Hasta las ocho de la noche del martes, muy pocos creíamos que Barack Obama lograría lo imposible. A la medianoche, el mundo transformó su escepticismo en alegría delirante. La quimera se había hecho realidad. Barack Obama estaba elegido presidente con 338 votos electorales (después aumentaron a 349), 79 más de los que necesitaba para la victoria. En un discurso de mucha altura y nobleza, John McCain reconoció la victoria de su rival.
Por supuesto, los medios han destacado el hecho de que se trata del primer negro que llega a la presidencia de los Estados Unidos.
Ello en sí (el color de la piel) no tiene mayor relevancia. Lo importante del caso es que revela el cambio profundo y esperanzador producido en la sociedad estadounidense. Un cambio tan profundo como que la estirpe sangrienta ‘wasp’, que proclama a los Estados Unidos como una nación exclusiva para blancos, anglosajones y protestantes, y que ha dominado a ese gran país desde la colonia hasta ayer, ha sido arrojada al basurero de la historia. El pueblo de los Estados Unidos acaba de elegir presidente a una persona de raza negra, y vicepresidente a una persona de religión católica. También les ha dicho que no a dos caracterizados representantes de los ‘wasp’.
Ese hecho histórico no tiene ningún significado racial, ni religioso, pues ni los negros se van a apoderar de los Estados Unidos, ni la religión católica se va a convertir en la predominante allí. El gran cambio que viene con Barack Obama, «el cambio que necesitamos» y que ya empezó, es el de una inmensa transformación cultural, en la que desaparecerá la pedagogía del miedo, se esfumarán los odios raciales, las animosidades étnicas, los fanatismos religiosos, los fundamentalismos de todo género, y solo les tendremos miedo a la pobreza, a las enfermedades, a la desigualdad de oportunidades, a la injusticia, a la guerra.
No pocos entre los grandes intelectuales contemplan con algo de pesimismo la posibilidad de que el cambio ofrecido por Obama llegue a ser realidad. En un artículo que leí antenoche en ‘Página 12’ (www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-114566-2008-11-06.html), Eduardo Galeano expresa sus temores al respecto, muy fundados si observamos la magnitud de los problemas que le aguardan al presidente electo de los Estados Unidos y nos atenemos a la apariencia de los omisiones en su campaña.
Pero ¿quién era Barack Obama hace apenas un año? En un blog que publicó el tiempo.com el 14 de febrero pasado, el escritor Mario Lamo fue de los primeros hispanohablantes que mencionaron a Barack Obama como un fenómeno político. Pocos meses después, Obama tenía en jaque a nadie menos que a Hillary Clinton y le ganaba la nominación presidencial por los demócratas, cosa en la que nadie creía. No fue la mayor de sus proezas. Nadie creía tampoco que Obama pudiera financiar su campaña sin pedirles plata a los poderosos, que suelen darla y que después pasan unas cuentas exorbitantes.
Sí podemos, dijo Obama. Y recolectó entre sus simpatizantes, con la magia de Internet y de Facebook, mil millones de dólares. Después, nadie creía que un senador negro, en un país supuestamente racista y fanático, podría derrotar a un senador blanco, héroe de guerra, que llevaba como fórmula a una linda gobernadora, experta en tiro al blanco y miembro de la todopoderosa Asociación Nacional del Rifle. Se necesitaba estar un poco ciegos para no ver que un candidato capaz de recolectar entre sus simpatizantes mil millones de dólares era invencible.
Estamos, pues, ante un hombre extraordinario, que va directo al logro de sus propósitos. En 1963 asistíamos a un nuevo Renacimiento, frustrado de manera brutal con el asesinato de John Kennedy, crimen que arrojó a la humanidad a un largo período de oscurantismo, del cual empezamos a salir el pasado martes 4 de noviembre. El significado real de la elección de Barack Obama es el renacimiento del humanismo, de la decencia en las costumbres políticas y sociales y, por consiguiente, la remoción de todos los vicios que han convertido el planeta en una bola de desdichas. A quienes creen que en la política no hay decencia, se les puede explicar que sí la hay, con un ejemplo sencillo.
Un equipo de fútbol conformado por once truhanes, que sale a la cancha a repartir puntapiés en las espinillas del adversario, a insultar al árbitro, deja la sensación de que el fútbol es una actividad cochina, propia de rufianes y de barras bravas. Si el mismo equipo es reemplazado por once jugadores que salen a demostrar su habilidad con el balón, y no con las piernas del contrario, que juegan limpio, produce la sensación inversa, se muestra como lo que de verdad es, un deporte que complace a las multitudes y que lleva a todos sana alegría. Lo mismo sucede con la política. Si elegimos políticos cochinos, la política será algo sucio y desagradable. Si elegimos políticos decentes, la política es una bendición para todos.
Barack Obama nos ha indicado la clave para hacer política decente. Trabajar «con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Como dijo una ciudadana estadounidense al amanecer del 5 de noviembre: «Hoy siento que el mundo está mejor». Ese es el cambio que necesitamos.