Un filósofo francés – nada sospechoso de conservador -, Michel Onfray, ha dicho: «La época en que vivimos no es atea. Tampoco parece postcristiana, o muy poco. En cambio, sigue siendo cristiana, y mucho más de lo que parece». Lo que ocurre es que el cristianismo que estamos viviendo es, como se ha dicho seguramente con razón, un «Cristianismo invisible». Nos guste o no nos guste, el mensaje de Cristo se está saliendo de la Iglesia, se va alejando de ella (o quizá sea ella la que se distancia cada día más del Evangelio), y se está imponiendo en el mundo moderno de una «forma laicizada».
Pues bien, así las cosas, recientemente, el conocido sociólogo Frédéric Lenoir ha escrito: «El Cristianismo invisible de la sociedades modernas tiene sus defectos, qué duda cabe, y se basa en una forma secular de trascendencia que fundamenta nuestros valores, pero no se ha encontrado todavía nada mejor para legitimar y aplicar una ética universal de respeto al otro. A no ser que se odie, como lo hace Nietzsche, la igualdad, el amor al prójimo o la sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, no veo en qué sentido son tan nefastos el mensaje judeocristiano y sus avatares laicos o por qué otra formula maravillosa se pueden sustituir.
Así pues, con los ojos bien abiertos y la razón crítica en guardia, asumamos serenamente lo que hay de bueno y útil para el hombre en nuestra herencia cristiana. Y reconozcamos, aunque sea de manera provisional, que nuestros ideales necesitan todavía cierta forma de trascendencia para mantenerse en pie. Al fin y al cabo, ¿no es mejor una ética humanista surgida del judeocristianismo que la barbarie?».
Frédéric Lenoir es filósofo y sociólgo, especialista en Historia de las Religiones y ahora es investigador en la ?cole des Hautes ?tudes en Sciences Socialees. Además, es el Director de la prestigiosa revista «Le Monde des Religions».
Pienso que es, por lo menos, pertinente reflexionar con sosiego, sinceridad y anhelo de Dios, en el problema de fondo que aquí se nos plantea. Un problema que, insisto, nos guste o no nos gueste, tenemos que afrontar, en lugar de volverle el rostro o, lo que sería peor, atacarlo desde las vísceras y con poca cabeza