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Ni fiestas ni entierros. Ni bodas y bautizos ni funerales. Ni se necesita a Dios para iniciar la vida ni se acuerdan de él al finalizarla. Algo se habrá hecho mal por parte de la Iglesia.
Según datos oficiales de ASFUNCAT (la patronal catalana de servicios funerarios)
las ceremonias civiles o entierros laicos representan ya un 69% del total en
la ciudad de Barcelona. Ese porcentaje va disminuyendo en las zonas rurales,
situándose Lérida en el otro extremo con solo un 5%.
La media en Cataluña es de un 21 %, avanzando con fuerza.
El dato no puede ser más alarmante. Se conocía el desplome de los bautizos,
en el que ya reciben el sacramento menos de la mitad de los nacidos; el
hundimiento de las bodas católicas, que solo representan el 21% del total o
las primeras comuniones que se sitúan en el 20%. Todo ello según datos de
la Conferencia Episcopal.
En Barcelona esos números descienden de manera aterradora: los
bautizados no llegan al 35 % y los matrimonios católicos que se celebran se
sitúan en un exiguo 11%.
No obstante, ignorábamos el de las exequias laicas. Se podía pensar con facilidad
que, al tratarse de personas generalmente de edad avanzada, se mantendrían
unos números óptimos, al haber sido educadas en la práctica cristiana. Lógico
sería pensar también que, ante el misterio de la muerte, la persona recibe mayor
consuelo con la cercanía del Padre. Ni eso. La Iglesia Católica está perdiendo
aquello que parecía uno de sus asideros: la fe en la Vida Eterna y una muerte que
no es el final.
Ni fiestas ni entierros. Ni bodas y bautizos ni funerales. Ni se necesita a Dios para iniciar la vida ni se acuerdan de él al finalizarla. Algo se habrá hecho mal por parte de la Iglesia. Especialmente, cuando ni tan siquiera retiene, a la hora de partir, a aquellas personas mayores que han crecido en un ambiente católico.
Imagínense qué números nos depararán en un futuro, cuando vayan desapareciendo esas
generaciones y sean mayoritarias las que han crecido en la ignorancia y la
indiferencia religiosa.
Uno ha asistido a algunas de esas ceremonias laicas. Las hay bastante
surrealistas. Asistí a una en la que había una figura de la Virgen de Montserrat
puesta por la familia en la mesa que presidía la sala. En otra pude comprobar que
muerto el marido hace 11 años se había celebrado misa funeral corpore in
sepulto y ahora fallecida la esposa se llevaba a cabo un funeral laico. He podido
escuchar la plática profesional del funcionario de la empresa funeraria hablando
de que la finada ya está con su marido, su mirada al cielo para dirigirse al difunto o hablar con él como si gozase de la vida eterna. No son ceremonias ateas. Si uno
no cree en nada, tras la muerte no hay nada más. Ni cielo ni energía ni la tierra
que le sea leve. Uno se muere y se acabó. Cuando uno no cree no mira al cielo, ni
habla del retorno de la esposa con el marido en un hipotético más allá. Eso sí, un
más allá sin Dios.
Ese es el quid de la cuestión: se ha postergado a Dios. Pero se sigue concibiendo
la muerte, como si un remedo de Dios todavía existiese. Por eso se mira a las
alturas y se habla de los difuntos que esperan al que acaba de fallecer. No se
sabe si en el cielo, en la tierra, si en forma de alma o de pajarito inofensivo. Es
decir, sigue existiendo una necesidad de explicación del misterio de la muerte;
pero en la que no se precisa a la Iglesia como institución.
Y si no se necesita a la Iglesia en ese trance es que la Iglesia ha fallado. Y
probablemente ha fallado en la pérdida de trascendencia. Si no se reza por el
alma del difunto, si el funeral solo es una alabanza de sus pretendidas virtudes, si
no existe el pecado y es innecesario rezar por el perdón de sus faltas, ¿para qué
necesitamos sacerdote?
Lo hará mejor el funcionario de la empresa funeraria, que se cree su actividad
mucho más que algunos curas la suya. Porque ese es otro de los males de
algunos de los religiosos que hallas en el tanatorio. Cuatro frases hechas, sin
ningún calor especial. Un simple trámite.
El hundimiento de la práctica religiosa ha llegado a aquello que resultaba
inimaginable: el entierro de la persona fallecida. En Barcelona un 69% de los
mismos se celebra de forma laica. Y va a incrementarse notablemente. Aunque
parece que a pocos les inquieta. Que el Titánic siga su curso.