El dinero le gana a Dios -- José María Castillo, teólogo

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josemariacastillo

Escribo esto con pena. En el morado penitencial de los días de austeridad. Porque siento tristeza y hasta indignación, mucha indignación, al presenciar lo que estamos viendo. Los medios de comunicación nos informan a diario de lo que se dice en el Foro de Davos. Como la semana pasada nos informaban del provocador rapapolvos que el presidente Obama les ha echado a los banqueros, precisamente cuando las primeras de todos los diarios e informativos nos abrumaban con las imágenes de muerte y miseria del deastre de Haití.

Y a uno se le revuelven las tripas cuando se entera de que son muchos los bancos que no dejan de cobrar sus comisiones ni siquiera cuando se trata de transferir la generosidad de las buenas personas para remediar las desesperanción de las víctimas del terremoto. ¿Estamos locos? ¿O es que somos tan canallas que hasta nos arañamos lo que está a nuestro alcance aunque eso se haga a costa de hundir más en la miseria a los más desgraciados de este mundo?

Yo no soy economista. Ni sé cómo funcionan los bancos o por qué sube la bolsa. Lo que sí sé (porque lo sabe todo el mundo) es que los grandes bancos y las grandes financieras nos metieron en la crisis eco´nómica que estamos padeciendo. Y ahora resulta que los bancos y las bolsas son los primeros que están saliendo de la crisis. Y, por supuesto, los que más dinero está ganando. Insisto en que no soy economista.

Pero, si lo que acabo de decir es cierto (y parece que lo es), resulta evidente que estamos a merced y en manos de una aconomía canalla. Tan canalla, que hacen con nosotros lo que quieren: y ante tanta canallada nos sentimos indefensos. Más aún, han montado la cosa de manera, que ya no podemos escapar de este sistema. No hay más salida que esperar que a ellos (a los que gestionan todo este asombroso y solemne tingalo) les venga bien y les interese sacarnos el dinero y el sudor de otra forma y utilizando otros procedimientos.

¿Solución? A veces, pienso que esto es cuestión de fe. Es como una especie de religión. Es más, lo que hay en juego es una auténtica religión en toda regla. Lo dice el Evangelio: «No podéis servir a dos señores… No podeís servir a Dios y al dinero» (Mt 6, 24). Esto supuesto, la cosa está clara: el dinero le ha ganado la partida a Dios. Por eso, mi pregunta es tan simple como quizás ingenua: ¿Dónde, en qué o en quién creemos de verdad? ¿En quién hemos puesto nuestra fe? ¿O es que la religión y las creencias no tienen que ver nada con lo que, en este momento, es el factor más determiannte de la felicidad o la desgracia de millones de seres huamos?