El colmo de la hipocresía… (¡por lo menos objetiva!) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

El obispo auxiliar de Valladolid, y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, (CEE), ha publicado hoy un tuit que me ha dejado estupefacto, descolocado, intrigado, desconcertado, en un primer momento; y, después, indignado, avergonzado, escandalizado, enrabietado, hecho un lío, y beligerante contra el abuso de los opinadores oficiales de la Iglesia, que parecen opinar que pueden decir lo que les viene en gana, sin medir bien las palabras, sin pararse a pensar en la contradicción en que pueden caer.

En mi opinión, monseñor Luis Argüello, probablemente sin darse mucha cuenta, y sin pretenderlo, en su santa y acrítica ingenuidad clerical, ha caído, objetivamente, en posiciones desviadas de la verdad, y rozando, -insisto, por lo menos objetivamente, no juzgo lo subjetivo-, en la hipocresía. ¿Qué por qué digo esto, y hago acusaciones que pueden resultar gravísimas? Pues me explico.

Este es el tuit episcopal del portavoz de la CEE: «Los hijos no somos propiedad de los padres, ¡menos del Estado! Tampoco somos propietarios de nuestro cuerpo. No somos cosas. Ser hijo, supone participar de un vínculo, fruto y origen de otros vínculos que respetados y armonizados, hacen posible el bien común, personal y social». (Mons. Luis Argüello (@MonsArguello, January 19, 2020)

Si a esto añadimos las siguientes cabeceras del artículo de Jesús Bastante en Religión Digital, (RD), tendremos todos los elementos para situar la opinión del portavoz de la Conferencia Episcopal, que, viniendo de quien viene, se puede deducir que, desgraciadamente, es la que defiende la CEE en su conjunto. Estas cabeceras son:

«El totalitarismo ha aprendido a elogiar al individuo para someterlo más fácilmente. La familia y ‘la familia de familias’ estorban», argumenta el ‘número tres’ del Episcopado español.

«Hoy se propone el ideal del individuo desvinculado. Sin vínculos, más autónomo y más libre, para ?decidir sobre todo??. La desvinculación nos debilita frente al PODER que viene en ayuda de nuestra debilidad para decidir por nosotros».

Así que ahora, iré, por orden, desgranando las afirmaciones del portavoz.

1ª) «Los hijos no somos propiedad de los padres, ¡menos del Estado! Tampoco somos propietarios de nuestro cuerpo. No somos cosas. Ser hijo, supone participar de un vínculo, fruto y origen de otros vínculos que respetados y armonizados, hacen posible el bien común, personal y social».

Como diría un castizo, aquí hay mucha tela que cortar, mucha más de la que se capta a primera vista. En una antropología simplemente humanista, los hijos son vistos no son una propiedad de los padres, sino que éstos solo son su lanzadera al camino de la vida. Son apodícticas en este sentido las bellas palabras del poeta libanés Khalil Gibran: » «Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos y las hijas del ansia de la vida por sí misma. Vienen a través vuestro, pero no son vuestros. Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podéis abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, pues sus almas habitan en la mansión del mañana, que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños ?? Sois los arcos con los que vuestros niños, cual flechas vivas son lanzados al camino del infinito».

a.1) Este bello texto resume con elegancia poética lo que podemos argumentar sobre el derecho de los padres a arrogarse la propiedad de sus hijos. Ninguna persona es propiedad ni esclavo de otra. Los padres no tienen propiedad sobre los hijos, pero sí la responsabilidad de criarlos, educarlos, y prepararlos para la vida, sobre todo en su primera época de la vida, cuando más frágiles y dependientes son.

a.2) El Estado, como institución organizada para la dirección de los habitantes de una nación, como tal, tampoco tiene títulos de propiedad sobre los niños y adolescentes del país. Pero, como representante de la voluntad popular para dirigir la sociedad que corresponde a ese Estado, tiene la obligación de velar para que esa sociedad, que en el fondo, es la verdadera responsable, -no propietaria, porque las personas, aun las infantiles, no son cosas-, de la salud física, mental, psicológica, cultural, etc, en aras del desarrollo integral de la personalidad, para lo que se dota de un elenco de leyes de obligado cumplimiento. Algunas de ellas se refieren a los currículos escolares, sobre los que los tribunales dificilísimamente, o muy raramente, se han pronuncian respecto a la objeción de conciencia. Es una de las consecuencias del régimen democrático, en el que las leyes son producto del entendimiento entre las mayorías, y el respeto necesario, solo el necesario, a las minorías. Una Democracia a la carta no sería ni el «Gobierno del pueblo», ni, por tanto, verdadera Democracia.

