religión del Mercado que en el Dios de la Religión judía, cristiana o musulmana.

En un artículo, que provocó amplia discusión, David Loy afirmó que la religión dominante, la más extendida en nuestro mundo contemporáneo, es la ?Religión del Mercado?? (The Religion of the Market, en ?Journal of the American Academy of Religion, 65/2 (1997) 275-290. Cf. Paul F. Knitter, en el Prólogo el libro de J. M. Vigil, L. E. Tomita y M. Barros (eds.), Por los muchos caminos de Dios, IV, Quito, Ecuador, 2006, 8). Esta religión, tal como funciona actualmente, se basa en la creencia de que el crecimiento económico, afanosamente buscado sin restricciones y sin interferencia de los gobernantes públicos, traerá la salvación al mundo entero. Una creencia que no pasa de ser eso: una mera creencia que nos han metido a todos en la cabeza. Pero de sobra sabemos que eso no es ninguna verdad científica. Y menos aún una evidencia.

Más bien, se trata de todo lo contrario: la constatación de que el crecimiento económico aporta bienes y males, enriquece a unos y empobrece a otros. Construye fuentes de riqueza y destruye fuentes de energía, hasta el extremo de ponernos al borde de un posible cataclismo mundial. Pero resulta que la creencia es tan fuerte, que, como todas las creencias, es capaz de superar todas las contradicciones, todas las amenazas, y sigue adelante. He aquí la nueva Religión del mundo entero. La indiscutible e incuestionable Religión del Mercado.
Esta Religión del Mercado tiene sus credos, que están hechos por la economía neo-liberal de sus grandes pontífices, ayatolás o escribas de nuestra cultura y de nuestro tiempo: Friedrich von Hayek y Milton Friedman.

Tiene sus templos, que son los grandes almacenes, los enormes espacios comerciales (catedrales de nuestro tiempo), a donde acuden los devotos de la nueva Religión, cada tarde, cada sábado por la tarde, para celebrar las liturgias del gran Mercado. Y son templos también de esta inmensa Religión los bancos, las bolsas de valores, las empresas financieras a las que los fieles de la Religión del Mercado se acercan con el mayor respeto y las máximas esperanzas.
Esta Religión tiene sus teólogos, que son los economistas, los entendidos en inversiones y finanzas, principalmente los economistas formados en Occidente.

Tiene sus misioneros, el enorme ejército de anunciadores de los mensajes sobre el consumo y sus inagotables ventajas y beneficios, mensajes que se meten en nuestras casas a través de las cadenas de televisión o las enormes carteleras que pueblan nuestras carreteras, ciudades y paisajes.
Tiene sus mandamientos, el primero de los cuales es: ?el Libre Mercado es el Señor tu Dios, no tendrás otros dioses extraños fuera de él??.

Tiene sus centros de formación, que son los Departamentos de Economía, las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales, donde se adoctrina a los ?teólogos?? y ?misioneros?? de esta Religión para que aprendan bien sus dogmas, sus catecismos y sus eficaces liturgias.
Por último, esta Religión tiene también su soteriología (doctrina de salvación), que es firme, clara y absoluta, con esta afirmación programática: ?Fuera del Mercado no hay salvación??. Exactamente y de la misma manera como antiguamente se decía: ?Fuera de la Iglesia no hay salvación??.

Por tanto, aquellos que no están ?dentro?? y no son miembros de ésta única religión verdadera son considerados herejes, enemigos, a los que hay que eliminar de la forma más eficaz posible. Porque se les considera gente peligrosa, utópicos revolucionarios que ya fracasaron con sus utopías en las revoluciones del siglo XX, desde la revolución rusa de comienzos de siglo, hasta los ingenuos revolucionarios de Mayo de 68. Por eso, una de las creencias más firmes de nuestro tiempo es que los trasnochados utopistas y descerebrados revolucionarios, que ya fracasaron en otras batallas, no tienen nada que enseñanos a quienes profesamos la única Religión verdadera que puede salvar al mundo, la Religión del Mercado. La Religión que admite bien el ?diálogo??, que fomenta la ?solidaridad??, que soporta muy bien una ?izquierda suave??, pero una Religión que, como todas las Religiones, jamás estará dispuesta a tolerar al disidente, al que se atreve a proponer alternativas al sistema, a los ingenuos que se reúnen para afirmar que ?Otro Mundo es posible??. A esos, si es que toman en serio lo que dicen, se les acusa de violentos y se les expulsa a las tinieblas exteriores.

Ahora bien, si se comprende correctamente lo que acabo de explicar, se entiende sin dificultad por qué he dicho antes que el verdadero drama que estamos viviendo hoy radica en la violencia que generan las religiones. Pero no las grandes religiones tradicionales de la humanidad. La mayor violencia que hoy padecemos todos proviene de la Religión mundial del Mercado. De forma que esto es lo que las grandes tradiciones religiosas de la humanidad tendrían que comprender, deberían asimilar y es lo que ha de orientar sus afanes y proyectos, su empeño renovador y misionero, su lucha por la anhelada paz que todos tanto buscamos y que creemos es el camino de la salvación para este ?mundo desbocado?? (A. Giddens) en que vivimos.
Al decir esto, estoy afirmando lo que Paul F. Knitter ha sabido ver con lucidez: el ?Choque de civilizaciones??, del que tanto se ha hablado a partir de Samuel Huntington, no es tal cosa. El problema de nuestro mundo está en el ?Choque de religiones??. Pero no estoy hablando de los conflictos entre las religiones tradicionales. Me refiero al choque de las religiones tradicionales, por una parte, y la nueva Religión del Mercado, por otra parte (o.c., 8).

