Jn 6, 60-69
“En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede hacerle caso?” Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen”.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Seor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
1. El escándalo que produjeron las palabras de Jesús sobre la eucaristía estuvo motivado por una mala interpretación de lo que Jesús quiso decir. Esa mala interpretación consistió en lo que se ha llamado el “cafarnaísmo” (esto lo dijo Jesús en Cafarnaún), que consiste en la idea de que comulgar es comerse la carne histórica de Jesús. Cuando la eucaristía se explica así, tal explicación puede ser motivo de escándalo y de que haya gente que se aleja para siempre de la Iglesia.
2. Jesús insiste en que para comprender lo que representa la eucaristía es indispensable la fe. Jesús no se refería, lógicamente, a la fe que consiste en creer en unos dogmas. Jesús se refería a la fe que es adhesión personal a él, a sus criterios, a su forma de vivir, a los valores que él propuso y defendió. Quien vive eso, entiende lo que es la eucaristía, comer su carne y beber su sangre, que es la expresión simbólica de la unión y hasta la fusión con su vida y su destino.
3. Cuando se vive esa adhesión a la persona de Jesús (tal era el caso de Pedro y de los discípulos que se quedaron con él), las crisis de dudas y oscuridades se superan. La fuerza del Espíritu da consistencia a la vida, que sigue una marcha rectilínea, sin vaivenes ni rodeos. Es la vida que se caracteriza por la firmeza y la transparencia.