Lula fue reelegido presidente del Brasil con 58.29 millones de votos. De los 125 millones de electores, en una población de 185 millones de personas, el 60.83% decidieron volver a llevar a la presidencia de la República, por otros cuatro años, al líder sindical fundador del Partido de los Trabajadores (PT).
¿Cómo se explica esa preferencia electoral después que el PT y el Gobierno hubieran sido blancos, desde mayo del 2005, de denuncias de corrupción que provocaron la salida de los principales ministros de Lula -José Dirceu, jefe de la Casa Civil y articulador político del Gobierno, y Antonio Palocci, el superministro de Economía?
No hay pruebas de que Lula conociera las turbias operaciones financieras del PT, eufemísticamente calificadas por el partido como «recursos no contabilizados». El presidente salió a declarar en público haber sido ?traicionado?, aunque sin citar nombres, y a decir que le habían clavado ?un puñal en la espalda?. El hecho es que la crisis ética, que tanto estremeció al Gobierno ante las clases media y rica, no sensibilizó al gran contingente de electores pobres en este país en que el 20% de los más ricos concentran en sus manos el 64% de la riqueza nacional.
No es la ética de la política lo que le preocupa a la mayoría de los electores. Les interesa la mejoría de sus condiciones de vida. Y en ese sentido el Gobierno de Lula representó significativos avances. Desde el 2001 ha habido una progresiva reducción del foso de la desigualdad. La renta de los más pobres ha crecido casi un 4.5% al año. Con el Gobierno actual eso se acentuó gracias a las políticas sociales, en especial al programa Bolsa Familiar, que hoy distribuye ingresos a más de 40 millones de personas pobres, y hay mayor número de personas de cada familia insertas en el mercado de trabajo.
Las encuestas señalan que en el 2001 una familia de cuatro miembros disponía de un ingreso promedio mensual (en valores de hoy) de US$ 95. En el 2004 pasó a US$ 108.6, un aumento del 14%. Como factores indirectos de esa mejoría en el panorama social tenemos la Constitución de 1988, que amplió los derechos del trabajador; el perfeccionamiento de nuestra democracia, que posibilitó un mayor control de las instituciones y, sobre todo, la fiscalización del poder público (aunque todavía esté lejos de lo razonable); y la mayor profesionalización de los funcionarios del Gobierno.
La inflación está controlada, los precios de los alimentos de primera necesidad han bajado y el salario mínimo, que en el 2003 equivalía a US$ 82, hoy es de US$ 160. El programa Luz para Todos permite que el 97% de la población tenga televisión; los negros y los indígenas disfrutan de cuotas preferenciales en las universidades; y nunca la Policía Federal ha capturado a tantos delincuentes de cuello blanco como en el período de Lula (aunque el poder judicial después no los mantenga presos).
Otra área que justifica el apoyo a su reelección es la política externa soberana. El Gobierno de Lula rechazó el ALCA propuesta por Bush y condenó la intervención en Iraq; reactivó el MERCOSUR, abriéndose a los países andinos; defendió la soberanía de la Venezuela de Chaves, de la Bolivia de Morales, así como el derecho de Cuba a participar en organismos multilaterales, como la OEA.
En su segundo mandato Lula tendrá ante sí grandes desafíos. El PT se encuentra debilitado por los escándalos de corrupción y sin suficiente capilaridad organizacional que le permita transformar en movilización una parte de los 58 millones de electores que recondujeron al presidente al palacio de Planalto. El Gobierno se encuentra como rehén del PMDB, que renunció a presentar candidato propio a presidente de la República y ahora pasa la factura. Aunque el PT haya derrotado a las oligarquía bahiana y sergipana y, vía PSB, a la pernambucana, tendrá ahora la incomodidad de administrar sus vínculos con las oligarquías representadas por Sarney en Maranhão, por Jader Barbalho en Pará y por Newton Cardoso en Minas Gerais.
Lula gobernará también bajo presión permanente de los movimientos populares, como el MST, y de la Iglesia Católica, que aún le recuerdan sus promesas de la campaña electoral del 2002, como las reformas agraria, laboral, tributaria y política. Hoy día las políticas sociales tienen visos de asistencialismo, y son insuficientes para permitirles a las familias beneficiarias tener las condiciones para producir sus propios ingresos. La Bolsa Familiar todavía no encontró su puerta de salida, que sería la reforma agraria -lo que el Brasil, con 600 millones de hectáreas cultivables y el 12% del agua potable del planeta, nunca ha conocido.
Es posible que el segundo mandato de Lula sea más conservador que el primero, advertido por el Banco Mundial de que mantenga políticas sociales focalizadas sin amenazar los paradigmas neoliberales de la economía de mercado. Desde enero del 2003 a junio de este año el Gobierno de Lula canalizó hacia las manos de los acreedores de la deuda pública US$ 241 mil millones; y reservó para las políticas sociales -excluidos los ministerios de Salud y Educación, que disponen de presupuestos propios- sólo US$ 14 mil millones.
Es lo que explica los aplausos del sistema financiero al gobierno de Lula, que mantiene la tasa de interés por encima del 14%, y, al mismo tiempo, el apoyo del electorado más pobre, beneficiado con una renta mínima en situación de relativa estabilidad financiera.
Es esa habilidad política para agradar simultáneamente a los más ricos y a los más pobres la que hace de Lula un presidente atípico y le permite apuntar, desde ahora, hacia un pacto social que, a semejanza de la España de Felipe González, permita al Brasil salir de la vergonzosa condición de 10ª nación más desigual y figurar, entre los países emergentes, como el de menor índice de crecimiento en los últimos cinco años.
Queda por saber si Lula sólo tenderá un frágil puente entre los que están en el nivel de arriba y los que se encuentran en el fondo del abismo social o se atreverá a transformar las estructuras que todavía hoy mantienen a casi 115 millones de brasileños sobreviviendo por debajo de la línea de pobreza.
QUI?N ES FREI BETTO
El escritor brasileño Frei Betto es un fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 53 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.
Asesor de movimientos sociales, camo las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 45 años. En los años 2003 y 2004 fue asesor especial del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva y coordinador de Movilización Social del Programa Hambre Cero.
Traducción de J.L.Burguet