Tarde larga de Junio en Roma. Pedro, a orillas del Tiber, contempla unos pescadores. El río le recuerda el lago de Tiberíades. Y las añoradas tardes con Jesús y los suyos, en la barca, con la red, en el monte Tabor. Navegando con mar brava o calma.
Hoy Pedro es un romano venerable.. El rodar del Tiber reverbera la voz y la palabra del Maestro. Pedro reflexiona sobre el presente y el futuro del cristianismo. El discípulo oye la voz del Maestro en la soledad vespertina.
“¡No puede ser, Maestro! Ninguno de los nuestros piensa en el sacerdocio. Tú fuiste un laico. Ni sacerdote, ni maestro de la Ley. ¡Los saccerdotes fueron tus enemigos! ¡Te crucificaron! Hoy algunos romanos pretenden ser los primeros en nuestras reuniones. ¿Con gusto serían sacerdotes? Y, de entre ellos, ¿saldría un Sumo Sacerdote? Son los mismos que siempre quieren presidir las Eucaristías. Ni yo presido siempre nuestras reuniones. No quiero poder alguno. No me tienta ser Sumo Sacerdote. Y todos los sacerdotes, judíos o romanos, juntan al poder muchos denarios. Me temo que algún día nuestras comunidades cristianas consagrarán sacerdotes. Dirán que por voluntad divina. ¡El poder tienta mucho!
Pero no puede ser ¿Verdad Maestro? ¡Sacerdotes entre nosotros! ¡Dignidades con sueldo! No serían hermanos, sino padres. Y tú repetías que Padre sólo hay uno. Con el tiempo tendrían palacios. Tesoros. Servidores. Y guardias, un ejército. ¡Dios nos libre! Un Sumo Sacerdote. Un rey de Roma..¡Jesús, tu no querrás tanto mal en tu Comunidad! Yo no quiero ver eso. Antes me vuelvo a Galilea. A mi lago
A muchos también les gustaría celebrar nuestras “Cenas del Señor” en suntuosos templos. Como los de Júpiter. Como los griegos. ¡Pobres de nosotros que, apenas, podemos socorrer a viudas y huérfanos! ¿Cómo podríamos mantener tales templos? Tú nos dijiste, Jesús, que ha llegado el tiempo de rezar el “Padre nuestro”. en cualquier sitio. Ni en Jerusalém, ni en Samaría. Y Tú, mi Señor, rezabas en el monte. Si para las ceremonias en el templo se disfrazaran con riquísimas vestimentas, nuestros pobres no nos reconocerían y abandonarían los templos. ¡Ni regalados!.
¡Señor, Señor! Tú estás con nosotros en todas las reuniones. Te manifiestas, también, en las mujeres. Fuiste muy amigo de ellas. Las defendiste siempre. Ellas opinaban y opinan igual que nosotros. Ellas te siguieron en masa por los caminos de Galilea, incluso hasta el pie de la cruz. Entre nosotros hay igualdad. Aunque a Pablo le molestan un poco las mujeres. Me comentan que dijo ¡“Mujeres, en la Asamblea, callad! Jesús dijo una vez que si acallaban a los niños, hasta las piedras gritarían. Yo digo lo mismo a quien calla a una mujer. Tampoco me gustó de Pablo aquello de que la mujer esté sometida al varón. Entre los cristianos debe haber amor. Mucho amor. ¿Pero sometimiento del uno al otro? Nunca. Tampoco me gusta el que dicen sometimiento de la Iglesia a Jesús. Nos hiciste libres y con mucho amor.
Pero, Señor ¡el dinero! ¡el poder! Tener más y trabajar menos. ¡Guardar talentos, incluso denarios, o pequeños sestercios! Como al judío le gusta mucho guardar, no comprendíamos aquello de “los pájaros del cielo y los lirios del campo, que ni siembran, ni tejen…”
Seguiremos así. Pero tengo miedo. Mucho miedo. ¡Claro que confío en Ti! Pero atisbo nubarrones. Tiempos difíciles. Y, cuando se cansen de perseguirnos, harán las paces con nuestras comunidades… Pero ¿a cambio de qué? ¡Que adoremos al Emperador! Hay cosas peores, ¿Verdad Jesús? Que nos quieran como soldados o como servidores del Imperio. Nos saben buenos ciudadanos Respetados. Honrados. Que pagamos los tributos. Buenos administradores y buenos operarios…. Si vienen estas calamidades, yo me retiro a mi lago de Genesaret y a mi pesca. Aunque seguro que ya estaré contigo ¿Verdad? ¿Fue una aparición de Jesús? ¡Quien sabe!