El otro día ofrecí unas reflexiones sobre el diálogo entre las religiones monoteístas, partiendo de las reflexiones de A. P. Ahora quiero volver al tema de una forma más serena, aprovechando el tiempo de descanso del domingo. Buen día a todos??
Diálogo inter-religioso. Un camino abierto.
Uno de los rasgos esenciales del amor cristiano es querer a los demás (individuos y grupos nacionales o sacrales) tanto o más que a uno mismo. Eso significa que, invirtiendo tradiciones a menudo dominantes, la iglesia ha de buscar no sólo el bien de los pobres (cristianos o no), sino el de los creyentes de otras religiones, deseando su bien tanto como el propio, al servicio de los hombres. Esta es la tarea de una iglesia que no se puede aislar (contra cierto judaísmo), ni imponer (contra cierto Islam), sino que ha de ofrecer y compartir con otros grupos, de modo generoso, su experiencia de comunicación (cf. Mt 28, 16-20).
En ese contexto podemos recordar que gran parte de la crítica ilustrada de la modernidad occidental ha visto a las religiones históricas como portadoras de imposición anti-racional, al servicio de su poder, y no como servidoras gratuitas de los hombres. Pues bien, aceptando el valor de esa crítica, por exigencia de las mismas religiones y superando los riesgos de la Ilustración (que ha desembocado en un sistema neo-liberal opresor), queremos recordar a Dios como principio de diálogo y racionalidad, al servicio de la vida universal, a partir de los rechazados del sistema, superando para ello muchas barreras nacionales y sociales, económicas e ideológicas.
No hay a ese nivel naciones elegidas, ni iglesias superiores, que se eleven como verdaderas ante las demás, para así pedir a los demás que las acepten o se integren dentro de ellas. En la base del diálogo ha de estar la renuncia a la ventaja propia y la búsqueda del bien de los demás, en plano social o religioso, cultural o económico. Sólo aquellos grupos que, por gracia de Dios y amor intenso, saben y quieren superar con Jesús (cf. Flp 2, 6-11) su deseo de dominio, a fin de que otros sean, sólo aquellos que regalan su vida, muriendo incluso, en esperanza de resurrección, pueden abrir caminos de Reino. No hay según eso comunidades sagradas de creyentes superiores (buenos y sabios…), que imponen a los otros su bondad-sabiduría (pues de hacerlo les humillarían), sino iglesias de hermanos, amados por gracia, que se abren, en pequeñez y comunión, a una humanidad mesiánica en que existe, por Jesús, espacio para todos (cf. Mt 11, 27-29).
Así podemos hablar de una razón social monoteísta, abierta por gracia a todos los humanos. En ese nivel, los creyentes dejamos de tener un apellido (judíos, musulmanes, cristianos), para ser sólo y simplemente humanos, testigos de Dios. No defendemos ningún interés particular, ninguna verdad mesiánica de grupo, que nos lleve a contar cuántos somos y a decir, con orgullo o pesar, que somos más o menos número que otros. El monoteísmo no consiente competencias ni imposiciones, de forma que todo colectivo (cristiano o musulmán, judío o budista) que se considere mejor y se atreva a decir que otros son falsos, se engaña y miente, como sabe Pablo (cf. Rom 2).
La revelación de Dios en los pequeños y excluidos (hebreos de Egipto, enfermos de Jesús, despreciados de la Meca) rompe el sistema dominante y suscita encuentro personal sin poderes sacrales. Algunos jerarcas de la iglesia han interpretado unas palabras centrales de Jesús (quien quiera ser mayor hágase el último: cf. Mc 9, 33-37; 10, 35-45 par) de un modo espiritualista, como dirigidas a los simples fieles, que deben abajarse y escuchar, mientras que ellos (jerarcas) podrían elevarse y ser gloriosos, para gloria de Dios y honor de la iglesia. Pero Jesús no aplicó esas palabras a los ‘simples fieles’, sino a quienes querían hacerse jerarquía, para que no dominaran en su nombre. De esa forma cerró el paso a una posible casta de poder eclesial: la encarnación de Dios es cada hombre y su signo el amor mutuo.
Democracia social, comunión humana
Las religiones suscitan espacios de comunión que desbordan el nivel genético y el orden del sistema. Desde ese fondo queremos evocar su función al servicio de la paz. Como sabemos ya, el hombre persona no nace por biología, clonación o método científico, sino por gracia del Espíritu, en amor personal, lo mismo que Jesús (cf. Mt 1, 19-25; Lc 1, 26-38; Jn 1, 12-13).
Sin ese amor de gracia, que procede de Dios por padres y educadores, no se puede hablar de nacimiento, sino sólo de rupturas, mutaciones o multiplicaciones celulares. Sólo por encarnación de amor de Dios nacen y existen las personas. Sólo por gracia precedente pueden vincularse los humanos, suscitando instituciones dialogales con un código de humanidad que no viene fijado (aunque sí posibilitado) por la herencia genética, pues los mismos hombres deben trazarlo, con la ayuda de tradiciones y experiencias religiosas, que lo entienden como Ley (judaísmo), gracia del Espíritu (evangelio) o Soberanía de Dios (Islam), superando el plano del sistema.
