Falleció el señor Tanizaki, relojero de prosapia. Cuatro generaciones con la marca de la casa. Su abuelo, proveedor de la aristocracia japonesa occidentalizada. Su padre, menos ganancias y más apuros, estrechó la tienda. El nieto no salía a flote. Con el cierre del local, tras el entierro, se apaga un escaparate más del pequeño comercio, incapaz de competir hoy. Más barato que un arreglo, un reloj en el kiosko.
Por amistad y ayuda pasaba de vez en cuando por RelojerosTanizaki a revisar el que ya no uso, recuerdo de familia. «Sólo cobro la reparación, decía, los ajustes de adelantos y atrasos son servicio de la casa». Luego confesaba: «Esto no tiene futuro, conmigo se acaba el negocio, estamos desfasados». Intentó una puesta al día anunciando en el escaparate un modelo de teléfono móvil. Pero los había más baratos a la vuelta de la esquina.
Penoso el desfase de mi amigo relojero. Más penoso su funeral, en una iglesia más desfasada, de la que callaré el nombre. Su recuerdo me da qué pensar en el desfase de algunas iglesias y partidos políticos, que tardan en reconvertir sus relojerías. Poco sirven sus rebajas simbólicas. Ediciones refritas de encíclicas y manifiestos suenan a disco rayado. Llegan tarde las reformas y la puesta al día no surte efecto
Desfase es la metáfora clave para describir la situación de entidades religiosas y partidos políticos ante la confrontación con los retos de la actualidad: nuevos saberes, nuevas tecnologías, nuevas relaciones humanas, nuevas configuraciones familiares, nuevos canales de comunicación informatizada, nuevos medios de transporte veloces…
Lo retrata atinadamente la historieta del huertano de La Albatalía?murciana, que todo lo hacía como siempre. «Así se ha hecho toda la vida de Dios». De pequeño me intrigaba lo enigmático de esta frase, que también yo le oía a mi abuela. ¿Qué querrá decir «toda la vida de Dios»? Pues sí, señor, toda la vida de Dios se ha hecho así, decía la abuela, y así habrá que seguir haciéndolo.
Pero volviendo al huertano del cuento, se resistía a abandonar la carreta tirada por bueyes. Había trabajado con ella toda una vida, eso no se tira. Sus hijos pertenecían a otra generación más moderna. Eran progresistas y consiguieron convencerle de que comprara un carro tirado por mulas, más rápido. La historia se repitió cuando la generación de los nietos, que habían ido ocupando parcelas en la finca del abuelo, compró el primer automóvil familiar para su clan. Eran los años del Seat 600. El abuelo acabó encariñándose con él y le gustaba que le dieran un viajecillo por la finca y alrededores. Reconoció que estaba desfasado y, al fin, tomó la gran decisión. Con sus ahorrillos se compró un coche; en su momento, sería herencia para los biznietos.
Lamentablemente, la puesta al día llegaba tarde. El ayuntamiento expropió la finca. Del síncope, enfermó el abuelo y, como dicen -o decían- en la huerta, aquello fue «el acabóse». No duró un mes. De poco sirvió que heredaran el coche los biznietos. Por las nuevas autopistas se circula a más velocidad y el antiguo vehículo ya desfasado, solo se vende como chatarra…
Así veo retratado el desfase prolongado y la puesta al día con retraso de iglesias y partidos políticos, cuya única renovación en tiempos decadentes consiste en reeditar un refrito de sus declaraciones constitucionales. Ambos, iglesias y partidos, tienen historiales semejantes, se repite el esquema de la reacción desfasada. Ante el cambio de los tiempos, primero se reacciona con miedo. Viene, a continuación, la agresividad y la apologética de crispación. Al fin, se acaba haciendo compromisos a regañadientes, pero llegan tarde.
Ocurrió así a las iglesias ante el reto del evolucionismo en el siglo XIX o ante el del psicoanálisis en el XX; y ocurre hoy ante las neurociencias y biotecnologías, por no poner más que tres ejemplos: la lista completa se llevaría más de una página.
A veces se produce, inesperadamente, la excepción. A un joven octogenario, Juan XXIII, se le ocurrió en mitad del siglo XX mirar la realidad actual para no quedarse atrasado y convocó el Concilio Vaticano II. Había que cambiar las gafas con que miramos el mundo. De lo contrario, la puesta al día llega tarde.
El cambio de paradigmas de pensamiento y acción que necesitan iglesias y partidos no son reajustes cosméticos, sino refundaciones sin miedo a soltar lastres tradicionales. ¿Lo conseguirá Obama, que tan difícil lo tiene, a pesar de que intenten aupararlo con un Nobel por los pelos? Más difícil lo tiene Hatoyama, bloqueado en un Japón que arrastra el peso de décadas bajo el partido único. Pero quien más difícil lo tiene es Benedicto, a quien se le va de las manos el timón de la barca petrina, sobre la que soplan vientos de involución con nostalgia de antiguo régimen. Hay demasiados lugartenientes de la vieja guardia curial en el puente de control de la nave.
(Publicado en La Verdad, de Murcia, el 17 de octubre, 2009)