2ª) «El totalitarismo ha aprendido a elogiar al individuo para someterlo más fácilmente. La familia y ‘la familia de familias’ estorban».

Hablar del «totalitarismo» desde el ángulo jerárquico de la Iglesia es, como mínimo, arriesgado, y para muchos, contradictorio, escandaloso, y hasta casi sarcástico. Quiero recordar que el que esto escribe es un presbítero, popularmente, «cura», y religioso de la Iglesia, a la que considero, no como organización, sino como Iglesia-Misterio, verdadero signo de salvación para el mundo. Pero no como organización, ni como institución. Porque si este escriba es hombre de Iglesia, tanto o más lo era don Teodoro Ignacio Jiménez Urresti, canónigo de la Catedral de Toledo, y gran profesor de Derecho Canónico, en la Universidad Pontificia de Salamanca, en su sección fundamental de Nomología, que es como el cimiento de todo el Derecho, por tratar de toda su normativa, así como de su interpretación.

Pues este gran profesor nos decía, con su vozarrón de vasco de Bilbao que le daba a veces un matiz de indignación, que el Derecho Canónico no era verdadero Derecho, sino un simple ordenamiento jurídico, pues el Papa es, al mismo tiempo, la autoridad ejecutiva, legislativa, y judicial de toda la sociedad eclesial. Y esta son , justamente, las características esenciales de cualquier totalitarismo, mucho más que el monopolio del poder coercitivo, es decir, de la violencia, algo de lo que la Iglesia también gozó en los años más oscuros, y de más poder. Y es por apartarse de este autoritarismo, que el Papa Francisco es mal visto, y vituperado, y tachado de hereje, por muchos sectores de la jerarquía de la Iglesia, algunos muy presentes en la propia Conferencia Episcopal Española.

3ª) «Hoy se propone el ideal del individuo desvinculado. Sin vínculos, más autónomo y más libre, para ?decidir sobre todo??. La desvinculación nos debilita frente al PODER que viene en ayuda de nuestra debilidad para decidir por nosotros».

En este aserto vemos el síntoma de una cierta tendencia de la Jerarquía a mirar con sospecha el aumento de libertad y de autonomía del individuo. Con el acento de escándalo al anotar lo de «decidir sobre todo». Y nos debemos de preguntar por qué asusta a los prelados de la CEE esta capacidad de decisión de la persona, que cuanto mayor sea, respetando las leyes, las del Estado, es decir, estamos hablando de leyes democráticas, y las de la conciencia, es más beneficiosa y más digna de luchar denodadamente por adquirirla. Respecto a las leyes eclesiásticas, no hace falta ninguna argumentación detallada para concluir que no son normas democráticas, y que el poder del que emanan, tampoco lo es. Y por eso entiendo la ironía con la que el señor Argüello se refiere «al PODER que viene en ayuda de nuestra debilidad para decidir por nosotros», algo que el «Poder de las llaves de la Iglesia» hace con misericordia, y el Democrático con fuerza de coacción y con multas.

El poder del Estado vienen en ayuda de nuestra debilidad, que suele ser nuestro egoísmo, en casos como: prohibirnos ir a más velocidad de la prudente en las carreteras, no conducir yendo bebido, pagar los impuestos para una justa distribución de la riqueza, no negar la atención y ayuda a la víctima de un accidente, cumplir los contratos, exigir limpieza e higiene en lugares públicos, respetar la libertad y autonomía de las personas, no robar, no matar, no calumniar, no levantar infundios en medios de comunicación, respetar a los diferentes, homosexuales, transexuales, minusválidos… etc., etc. El Estado no se mete en la ética, y en los actos pecaminosos, sino en los delictivos. Por eso hay que recordar a los obispos españoles, reacios a una lucha denodada contra la pederastia, que esta no es un pecado, algo que sólo la propia conciencia puede juzgar, sino un delito. Y que el ejercicio del poder civil no sólo es legítimo, sino también provechoso para la sociedad, y digno de consideración y de apoyo con nuestra responsabilidad ciudadana.