Dios no es código, sino trascendencia de amor; pero, al revelarse en su misterio (Trinidad), suscita caminos gratuitos de comunicación que podemos llamar códigos o modelos de experiencia compartida. Las religiones concretizan esos caminos, pues evocan y suscitan la comunión de los creyentes (humanos). Ellas no son democráticas en línea racional: no brotan de un consenso, sino de una experiencia superior de gracia, pero fundan el encuentro gratuito entre los hombres, que es la base de toda democracia.
Por eso, las religiones concretas han de ser ejemplo y testimonio de racionalidad dialogal, en vez de convertirse, como a veces sucede, en lugares de imposición sacral y enfrentamiento. No es que ellas deban refundarse, pues están ya fundadas, pero deben cambiar (reformar) muchas formas sociales, vinculadas a una visión sacral del mundo. No están al servicio de sí mismas, sino de la apertura trascendente (contemplativa) de los hombres a Dios y de la comunicación integral, desde los excluidos del sistema. En lenguaje de X. Zubiri, El problema teologal del hombre: Cristianismo, Alianza, Madrid 1997, 606-609, podríamos decir que con-spiran, desplegando en formas distintas y complementarias, una misma in-spiración dialogal, desde la gracia del Dios.
Miradas en perspectiva cristiana, las religiones no deben actuar directamente con medios económico-políticos, convirtiéndose en estados, sino inspirar el surgimiento y despliegue de formas super-estatales (afectivas, humanitarias, gratuitas y gozosas) de comunicación racional, al servicio de todos los humanos. De esa forma superan los modelos actuales de estados, naciones y clases, no para negar la identidad y cultura de los pueblos, sino para impedir el dominio de unos y la exclusión de otros. Por eso deben promover medios racionales (económico-sociales) de cooperación igualitaria, sin apoderarse de los mecanismos del estado ni volverse sistema. Más de una vez, ellas han sido propensas a ofrecer e imponer sus discursos, como si tuvieran solución a todos los problemas y derecho a la obediencia y sumisión de sus creyentes
Qué deben potenciar, a qué deben renunciar las religiones
Las religiones vinculan contemplación y diálogo, no al servicio de sí mismas, ni del sistema y sus privilegiados, sino de los hombres y mujeres concretos. Por sus ‘poderes’ racionales, el sistema corre el riesgo de justificar la imposición de algunos y la opresión de la mayoría. En esa línea triunfa una globalización económica (bienes), social (trabajos) y cultural (informaciones y conocimiento) que excluye a gran parte de la población y olvida los más hondos misterios de la vida (amor, gratuidad, trascendencia). En contra de eso, las tradiciones monoteístas (y las religiones del oriente) han de ofrecer su palabra al servicio de la comunión humana.
Pues bien, en contra de eso, como indicaba el capítulo anterior, ellas deben realizar un profundo ejercicio de renuncia creadora:
? Los judíos deben renunciar a la expresión política de su nacionalismo religioso, para ser lo que fueron: testigos de la ‘diferencia’ de Dios y fermento de esperanza y transformación mesiánica de la humanidad. Si un día pusieran su potencial utópico-mesiánico al servicio de la reconciliación, si se hicieran germen de diálogo y encuentro (en especial con cristianos y musulmanes), contribuirían poderosamente a la pacificación del mundo. Para ello deben abandonar su victimismo (hacerse mártires, aun cuando lo sean), volviéndose solidarios de todos.
? Los musulmanes han de superar todo fanatismo e imposición social y familiar, no para volverse occidentales o esclavos del sistema, sino para crear, desde sus raíces religiosas, espacios hondos de comunicación a partir de su experiencia inmediata, casi física, de la Soberanía de Dios.
? Los cristianos saben que Dios se ha encarnado en Jesús, revelando su Reino y, en ese fondo, añaden que su Iglesia debería ser fermento de comunicación gratuita, para todos los humanos. Por eso deben superar sus rasgos de dominio o jerarquía, rechazando los aspectos de capitalismo que han tomado.
Concusliones, Jesús y el diálogo religioso
Jesús no ha buscado la ventaja y victoria de su grupo sino el Reino universal, de manera que su ‘triunfo’ se opone a todo triunfalismo: ha sido un perdedor y ha vencido perdiendo, condenado y crucificado por fidelidad al Reino. Sólo allí donde sus seguidores superan el deseo de imposición y la iglesia mengua para que se extienda el Reino puede hablarse de verdad cristiana. Ciertamente, la iglesia ha mantenido el mensaje de la Cruz, aplicándolo a los fieles. Pero, en cuanto institución y jerarquía, ha buscado muchas veces su triunfo y poder sobre el mundo.
Sólo cuando ella aprenda a morir y muera por el bien de los otros (por el Islam y judaísmo), será testigo de Jesús, fermento de Reino, invirtiendo su actitud secular, su tendencia a perseguir a los distintos (herejes), su cruzada contra impíos o musulmanes, para expresar la verdad de la pascua del crucificado. Respondiendo a la gracia universal del evangelio, ella ha de abrir un lugar para todos (judíos y árabes, chinos e hindúes, africanos y europeos). Sólo dando lo que tiene y renunciando al triunfo propio, puede ofrecer su comunión a los humanos. Por eso decimos que no es portadora de ninguna ideología o concepción del mundo y de la historia, al servicio de sí misma, como si fuera superior, pues su verdad consiste en darse, de manera que su misma institución desaparezca al servicio del Reino.