No se le puede poner puertas al campo, dice nuestro rico refranero, ni al mar, decimos nosotros. Ni a la inmigración. Sí se le puede poner puertas a la pobreza, pero mientras no lo hagamos las desigualdades, el hambre y la falta de horizontes, irán buscando los resquicios de la esperanza y de los sueños y lo hará por tierra o por mar.
En Canarias, todas las islas están desbordadas por la llegada de los inmigrantes. Al menos eso dicen. Se toman medidas, se vigila el mar, se otean las pateras que llegan en busca de El Dorado del siglo XXI… y se les devuelve a sus lugares de origen.
Esta no es la solución porque los pobres no quieren seguir siendo pobres. Y están los medios de comunicación que les dicen cómo vivimos en otros lugares y ellos quieren también vivir así. Ellos y sus hijos y sus familias… y pasan de las pateras a las naves nodrizas que buscan nuevos puertos. Ahora es Levante: Alicante, Murcia…
Algo habrá que hacer. No para que no entren sino para que dejen de ser pobres.
En el Congreso de Teología de este año se ha hablado mucho de la inmigración y del compromiso desde la fe cristiana. Nos quedamos con la que Francois Houtard dijo del orden establecido, de la lucha en el nivel sistémico. Este sistema social que tenemos no vale, es un sistema generador de pobreza para una gran mayoría (la riqueza queda sólo para unos pocos), generador de emigración que huye de esa pobreza.
Si el sistema, el orden establecido no vale, habrá que cambiar y luchar contra él. Quizás esto signifique desorden y este desorden sea el paso necesario para ese otro mundo posible donde todos podamos vivir en convivencia, igualdad y paz.