EL CURA QUE SALI? A HOMBROS TRAS LA MISA

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ABC

Fue muy precoz. Acabó sus estudios de sacerdote tan joven que tuvo que esperar tres años para empezar a oficiar misa. Por aquel entonces no tenía la edad mínima que la Iglesia reclama para hacerlo. En la actualidad, Gabriel Castillo tiene 27 años. Lleva menos de tres ejerciendo de sacerdote, los dos últimos en Albuñol, y en tan breve espacio de tiempo ya se ha hecho conocido en toda España. Probablemente «a su pesar», como comentan quienes mejor le conocen, sus parroquianos de Albuñol (Granada).

Antes había estado en Pinos Puente (Granada) como segundo párroco de la localidad. Allí empezó a realizar su labor social ayudando a toxicómanos y personas desfavorecidas hasta que fue trasladado a Albuñol, donde ha protagonizado esta historia, que es también la de un pueblo que se ha levantado para defender aquello en lo que cree y que casi ha «canonizado» en vida a su párroco.
Así, después de que el arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, decidiera trasladar de modo inmediato e irrevocable a Gabriel, los vecinos «de forma espontánea», según cuenta Custodia Manzano, una de las portavoces de los parroquianos, salieron a la calle.
Custodia se muestra «indignada» con la actitud del arzobispo. Tanto como sus compañeros de protestas. «Si nos hubiese recibido cuando fuimos a Granada, aunque no nos gustase la decisión final, la habríamos aceptado», asegura Pedro Morales, otro de los paisanos que da su apoyo al sacerdote.
Los hay, bien es cierto, que no se muestran tan conciliadores porque consideran que Gabriel está llamado a «ocupar grandes cargos dentro de la Iglesia católica» y no dan alternativa: «O Gabriel o nadie, y si hay que ir hasta el Vaticano para protestar, iremos». Se refieren a él como si se tratase de un santo: «Hay que conocerle para entender su valía; no podemos renunciar a su labor», afirma Manzano.

Medidas de presión
Por eso decidieron tomar medidas y por eso pretenden continuar su lucha el tiempo que haga falta. Un sector del pueblo estuvo en huelga de hambre la pasada semana aunque, según Manzano, «Gabriel no estaba de acuerdo con la decisión». De hecho acabaron suspendiéndola ante las amenazas del arzobispo de dejar a Albuñol sin bodas, bautizos ni entierros.
Manifestaciones, encierros, visita al Defensor del Pueblo andaluz, que ha prometido realizar una mediación con el Arzobispado, y ahora se plantean llevar al mismísimo arzobispo ante el Tribunal Eclesiástico, según les han aconsejado unos teólogos.
El caso es que, de momento, el pueblo espera un nuevo vicario -el que enviaron provisionalmente se tuvo que ir por la presión popular- y una boda se ha tenido que trasladar a la vecina localidad de La Rábita.
Otras novias viven con la incertidumbre de qué ocurrirá. Este mismo sábado hay un matrimonio que se oficiará fuera de Albuñol. Otra novia, Verónica Antequera, se casa en septiembre, pero aún no sabe dónde. Cuando lo cuenta no puede contener las lágrimas. Dulce, la madre de Verónica, explica que «le da mucha pena que no le case Gabriel, pero que además de trasladarlo nos dejen sin celebraciones no tiene nombre». En iguales circunstancias está Ana Gracia Cervilla. «Me caso en octubre, pero no me preguntes dónde», comenta entre divertida y resignada.
El Arzobispado, por su parte, critica a los vecinos por dormir en la iglesia del pueblo y «utilizarla para su propios beneficios». Entre quienes pernoctaron allí está Lola Manrique, que a sus 74 años quiso dar su apoyo a Gabriel. «Le debo mucho. Mi primera comunión, sin ir más lejos, la he recibido este año gracias a él. Cuando era pequeña no tenía dinero para el vestido ni para celebrarla así que no pude comulgar hasta que llegó Gabriel».

