Decía Ortega que “no vemos con los ojos, sino a través de ellos”. Por eso continuo sin saber si lo que voy a apuntar en el presente artículo es una proyección o una percepción. No obstante, si se trata de lo primero, consistiría en algo común. Y si de lo segundo, en algo universal.
Me refiero a la especificidad de este movimiento que está revolviendo la mentalidad, la conciencia y la hasta la ética de buena parte de la ciudadanía de este país.
No es normal la escasa agresividad, por no decir nula, por parte de miles y miles de personas que tendrían fundadas razones para cometer disturbios, actos violentos, consignas incendiarias y gestos y actitudes aviesas y provocativas. Y sin embargo, salvo una intensísima minoría de gente, la respuesta viene siendo pacífica, festiva, respetuosa, y hasta, diría yo, humanista y espiritual.
Cualquiera que haya frecuentado acampadas, asambleas, manifestaciones, sentadas y otro tipo de iniciativas de este movimiento, podrá ver la gran carga utópica y fraternal al que me refiero: la gente se mira, se ríe, se abraza, se escucha, se ayuda, se apoya. Y eso no es lo normal en un movimiento social suscitado por una indignación, justificadísima por otra parte.
En Valencia escuché decir a una boliviana que es la primera vez en 5 años que ve que los españoles la miran a los ojos. He escuchado en Cádiz a viejos decir que tras lo vivido estos días ya pueden morir tranquilos, y a una chica muy joven comentar que llevaba 8 años esperando todo esto. Hay asambleas que se clausuran con un gran abrazo multitudinario al acabar. Ya se han bloqueado unas 10 órdenes de desahucio gracias a la solidaridad de los indignados.
En Carabanchel se abortó la detención y posible deportación o internamiento de un indocumentado cuando centenares de indignados rodearon a los agentes al grito pacífico de “ningún ser humano / es ilegal”. En Madrid he sido testigo del ambiente fraternal del día 15M dentro de una batucada: pude ver una alegría y una fraternidad que no es usual en manifestaciones meramente pacíficas. La gente afirma haber despertado, e invita a otros al presente despertar.
Probablemente no sea ajeno a todo esto la irrupción de la espiritualidad como elemento militante en este movimiento: en las acampadas se han podido ver talleres de reiki y de shiatsu, comisiones de espiritualidad y de abrazos, asesoría gratis de psicólogos, y elementos festivos y culturales como biblioteca, ludoteca, guardería, etcétera.
Así, no es de extrañar la insistencia que viene circulando por toda esta irrupción de que el cambio tiene que partir de la conciencia, de que no hay cambio social sin un cambio personal simultaneo.
Esto es algo novedoso, fundamental de cara a superar el racionalismo (“pienso luego existo”, de Descartes) que consideraba a la razón como lo específico humano. Ahora que tanto ha llovido se sabe, y se lleva a la práctica que lo nuclear del hombre es su vitalismo, sus sueños, sus emociones, sus anhelos (“tiene el corazón razones que no tiene la razón”, de Pascal; o “lo esencial es invisible a los ojos”, de Saint-Exupery), y la racionalidad es un mero instrumento para canalizar ese vitalismo.
Así, se redescubre en esta revolución, que si son necesarias medidas políticas concretas que poco a poco se van configurando (la nacionalización de la banca, la separación efectiva de poderes, la democracia real participativa, las listas abiertas, la persecución de la corrupción, la tasa impositiva real para las grandes fortunas…), esto se debe a que la ideología es el volante, pero no el motor. El motor es la espiritualidad: la mística de la lucha, los sueños y anhelos compartidos, las ilusiones multiplicadas, etc.
Quizá el primer drama de occidente haya sido un cristianismo evasivo (espiritualismo) que no supo integrar a su espiritualidad la ideología (motor sin volante). Y el segundo, un activismo meramente mecanicista en reacción contra lo anterior (racionalismo) sin conciencia de lo espiritual (volante sin motor). Por eso tal vez es que ambos fracasaron.
Pero hoy en día, con marxismos más humanos y abiertos a lo espiritual (“un marxismo con San Juan de La Cruz”, según Roger Garaudy), y una religiosidad receptiva ante la ideología (las diversas teologías de la liberación), unidas a las actuales contraculturas (anarquistas, okupas, no violentos, anticonsumistas, activistas de la economía alternativa…), herederos a su vez de diversas contraculturas a lo largo de la historia (desde los cínicos griegos hasta los actuales hippies), quizá esté comenzando con este 15M el primer episodio de la regeneración de una nueva civilización.
Según Arnold Toynbee, cada siguiente civilización recibe lo bueno de la anterior gracias a la labor de bisagra de los contraculturales de ese momento de cambio. A mi parecer, este sería el significado exacto de este 15 M y de otras luchas simultáneas en este contexto de crisis epocal.
Cabe, por último, preguntarse por las causas de este huracán que ha sorprendido a ciudadanos y especialistas. Así como varios economistas previeron la crisis económica, ningún sociólogo, que yo sepa, vio venir no ya la naturaleza de este levantamiento, sino su propia existencia.
A mi criterio, este despertar se ha producido por la labor callada, silenciosa, tenaz y constante de una inmensísima minoría de activistas que han estado creando conciencia humana y social, contra el viento y la marea de esta borrachera neoliberal de consumismo, alienación televisiva y hedonismo de masas.
La consecuencia de todo esto ha sido el surgimiento de una buena parte de la juventud, minoritaria pero activa, que sin que nadie la viese venir, ha irrumpido con una fuerza, una ilusión, una conciencia, una fe, una fuerza y una entrega que está costando al poder, de momento más de un disgusto o quebradero de cabeza. Según Fernando Cardenal, la juventud por naturaleza está hecha para el heroísmo. Y últimamente se está viendo, gracias a Dios, mucho de eso por aquí.
Pero hay otro activismo que a mi juicio ha posibilitado, quizá de modo inconsciente todo este milagroso huracán: muchísima gente que lleva meses, años o generaciones llevando a cabo prácticas espirituales: oración, meditación, reiki, silencio, shiatsu… Monjes de clausura, comunidades contemplativas, encuentros religiosos, personas de fe oriental, gente sin confesión concreta pero de apertura espontánea a lo trascendente…miles y miles de iniciativas que en un momento dado, y sin que se sepa por qué (“cuando el hombre está preparado aparece el acontecimiento”, que dicen los budistas) han cristalizado en el que quizá sea el episodio más bello y esperanzador del último medio siglo en nuestro país..
Por eso, se me saltaron las lágrimas cuando en la acampada de Valencia leí una gran pancarta que, lejos de consignas incendiarias, incitaciones al odio, o poses agresivas, decía, sencillamente: “Gracias, cosmos, por haberme despertado”.
Y eso, lo juro, lo vi no a través de los ojos, sino con ellos. Con el permiso de Ortega