Desterrados por la Iglesia

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Les llamaron traidores, judas, algunos amigos y familiares les negaron la palabra. No hay cifras oficiales de cuántos fueron, aunque se da por seguro que en la diócesis de Valencia hubo más de 300. Son los secularizados, los sacerdotes que decidieron dejar el clero. Alfons Garcia, Valencia La mayoría lo hicieron en los años sesenta y setenta, tras el viento fresco del Concilio Vaticano II y la posterior decepción por la falta de aplicación práctica, aunque los testimonios llegan hasta principios de los noventa. Catorce de ellos han decidido ahora, décadas después, explicarse. Lo han hecho a través de un libro (¿Por qué nos salimos? Los secularizados, Carena Editors), coordinado por uno de ellos, Antoni Signes, que ha contactado con más de 50 en los últimos meses.

El trabajo será presentado esta tarde en el Aula Magna de la Universitat de València. Las secularizaciones oficiales no se permitieron hasta 1964. Para hacerse una idea de las condiciones que estas supusieron para sus protagonistas sólo hace falta recordar el documento que los obispos les leían: no podían volver a las parroquias donde habían ejercido ni a los lugares donde les conocían por ser curas; los que daban clases de Religión tenían que dejar además los colegios.

Alguno de los testimonios recogidos en el libro expone incluso el drama del destierro o cómo hubo casos de llamada al servicio militar tras abandonar el clero. No obstante, las circunstancias no fueron iguales para todos: dependió del obispo de turno y del momento, ya que el castigo se aligeró con el tiempo. También hubo quienes ni solicitaron formalmente la secularización, simplemente comunicaron al superior que dejaban la parroquia. El libro colectivo -el primero sobre este asunto en España- pretende sólo dar voz a estas personas, a modo de «compensación» por los sufrimientos experimentados. No trata de minar las estructuras de la Iglesia, precisa Signes en la introducción.

Algo para lo que «se bastan y se sobran algunos de los obispos, que, por lo que se ve, aspiran a implantar una teocracia medieval», agrega. La crítica a la jerarquía es un rasgo común en los 14 testimonios (dos de los autores, Vicente Conejero y Francisco Tro, han fallecido en los últimos meses). Alguno la califica de «staff», como el de cualquier multinacional, y otros sostienen que no ha cambiado nada, por lo que hay quien declara una sensación de «amargura y alivio». Se entiende así que no exista arrepentimiento por la decisión tomada. Y eso que alguno dejó cargos de relevancia en la diócesis (vicario episcopal). Sí que hay «pena», apunta Francisco Gramage, por el hecho de que la Iglesia «no haya sido capaz de tener una visión más amplia» y haya desaprovechado las energías de tantas personas.

La trayectoria vital de los catorce retratados tiene algunos aspectos que se repiten: la apertura intelectual del seminario de Valencia por aquellos años, que invitó incluso a algunos a salir a otros países, y la implicación vital con los más desfavorecidos tras ser ordenados (eran los tiempos del Vaticano II y de los curas rojos). «Nos metíamos de lleno entre la gente; nos ensuciábamos», señala Gramage. La introducción de lleno en el mundo exterior llevaba también a la ruptura del «tabú» de la mujer y al cuestionamiento del celibato: los catorce ex sacerdotes están casados. Además de los citados, el resto de testimonios recogidos son los de José Palau, Ramón Gascó, Antonio Vicedo, Antoni Duato, José Pellicer, Manuel Palomar, Luis Marco, Enrique Herrero, Carlos Pinazo y Onofre Vento

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