Diario de a bordo: En un pueblo de Bretaña -- Jacques Gaillot, Obispo de Partenia

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Partenia

Desde hace años, se organizan jornadas de formación permanente en este pueblo apacible. Acude gente de todo el contorno. Por segunda vez, accedí a intervenir para hablar de las libertades. En el público el ambiente es cálido, está muy atento.

¿Podemos llegar a ser, hoy por hoy, mujeres y hombres libres? Con toda seguridad las preguntas dan fe de un clima de gran libertad. En estas personas hay una búsqueda de la autonomía, un deseo de experimentar por sí mismos lo que hace vivir, una búsqueda de realización personal. E incluso una reivindicación del derecho a ser lo que uno es, de poder llegar a ser lo que le es posible ser.

La institución de la Iglesia no se libra de las críticas: no está presente en los lugares donde la vida es precaria y está amenazada. Aparece como un peso exigente que impide vivir. A continuación constatamos lo que tantas veces escuchamos: ¡ya no queda nadie en las iglesias!
Sin embargo, aunque desertemos de las iglesias no así del Evangelio. Si ya nadie en el mundo viviera el Evangelio, le faltaría algo esencial a la humanidad: un sentido, un soplo de aire, un grito…

Entre nosotros se encuentran testigos del Evangelio. Viven de una manera sumamente humana y solidaria. Suscitan vida.
Un hombre de estatura imponente viene a saludarme y me dice: «Acudí esta noche para darle las gracias. Estaba en la cárcel en Fleury Mérogis y usted formó parte de un comité de apoyo. Cuando salí de la cárcel, vi en un diario de Bretaña que usted me había defendido.»