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Llevo 48 años de cura, solo me quedan 2 para las bodas de oro. Mi recorrido pastoral-parroquial es muy variado, y, creo, sin retórica, que muy rico. Lo contaré intentando no ser canso, como se dice en mi tierra (canso es el que cansa, no es un adjetivo para añadir a un sustantivo de un evento, parecido a «cansino», sino sustantivo referido a la persona que realmente cansa. Este paréntesis me podría retratar como canso, pero lo voy a corregir). En pocas palabras, es decir, en las pocas que pueda, cosa no tan fácil, os presento mi periplo.
El curso 1968-69, en Barcelona, en la capilla del colegio, que sin ser parroquia celebraba un culto nutrido, con la capilla, de unas 500 personas, casi llena a las 7,30 hs, de la tarde, que era mi hora, y que no estaba mal para un cura novato. Me había ordenado en el verano de ese año. El barrio donde nos encontrábamos era señorial, en la carretera de Vallvidrera, en la ladera del Tibidabo. Gente muy conservadora, muy catalana, pero sin aspavientos, y muy, ¡sorprendentemente! para mí, acogedora.
Mi último curso en Madrid, 1969-70, fue más interesante como estudiante del Instituto de Pastoral de la Pontificia de Salamanca en Madrid, y como profesor del nocturno del colegio de Martín de los Heros. Pero mi misa diaria, a las nueve de la mañana, y la dominical en la capilla del colegio de las religiosas del Sagrado Corazón de la calle de Ferraz, no tienen historia ni interés. Así como mi experiencia pastoral, del año 1971, en la capilla de nuestro seminario de Sâo Josè dos Pinhâis, ss.cc., cerca de Curitiba, en Brasil. Si bien la misa dominical, de la que me encargaba, me aleccionó con el trato de una comunidad de abuelos y padres italianos y polacos, con los hijos y nietos ya brasileños. Fue una buena experiencia con dos comunidades tradicionalmente muy católicas en su origen, pero que comenzaba ya a ser muy marcada por las señales, positivas y negativas, de la emigración. Algo que comprobé fehacientemente cuando volví los años 1996, a una boda, y 1997, para dar un curso de Teología de la Revelación en el seminario Redemptoris Mater, de los neocatecumenales, en Brasilia.
Los años 1972-78, -en Brasil ya no se cuenta por cursos, sino por años, con los que aquellos coinciden religiosamente-, sí que son fundamentales en mi vida de cura de parroquia. En la nuestra de Santa Margarida María la pastoral se vivía, corría y se experimentaba a raudales. Teníamos 17 líneas pastorales diferenciadas, por el tipo de movimientos pastorales, y de líneas de acción que conllevaban, que nos obligaba, a una flexibilidad mental teórica, para poder ser eficientes en la práctica, que prefiero denominar «praxis», no para que parezca más intelectual, que solo sería más cursi, sino para indicar que no únicamente en nuestra parroquia, sino en toda la realidad social, y, desde luego, pastoral y eclesial de Sâo Paulo, tanto los ciudadanos, como ellos mismos, en su vertiente de fieles creyentes, necesitaban, y lo hacían, una continua y lúcida reflexión, que aclarase e iluminase sus vidas. Y eso es lo que he querido reflejar con la palabra praxis. Leí en un artículo de un periodista norte-americano que, en ese momento, Nueva York y San Pablo eran las mayores, y más variopintas y ricas ciudades del mundo en experiencias urbanas, que las convertían en ollas a presión, muy adecuadas para poder estudiar, y entender, los vertiginosos cambios sociales, casi semana a semana.
(Sigo en San Pablo). Y todo eso sucedía en varias vertientes, que voy a diferenciar: 1ª), en la civil, por la situación, paralela a la de otras repúblicas latinoamericanas, como las de Perú, Chile, y después Argentina, pero no tan dramática ni violenta, de un Gobierno militar, después de un golpe de Estado, del año 1964, que tenía la mayor oposición en el dinamismo cultural, económico, social y político, del Estado de San Pablo, cuya capital estaba a la cabeza de toda la realidad opositora nacional. 2ª), en la eclesiástica, pues el arzobispo paulista, en seguida promovido a cardenal, D. Paulo Evaristo Arns, ofm., era, probablemente en toda la Iglesia, y con seguridad en Brasil, el prelado más fiel, leal, y valiente cumplidor y seguidor del Concilio Vaticano II. Y esa actitud decidida del obispo de la diócesis, arrastraba a toda la Iglesia paulista a una actitud renovadora, en lo eclesial, y crítica en lo social y político, lo que lo ponía, y nos situaba a todos, en una actitud de oposición y de crítica a los desmanes del Gobierno militar. Recuerdo cómo todos los jóvenes de los movimientos juveniles de las parroquias de la ciudad eran fervientes admiradores, después seguidores, y enseguida propagandistas, con su estrella colada en las solapas, o en las camisas, del líder sindical, incipiente político, Juan Ignacio «Lula» da Silva, cuyo partido por el fundado, el Partido de los Trabajadores, (PT), nació, creció y se desarrolló, bendecido y aupado con el apoyo casi unánime de la Iglesia paulista, con su arzobispo a la cabeza.
3ª), en la parroquial, (esta vertiente la pongo aparte por su importancia y amplitud). He afirmado más arriba que en nuestra parroquia de Santa Margarida María, brotaba a chorros, y se bebía, y se vivía, una pastoral parroquial intensa, comunitaria, eclesial, más que eclesiástica, evangélica, conciliar, y, por eso mismo, comprometida, en lo social y en lo político, algo que resultaba urgente y fundamental en las bochornosas tormentas que atravesaba Brasil aquellos días. Era una verdadera comunidad de comunidades, con grupos y movimientos muy diferentes, algunos aparentemente contrarios. Pero hay que convenir en que si hay algún lugar, más sociológico y psíquico que físico, para convivir, respetarse, y hasta colaborar, los contrarios, es una parroquia pastoralmente bien llevada.
Teníamos movimientos tan modernos como «Comunión y Liberación», Focolarinos, Carismáticos, Neocatecumenales, Comunidades de Base, Círculos bíblicos, Encuentro de Matrimonios, nuestro propio Grupo de jóvenes, (creado y dirigido por la propia parroquia, con cinco encuentros anuales, de unos sesenta jóvenes, entre 18 y 24 años, cada encuentro, y reuniones semanales, los sábados, con asistencia media de unos ochenta jóvenes); y, junto a esos, los grupos de toda la vida, como Acción Católica, Legión de María, Vicentinos, equipos de Liturgia, de Fiestas, y consejos parroquiales de Pastoral, de Economía, y de Mantenimiento. Nuestra parroquia era de las consideradas «pequeñas», a la que le pertenecían unos 50.000 feligreses, y la integración de los laicos era no solo fundamental, sino absolutamente necesaria. El cálculo que hacíamos de personas integradas, no solo para «recibir» atención pastoral, sino para colaborar activamente en esta pastoral, pasaba bien de las 3,000 (sí, he dicho bien, tres mil) personas.
Y como el año 1978 hay un cambio drástico en la Iglesia, y yo me trasladé a Londrina para comenzar otra etapa brasileña, eso lo dejo para otros día).
(Seguirá)