Por sus actos le conoceréis
Los vecinos coinciden en destacar «la labor social» del sacerdote y en que «predicaba con el ejemplo de Jesucristo». Si se les pregunta por sus posibles defectos o por la gente que no se ha disgustado por lo ocurrido se enfadan: «Gabriel es increíble -afirma Manrique-, y los que no le aprecian son unos egoístas».
Su labor ha estado centrada en los jóvenes. «Es raro ver a chicos de 14 ó 15 años en misa -asegura Custodia-, pero Gabriel ha llenado la iglesia de jóvenes… y de mayores». Tal vez «por su cercanía», quizá por su «forma de ser, muy accesible» o puede ser que por sus métodos, como aquel día que en plena homilía tiró su teléfono móvil al suelo y lo pisó para demostrar a los menores que lo importante no es lo material sino «los valores». Los niños del pueblo «le querían mucho», explica Manzano. Todos ellos se han disgustado por la noticia de su traslado. «Algunos dicen que si no regresa no volverán a la iglesia».
Y es que Gabriel buscaba llegar a todo el mundo. Por eso sus homilías eran en muchas ocasiones peculiares. Quería transmitir mensajes claros a los fieles y pretendía que no se les olvidasen. Pretendía extender el mensaje de Cristo con «ejemplos del día a día», como recuerda Manzano. Sus homilías solían tener un marcado «carácter social» y procuraba que los chiquillos se «involucrasen en la vida cristiana».
Por este motivo les ponía pequeñas tareas como aprender a lanzar la peonza, y recordar quién se lo había enseñado, del mismo modo que debían recordar que era Cristo quien había transmitido sus enseñanzas a los católicos.
Además de los jóvenes, Gabriel ayudó mucho a los inmigrantes africanos de la zona. Se encontraban sin papeles y sin hogar y los fue acogiendo uno a uno. Todos los inmigrantes que instaló en su hogar eran senegaleses de religión musulmana. Omar, uno de ellos, dice sentirse «muy triste. Gabriel nos consiguió ropa y agua, pero ahora…». Siguen viviendo en un bajo de la vivienda del sacerdote, pero no saben qué ocurrirá cuando llegue el nuevo vicario.
Mientras, Gabriel está estos días en Albuñuelas, su localidad natal. Se encuentra, según los vecinos de Albuñol, «desmejorado, ha perdido peso, pero intenta disimular su dolor». Espera comenzar cuanto antes sus servicios como párroco en Cenes de la Vega. Lo que más le duele de todo esto, según Valeriano Moreno -uno de los feligreses que defienden al párroco con más pasión-, es «la situación que está sufriendo el pueblo». Especialmente le duele «que señoras de 70 u 80 años que llevan toda la vida siendo católicas ahora estén dudando de la Iglesia», explica Daniel Morales, vecino del pueblo y amigo de Gabriel.
Precisamente su preocupación por los demás y el trato de a igual a igual son, para Moreno, lo más característico de Gabriel. Por eso, cuando el vicario de zona se presentó en el pueblo y les advirtió que «Salvador sólo hay uno, y no es Gabriel, sino Jesucristo», Moreno le dijo que «Gabriel no será el Salvador, pero se le parece. Es, sobre todo, un hombre bueno y querido por el pueblo». No en vano, después de su última misa en Albuñol los parroquianos le sacaron a hombros, como a los toreros.

El otro bando
Cierto sector del pueblo no ve conmalos ojos la decisión del Arzobispado. No quieren dar sus nombres porque «ya estamos bastante señalados», pero sostienen que si bien «Gabriel era un buen cura», la polémica que se ha montado «no es buena». Además, aseguran que muchos de los que defienden a Gabriel «no suelen ir a misa».
Los partidarios replican que, efectivamente, no acostumbraban a pisar la iglesia… hasta que él llegó. «Empecé a venir a la iglesia porque mi hijo de diez años estaba entusiasmado con el nuevo cura -cuenta Javier Noguer-. No era para menos. Fui un domingo a misa y ya no dejé de ir. Incluso en la última declaración de la renta marqué la casilla de la Iglesia porque me demostró que hay buena gente en ella. Ahora no sé que haré».