No puede ser más opuesto al mejor del siglo pasado, Juan XXIII. Juan era redondo y bueno, Benedicto es flaco y malo. Juan salió electo cuando nadie esperaba que lo fuera; Benedicto preparó al detalle su elección; no podía renunciar a continuar ejerciendo el poder que ya ejercía en los últimos diez años de Juan Pablo, pero ahora a pleno sol y sin tapujos.
Juan era enemigo del culto a la personalidad; éste la fomenta como los mejores ejemplos de los dictadores absolutos. Benedicto es un clon de Juan Pablo II, pero en sus peores aspectos, que ya es decir.
Si Juan se ponía los trapos que le endilgaba la curia jurásica que le heredó Pío, Benedicto resucita los gorros que, por pasados de moda (el dichoso “camauro”), ya no usaban ni los papas del siglo XIX. Si Juan heredó una curia jurásica, a Benedicto le parece demasiado moderna la que le creó la mafia colombiana a Juan Pablo y de la que, tan a gusto, Benedicto formó parte durante 23 años.
Si Juan era espontáneo, simpático y popular, Benedicto es la convención eclesiástica hecha persona, antipático, impopular. Llegaron a la misma edad al papado, uno para convocar un concilio que oxigenó la Iglesia , éste quiere que la Iglesia vuelva a ser la que era 20 años antes del Concilio, cincuenta años después. Juan le devolvió la vida a la esclerosis que anclaba a la comunidad cristiana, Benedicto contribuye activamente al suicidio asistido de la Iglesia.
Juan era ecuménico por temperamento y experiencia, Benedicto es provocador y agresivo. Juan no temía al mundo moderno, Benedicto está aterrorizado y va envenenando todos los caminos que podrían conducir a un aggiornamento. Juan amaba la vida y todas sus manifestaciones, Benedicto vive en una burbuja perfectamente simbolizada en los papamóviles, con los vidrios antibalas, en los que se traslada cuando decide moverse en la única forma en que sabe hacerlo. Su contacto con el pueblo está herméticamente mediado e impedido por la burocracia vaticana de la que no se atreve a prescindir por puro miedo a verse expuesto como el emperador desnudo del famoso cuento. Benedicto cree que la lejanía lo rodea de un misterio sólo accesible a la elite que lo adula y le dice lo que él quiere oír. Tiene 83 años, estamos asistiendo al “otoño del papiarca”.
Benedicto es maestro en el arte de volver la letra del Concilio contra el espíritu que animó a esa magna asamblea. Su mejor papel es el de gran inquisidor y lo hizo tan bien durante 23 años que le han quedado todas las deformaciones profesionales a pesar de ser ahora Papa. Pasó de teólogo decente y honesto a ser obispo sin experiencia pastoral; de obispo pasó a cardenal temido, suspicaz y represor; era “la voz de su amo”, el que le hacía los trabajos sucios a su jefe; había vendido su primogenitura por un plato de oro con lentejas; de cardenal pasó a papa inquisidor y teólogo retrógrado. En su papel de papa inquisidor ha castrado todos los signos de vida teológica en la Iglesia de los últimos treinta años. No podemos culpar al Espíritu Santo de su elección.
A lo único que se ha dedicado con todo el amor del que él es capaz es a reprimir toda manifestación de vida que no sea la de la ultraderecha de la Iglesia que preside con todo el poder, que cree ilimitado. Ha mandado callar a más de 150 teólogos porque no es que no digan la verdad, es que sólo él puede decirla. Ha convertido en policías de su clero a todos los obispos y en espías de los obispos a los nuncios. Ha intervenido todos los seminarios colocando bajo sospecha a los candidatos al sacerdocio por el mero hecho de serlo. Ha convertido las universidades católicas en vulgares repetidoras del catecismo de primera comunión que a él le enseñaron muy bien en la Alemania de su nacimiento.
¿Qué obispos elige? Sólo los que acepten ser acólitos del Papa, representantes de esa transnacional, McDonald teológica vaticana, en todos los países del mundo. Estuvo en Estados Unidos, en plena campaña electoral del más indecente de los presidentes de ese país y dándole su respaldo en todas las manifestaciones posibles. Su visita “pastoral-política” duró cinco días, tuvo tiempo para hablar 4 veces a sus cómplices episcopales acerca de la pederastia y ni un minuto, ni siquiera una sola mención de pasada, acerca del flagrante Guantánamo o de la guerra que su predecesor, de abominable memoria, de todos modos tuvo el valor de denunciar como una guerra ilegal, inmoral e injusta.
Ha dado orden a sus acólitos episcopales de negarle la comunión a los políticos católicos que no condenen el aborto, pero no le hemos oído excomulgar a los países que producen y venden las armas, que no son precisamente para matar mariposas. Ni a eso llega su convicción acerca de proteger la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Los sacerdotes que él ha formado se encargan de impedirle a los cristianos acercarse a comulgar si no se han casado por la Iglesia o si no se han confesado últimamente, pero nunca les hemos oído decir que no pueden acercarse a comulgar los que han tratado con violencia a su mujer, o no pagan los impuestos, o los sueldos justos a sus trabajadores, o se saltan las leyes de tránsito poniendo en peligro su vida y la de los demás. Toda su obsesión teológica es sexual y morbosa.
Su ecumenismo es absolutamente sesgado: hacia dentro, el centro o la izquierda de la Iglesia , toda la represión ejercible; para los Lefebrianos y los anglicanos de la ultraderecha de la Iglesia de Inglaterra, todas las concesiones posibles. Para santos como Monseñor Romero todas las objeciones inventables, para los iconos venerables de la burguesía más contante y sonante del siglo XX, la madre Teresa o Juan Pablo II, “¡santo súbito!”. Se trata de contentar a la galería de la peor forma posible. El se satisface con poner su cara de rata inteligente, con que lo aclamen en la plaza de San Pedro, en la que ya queda bien poco de ese humilde servidor de Dios, por cierto. Roma, en donde como decía Dante “se compra y se vende a Cristo todos los días”, se ha convertido en un Disneyworld de la religión. ¿Esperaremos a verlo chorrear baba en los ángelus del miércoles, como al anterior dictador?
Se ha pasado varios años repitiendo que con los violadores de niños y sus cómplices la Iglesia ha adoptado la política de “tolerancia cero”, pero se encuentra ahora con la monstruosidad pactada entre el gobierno católico de Irlanda y los más de 25 obispos irlandeses para tapar las criminales prácticas al respecto. Tolerancia cero. ¿Cuántos obispos cómplices ha destituido? Ni uno. Tolerancia cero con ellos; tendrían que ser destituidos los 25 obispos cómplices conscientes de este monstruoso y prolongado crimen. Una vez más, se trata de salvar la institución no la víctima, la institución, no el Evangelio. Benedicto no es mejor que Juan Pablo que sostuvo y protegió a su amigo personal Marcial Maciel. Ninguno de los dos tiene los pantalones suficientes para aplicar la política que predican de “tolerancia cero” sólo para protegerse de las reclamaciones legales y las compensaciones pecuniarias. Vamos, Benedicto, sé consecuente, destituye a los 25 obispos criminales, o calla para siempre.
24.05.2010