¿Por qué el conflicto está ahí y está en eso? Porque la nueva y enorme Religión del Mercado es la creencia más fuerte y más firme que comparte, en este momento, la gran mayoría de la humanidad. Es verdad que hoy casi nadie piensa que eso sea una nueva Religión. Pero, de hecho, es la creencia común en la que coinciden, fuera de contadas excepciones, prácticamente todos los hombres y mujeres que habitan este mundo. Tal creencia es la que mueve al mundo. Esa Religión es la que impone lo que la gente piensa, lo que la gente hace, lo que la gente desea, lo que la gente ama y lo que la gente odia. Esta Religión es el motor de nuestras vidas y de nuestro futuro. Y lo es hasta tal punto que, si alguien nos viene con otras creencias y con planteamientos opuestos o extraños a esta Religión, nos quedamos mirando a esa persona como si estuviésemos mirando a un loco. ?sta es nuestra fe. Y en eso está nuestra esperanza.

Pero ocurre que todos sabemos muy bien que no se puede adorar a dos Señores. Todos los hombres religiosos del mundo saben que una cosa es Dios y otra cosa es el dinero. Por eso hemos tomado una decisión increíble: hemos optado por armonizar y poner de acuerdo la vieja Religión tradicional (la que cada cual tenga) con la nueva Religión del Mercado. Y ahí está nuestra perdición. Porque, mediante ese intento de armonizar lo inarmonizable, es decir, el intento de servir a Dios y al dinero, con eso lo que hemos hecho es que hemos echado a pelear a las religiones, a las civilizaciones, a las culturas, a los pueblos, haciéndoles pensar que cada uno lucha por defender sus creencias de siempre, cuando en realidad por lo que todos luchamos es por quedarnos con el poder mundial de la nueva Religión del Mercado. El ejemplo más claro y más elocuente, en este sentido, es lo que está ocurriendo en los continuos conflictos que se viven en Asia, en Oriente Medio. Todo el mundo sabe que, en definitiva, lo que está en juego en tales conflictos no es la verdad de este Dios o el otro Dios.

Ni se trata de defender tal dogma o condenar a determinados herejes. El Dios, por el que se lucha en Irak, en Afganistán, en el Líbano, en Chechenia, no es el Dios del cielo, sino el Dios de la tierra, el Dios del petróleo y de las finanzas, la hegemonía del capital que hoy se juega en la fuente de riqueza capital de este momento. Es, en definitiva, la Religión del Mercado disfrazada de ?justicia??, de ?libertad??, de ?derechos humanos??, de todo lo más noble que Ustedes quieran. Pero, en última instancia, es la Religión determinante de nuestro tiempo la que mueve y atiza toda la violencia que estamos soportando. Por eso en la ONU manda quien manda. Y por eso África es un continente condenado a morir de hambre y pandemias que se podrían resolver en poco tiempo.

Mi conclusión es clara: puesto que el drama criminal de nuestro mundo está provocado por una creencia, la nueva Religión del Mercado, tienen que ser las grandes Religiones de la humanidad las que pongan coto y aporten caminos de solución a semejante barbarie a la que ya, por desgracia, hasta nos hemos acostumbrado. El problema está en saber cómo pueden las Religiones aportar esa solución.

Lo primero sería tomar conciencia todos de dónde radica el verdadero problema. Para no seguir dando palos de ciego. Para no continuar discutiendo por dogmas, normas y tradiciones que pudieron tener algún sentido en tiempos pasados, pero que hoy ya no sirven para dar solución a los problemas que tenemos planteados. ¿De qué nos sirve saber si debemos rezar de esta manera o de la otra, si nos tenemos que vestir así o de otra forma, si Dios es imaginable a partir de esta teoría o de otra doctrina? ¿De qué nos sirve todo eso y las mil otras cosas en que nos enredamos las gentes religiosas del mundo, si al mismo tiempo nos estamos matando unos a otros por aquello que nos une a todos y en lo que todos coincidimos, que es el dominio económico y la posesión del capital mundial?

Lo segundo tiene que ser concentrar el poder de convocatoria y la autoridad de que gozan las religiones para hacer ver a los mandatarios y gestores del nuevo Dios-Mercado que adorando a semejante Dios y dándole el culto que exige vamos derechamente a arruinar definitivamnte nuestro mundo, nuestras esperanzas y nuestro futuro.

Por último, me parece que lo más urgente es comprender que ?en la actualidad, tal vez sólo las Religiones pueden dar a los pueblos la visión, la energía, la esperanza y la perseverancia para dialogar con la Religión del Mercado, luchar contra ella y reconquistar a sus seguidores, que han puesto al Dios del Consumo y el crecimiento económico en el lugar del único Dios, Aquél que nos asegura que cada uno de nosotros sólo encontrará la verdadera felicidad si promueve la felicidad de los demás?? (o.c., 11).